Voluspa Jarpa, El trauma, la histeria, la historia
El lado underground de la historia oficial de los países latinoamericanos, descubierta a través de la desclasificación de archivos y una meticulosa investigación de documentos judiciales y de inteligencia, es parte de lo que mostrará "En nuestra pequeña región de por acá", la primera exposición individual de una chilena en el MALBA, a presentarse del 15 de julio al 3 de octubre.


Voluspa Jarpa tenía 17 años cuando llegó a Chile. Era 1989, el país comenzaba a vivir en democracia, y tras 12 años viviendo en Brasil y Paraguay -donde residió debido a los traslados laborales de su papá- quería volver a su país natal. Llegó sola, apoyada por su familia a regañadientes, con la idea fija de estudiar arte en la Universidad de Chile y conocer de cerca su país. “En parte la decisión tuvo que ver con el contexto histórico: el mundo completo miraba a Chile y celebraba su vuelta a la democracia. Yo que vivía en Sao Paulo, no entendía por qué no estaba allá. Tenía muy claro que era un momento histórico y quería entender de qué se trataba, quería sentirlo”, cuenta.
Entonces no sabía que el haber vivido en distintos países y ciudades -cuenta que en total estuvo en 16 colegios- calaría hondo en su obra. “Muchos países de Latinoamérica vivían en dictadura, eran distintas de un lado a otro, y yo percibía eso: cuando veníamos a pasar las vacaciones en Chile me daba cuenta de que lo que pasaba era muy distinto a lo que se vivía en Brasil, que también estaba en dictadura, y a su vez era muy distinto a lo que pasaba en Paraguay o Argentina, por donde también viajábamos a veces. Sabía que eran situaciones históricas que tenían características disímiles, a pesar de que tenían el mismo sello”, explica.

Esa permanente experiencia de contrastes y similitudes entre países, sin quererlo, fue dando forma a su trabajo. Aunque en el colegio nunca estudió historia de Chile, aprendió de forma autodidacta, leyendo en libros sucesos políticos y sociales. Fue así como a los 20 años llegó a pintar el “Mural de Rancagua”, que daba cuenta de las dos versiones -la de Bernardo O’Higgins y la de José Miguel Carrera- en torno a la masacre de civiles ocurrida en 1814 en esa región. “Eran realmente dos versiones y los hechos no son dobles. Ahí me di cuenta de que esa era una característica de Chile, que cada vez que había un conflicto aparecía esta idea extraña de manipular la historia, y entendí que eso tenía que ver con los traumas”. Así, interesada en el tema, investigó libros de medicina y descubrió las pacientes histéricas estudiadas por Jean-Martin Charcot y Sigmund Freud a principios del siglo XX en el hospital de La Salpetrière. Se trataba de mujeres que negaban sus traumas principalmente a través de convulsiones. Entonces, por primera vez, pudo ver la relación entre trauma, la negación de la historia y el surgimiento de distintas versiones para un solo acontecimiento.

¿Cuál fue la relación que hiciste entre la historia y la histeria? Me di cuenta de que la fragmentación del relato y la idea de que tú puedes manipularlo, invertirlo y negarlo, es un mecanismo histérico de defensa. La histérica es una persona que sufre un trauma que no tolera, que reprime lo que le sucedió, y entonces ocurren unos mecanismos narrativos que reproducen la negación de los hechos. Nadie piensa en el desastre de Rancagua como un desastre de civiles. La gente lo que ve es a O’Higgins saltando como un héroe, cuando en realidad está arrancando. Ese es el mecanismo histérico: las derrotas se celebran como victorias, de la nada se construyen actos heroicos. Eso a mí me chocaba, no lo aceptaba.
Los recorridos
de la no historia
Esa misma problemática fue la que vislumbró en 1998, cuando la CIA desclasificó una serie de archivos sobre Chile: aunque Estados Unidos hizo públicos más de 200 mil documentos, cerca del 70% de la información estaba oculta por tachas negras. Ahí estaba de nuevo: la negación frente al trauma. “Había violencia en esas tachas. Yo tenía mucha expectativa de que iba a leer lo que no habíamos podido en 40 años, y finalmente hay muchas borraduras, un claro signo de represión y sesgo histérico”, sentencia.

Los documentos hicieron tanto ruido en Jarpa que pronto se decidió a trabajar con ellos. Fue así como nació “Biblioteca de la no historia”, un proyecto artístico en el que seleccionó 10 mil archivos de la CIA para publicarlos como libros que regalaba al público en distintas locaciones a cambio de la respuesta a una pregunta. Hoy la iniciativa se ha realizado con archivos de distintos países en siete ocasiones, el último fue en el Migros Museum de Zúrich.
¿Cuántos libros has hecho hasta hoy?
Imagínate, la obra que no es siempre la misma. Partí con archivos chilenos, pero al observar los documentos me di cuenta de sus características: lees el archivo de un brasileño que desaparece en Argentina, cuyos documentos aparecen en Paraguay, y el cuerpo está en Uruguay, ¿me entiendes? Hay archivos por países, pero también hay muchos que no corresponden a la soberanía. Cada vez que editamos el proyecto, cambia, y ocurre la misma operación. Tengo respuestas en francés y hasta en braille.

Desde ese primer proyecto con los libros hasta hoy la obra de Jarpa ha recorrido diversas galerías, ferias y bienales. Fue en una muestra realizada en el Archivo de Bogotá, en el marco de la Feria ARTBO 2014, donde conoció a Agustín Pérez Rubio, curador del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), quien la invitó a exponer en el recinto. La artista se convirtió así en la primera chilena en exponer individualmente en el lugar, instancia que además permitió un hecho único: para lograr con éxito la exposición se han reunido diversos actores de los sectores público y privado -galería Mor Charpentier, galería Isabel Aninat, galería Patricia Ready, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), la DIRAC del Ministerio Relaciones Exteriores, la Embajada de Chile en Buenos Aires, ProChile y Antenna- que han aportado en la producción y traslado de las doce piezas que la conforman.
Titulada “En nuestra pequeña región de por acá”, se trata de una muestra site-specific que aunará sus 18 años de investigación entorno a documentos políticos, históricos y sociales de Chile y otros países latinoamericanos, dando a conocer algo así como una historia de la Guerra Fría en esta parte del mundo. La muestra -trabajada en conjunto con Edmundo Browne Arquitectos- abrirá con una instalación de más de 18 metros de alto que aborda las tres plantas del museo, donde propone una revisión de los archivos desclasificados de la CIA en catorce países latinoamericanos. “Lo pensamos como una gran obertura, con archivos que ocuparán un volumen monumental, como analogía a la gran cantidad de documentos que hay aún por desclasificar y que realmente es una cantidad abrumadora de información”.
Asimismo, mostrará retratos en bronce bruñido y pintados con tinta negra de 47 líderes latinoamericanos -presidentes, ministros, comandantes en jefe, jueces, senadores, diputados, obispos- cuyas muertes no han sido resueltas o están siendo revisadas en la actualidad. Para ello la artista realizó una extensa investigación en torno a los archivos judiciales de las distintas causas, que presentará en contraposición a los archivos de inteligencia. “Se abre un espacio importante no solo porque muchas muertes están relacionadas con otras de distintos países, sino que también porque da cuenta de que los modos de operación y la manera de borrar lo que sucedió son los mismos”, explica Jarpa, que en otra sala exhibirá audios de discursos de los líderes, además de una pintura de diez metros de papel, donde armó una sola imagen coherente con todos los funerales que muestran la conmoción provocada por un trauma como la muerte de una personalidad.
Llevas casi 20 años haciendo una investigación en torno a los archivos de Chile y Latinoamérica, ¿qué etapas de asimilación con esta información podrías identificar en este tiempo?
Cuando recién empecé la gente tenía un rechazo natural y traumático por esta información. Me acuerdo de personas que me decían que para qué iba a trabajar con esto si es algo que ya todo el mundo lo sabía, pero la verdad es que es muy distinto cuando lo lees, porque es una dimensión de información que es muy específica, y esa especificidad es la que no tienes cómo imaginarte. Creo que es algo de lo que en un principio nadie quería saber, porque hay de por medio mucho dolor, confusión y uno no quiere que le cambien las cosas. Me parece que ahora, debido también a los procesos judiciales que han ido tomando parte de este material, el impulso ya no es rechazarlo. Aunque de todos modos es violento entender que para saber tu propia historia tienes que leer los documentos de otro país. Pero creo que esa resistencia y ese rechazo han ido menguando. La exposición en el MALBA es parte de esa mengua, de esa aceptación.
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