Review | Beau Tiene Miedo y el valor de una pesadilla

La nueva película de Ari Aster es una experiencia personal que, en su viaje de deconstrucción, expone las entrañas de los traumas del personaje titular interpretado por Joaquin Phoenix.


Tildarla como una pesadilla es sin duda la forma más fácil de describir a Beau tiene Miedo, la nueva película de Ari Aster.

No solo el título lo indica, sino que también la propia experiencia de ver su historia se va desenvolviendo frente a nosotros como la alucinación de una psiquis. Y lo hace así ya sea porque en su relato existen elementos desconcertantes, porque otros son atemorizantes o debido a que un montón se planten como sencillamente inexplicables.

Es por eso que Beau Tiene Miedo se instala como aquellos actos de ensoñación que están sumergidos en los rincones más angustiantes de nuestro ser. Las pesadillas en cuestión.

Ante ese escenario, la peor postura es intentar darle una coherencia, buscar descifrar cada señal o darle un sentido fácilmente explicable a las extrañas situaciones que se cruzan en el camino del personaje principal interpretado por Joaquín Phoenix. Basta con decir que la sinopsis simplemente adelanta que: “Beau, es un hombre cuyos miedos y paranoias se harán realidad al aventurarse en una épica odisea para llegar a casa de su controladora madre”.

No más necesitan saber al respecto, ya que el director de Hereditary y Midsommar decide avanzar como un autor de tomo y lomo que no entrega concesiones ni da su brazo a torcer. Y en A24 claramente le dieron carta abierta para hacerlo.

De ahí que la pesadilla de Aster está plagada de alegorías, metáforas y traumas, especialmente provenientes de las mencionadas trancas maternas, las cuales más encima se desenvuelven como una suerte de terapia expuesta en pantalla. Y ese tipo de ejercicios, como sucede con la pesadilla más onírica, da para interpretaciones demasiado amplias como para buscarle la quinta pata a cada gato.

Es decir, hasta la sinopsis más larga de Beau tiene Miedo se quedará corta en la explicación. Inclusive el spoiler más descriptivo tampoco será completamente veraz, ya que esta es una de esas producciones que pueden tener múltiples significados dependiendo de la experiencia e inclusive la cultura cinéfila de cada espectador.

Por esa razón, esta también es una de esas historias que no generan puntos medios, que son divisorias, que separan las aguas entre aquellos que la odian y aquellos que la aman.

Aunque no puedo establecerme en uno u otro lado, si puedo remarcar que puedo apreciar y valorar todo lo que comanda Aster, quien también escribió y produjo esta película. Puedo sopesar que el viaje en si tiene más valor que cualquier insatisfacción por no zanjar cada señalética que hay en el camino. Que la propia decisión de generar una pesadilla a 24 cuadros por segundo involucra la decisión de elevar la experimentación del viaje y no su mera descripción.

A la larga, tal como ocurría con las dos obras anteriores de Aster, lo más relevante que queda es que Beau tiene Miedo avanza decididamente hacia lo que quiere exponer en su viaje lisérgico. En su desmenuzamiento de un hombre tambaleante que no puede pararse por si mismo y que desde el minuto uno de su existencia estuvo condenado a tener miedo. Y una película más tradicional sin duda no habría logrado este tipo de desconstrucción hasta las entrañas.

Beau Tiene Miedo ya se encuentra en cines.

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