
Andrea Rizzi: “Occidente tal como lo conocimos se está muriendo”
Para el periodista italiano y autor de "La era de la revancha", estamos atravesamos una época de cambios marcada por el deseo de algunas potencias como China y Rusia de recuperar la influencia perdida y por el descontento de sectores populares en Occidente que consideran que han sido perjudicadas por la globalización y quieren volver a tiempos pasados. Variables ambas que adelantan un proceso de turbulencia prolongado. “No creo que esto se resuelva en el corto plazo”, dice.

“Asistimos a cambios sin parangón en 100 años y cuando estamos juntos los pilotamos”, le dijo Xi Jinping a Vladimir Putin en marzo de 2023 tras concluir un encuentro en el Kremlin. El episodio lo relata Andrea Rizzi al comienzo de su libro La era de la revancha (Anagrama, 2025) y es revelador de la época que vivimos. Un periodo, como dice el periodista italiano y corresponsal de Asuntos Globales del diario español El País en el que el mundo atraviesa una “metamorfosis”. Se está configurando un nuevo ADN y el orden mundial nacido tras la Segunda Guerra Mundial está muriendo. Y Rizzi entrega un valioso manual para entender los factores que han desencadenado este verdadero remolino, como lo define, cuyo desenlace no se vislumbra cercano. Es un proceso, dice en este diálogo con La Tercera, “ante el cual debemos reflexionar en términos, por lo menos, de medio plazo, sino de largo plazo”.

El libro se llama La era de la revancha y la primera pregunta que surge es ¿revancha de qué y de quién?
Estamos entrando en una nueva época y es una época definida por muchos factores, pero a mi juicio sobre todo por dos y ambos tienen un sentido revanchista. Por un lado, el deseo de algunas potencias como China y Rusia de recuperar un terreno perdido en distintos momentos de la historia reciente. Y el segundo, la voluntad de recuperar terreno de amplios sectores de las clases populares de Occidente que sienten que en la etapa anterior el sistema que se fue construyendo, sobre todo después de la caída del Muro de Berlín, con la globalización y con la revolución tecnológica, les fue desfavorable. Buscan ahora un ajuste y lo buscan confiando sus votos, muchas veces, a candidatos nacional populistas. Ambos movimientos tienen no solo un componente de deseo de recuperación de terreno perdido, sino también un componente nacionalista. Por eso, creo que la idea de revancha tiene sentido porque reconecta con el revanchismo del que se hablaba en Francia a finales del siglo XIX, después de una derrota y con la voluntad de recuperar terreno bajo una bandera nacionalista.
Este volver a tiempos pasados tiene algo de nostalgia, podríamos hablar también de una era de la nostalgia en cierta medida, de recuperación de lo perdido. ¿Está de acuerdo?
Sí, así es. Hay un fuerte componente de nostalgia, de melancolía, de regreso a un pasado que fue glorioso para ciertas naciones como en el caso de Rusia cuando dominaba la URSS y era un imperio o como el caso de China durante tantos siglos potencia central en el mundo y que perdió ese terreno. Lo es también para muchas personas de las clases populares occidentales que desean un regreso a un pasado en el que la perspectiva era de progreso, se daba por descontado que las cosas mejorarían en el futuro. Esto fue así desde luego en toda Europa occidental y en el norte de América después de la Segunda Guerra Mundial. Es entonces un regreso a un estado de ánimo del pasado. Por supuesto ese regreso es imposible, pero hay líderes populistas que juegan con esa idea en Occidente. En el caso de las potencias, sí es posible un retorno a posiciones de mayor preeminencia y centralidad en el orden mundial y sin duda China lo va a conseguir por medio de su extraordinario crecimiento económico y tecnológico.
Al abordar el origen de esta era de la revancha, el libro se remonta a 2001, pero no a septiembre de 2001, como uno podría imaginar sino a diciembre. ¿Qué pasó en diciembre de 2001 y por qué es importante?
En ese mes y a lo largo de unos pocos días de ese mes se produjeron unos hechos que son iluminadores para entender lo que ha ocurrido después. Uno de ellos es la entrada de China en la OMC. Creo que es un hecho fundamental. Por supuesto, China ya venía creciendo con fuerza antes y hubiese seguido creciendo con fuerza después, incluso si no se hubiera integrado en la OMC, pero esa integración fue un turbo en el crecimiento de China. Fue un hecho que precipitó unos cambios muy profundos a escala global, como el desplazamiento de tantas empresas manufactureras de Occidente hacia China, que permitió un refuerzo muy acelerado de China y también impulsó unos cambios socioeconómicos en Occidente que son muy relevantes para entender nuestro tiempo presente. A la vez ocurrieron otras cosas. Una de ellas es que EE.UU. se retiró de un tratado muy importante de control de armamento que tenía firmado con Rusia y es un ejemplo de una fase en la que EE.UU. tenía una hegemonía mundial que se desempeñó con cierta arrogancia algunas veces, a mi juicio, pisoteando la legalidad internacional que él mismo había contribuido a crear, como el caso de la invasión de Irak. Este fue un episodio importante porque convenció a Putin, quien recién se había inaugurado como presidente de Rusia, que Estados Unidos estaba muy motivado a ejercer de forma avasalladora su papel de hiperpotencia y que no contemplaba tener en cuenta a Rusia en este nuevo orden. Y ocurrió una tercera cosa, algo menos conocida, pero a mi juicio también relevante, en el marco del juicio por la quiebra del gigante empresarial Enron. Justo en esos días hubo un dirigente de una empresa consultora que supuestamente tenía que revisar las cuentas de Enron, que dijo por primera vez que creía que ahí se habían producido hechos de índole criminal. Y esto es a mi juicio un emblema de un capitalismo enfermizo que provocaría enormes daños a partir de 2008. De esa enfermedad vimos un destello en ese diciembre 2001. Creo que son unos episodios que hacen entender el mundo en el que nos encontramos ahora que, por supuesto, responde a una gestación muy larga en el tiempo, como todo gran hecho histórico, pero que allí tiene un escaparate fuertemente emblemático.
Hay otro hecho relevante al que hace referencia el libro, el discurso que dio Putin en la conferencia en Múnich en el 2007. ¿Cree que Occidente no supo escuchar bien a Putin?
Putin avisó en 2007 en la conferencia de seguridad de Múnich que, sustancialmente, no estaba conforme con el orden mundial dominado por Estados Unidos y sus socios occidentales. Lo hace en aquel entonces porque antes necesitaba poner orden en una Rusia que estaba devastada por las crisis de los 90. En aquel entonces, en 2007, siente que ya tiene suficiente fuerza, después de varios años de gran crecimiento económico y después de haber consolidado su poder político. Por lo tanto, viaja a Alemania y pronuncia ese discurso clarísimo. Y a partir de allí, en efecto, los líderes occidentales no le hacen caso por una mezcla de factores. Por una parte, porque subestimaban sus intenciones reales de ser coherentes con esa declaración política. Y, en segundo lugar, no solo por miopía, sino también por comodidad y avidez. Una buena parte de Europa ha vivido cómodamente con la interpretación de una Rusia que no representaba una amenaza tanto porque eso le permitía comprar gas barato como porque no obligaba a invertir dinero en la defensa y se podía invertir en otras cosas como en la construcción de ese edificio de protección social muy notable que tiene el sistema europeo en general. No discuto la importancia de la cohesión social, que creo que es fundamental, pero observo que en el tiempo hubo una ceguera absoluta de los europeos que no vieron venir la amenaza rusa y que tampoco entendieron que China estaba avanzando con una velocidad y una forma que pronto cuestionaría su fortaleza manufacturera. Los europeos no entendimos el mundo hacia el cual nos dirigíamos y ahora nos encontramos en una fase de profunda incomodidad y riesgo.
¿Y este mundo al que nos dirigimos era posible evitarlo, era posible no desencadenar todos esos procesos que están llevando al actual desorden mundial?
Esta es una pregunta de gran profundidad y complejidad. Desde luego quiero decir que se han cometido graves errores que han contribuido a precipitar esta era de la revancha sin los cuales por lo menos las cosas habrían sido distintas. No quiero parecer ingenuo, no creo que fuera realmente posible eliminar la conflictividad del mundo con otras decisiones, esto es parte consustancial desgraciadamente de la coexistencia de naciones, de la lucha de clases, pero se han cometido errores que se podrían haber evitado. ¿Cuáles? Bueno, si nos referimos a Rusia, desde luego podemos observar que a los sucesivos avisos y hechos de Putin no han seguido respuestas racionales y eficaces por parte de Occidente. Putin avisó en 2007, como lo hemos comentado, pasó a las vías de hecho en 2008 con la invasión de Georgia, después, en 2014, con la primera invasión de Ucrania y la anexión de Crimea, en 2015, con Siria y en 2022 de nuevo Ucrania. A cada una de estas acciones no siguió ninguna acción relevante lo que sin duda espoleó la convicción en Putin de que podía seguir y creo -aunque por supuesto no tengo pruebas- que él estaba convencido de que después de la invasión de 2022 no habría seguido una respuesta de intensidad por parte de Europa y los europeos como la que se produjo. Fue un error de cálculo por su parte, pero motivado por la ausencia de acciones previas. Naturalmente, también se podrían haber hecho muchísimas cosas para evitar la revancha que tiene que ver con el malestar de las clases populares en Occidente, como una acción política que tuviese más cuidado con los efectos colaterales de la globalización y de la revolución tecnológica. Ambos movimientos no son absolutamente negativos. Han traído grandes efectos positivos. La globalización ha sacado de la pobreza a cientos de millones de personas en el mundo, en China, por supuesto, pero no solo. Pensemos en Vietnam, por ejemplo. Pero ha tenido efectos colaterales. La revolución tecnológica, también provee a los seres humanos de grandes oportunidades, pero también causa disrupción en los mercados laborales. Una mayor atención, un mayor esfuerzo para atenuar el golpe para estas clases, para propiciar mayor sentido de pertenencia, una menor desigualdad, tal vez habría desactivado la bomba de malestar que líderes populistas de medio planeta están hoy aprovechando. Y creo que las fuerzas progresistas han sido copartícipes de esta falta de respuesta equivocada, porque ellas también contribuyeron a crear aquel sistema. Y por esto hoy no son consideradas como fuerzas creíbles a la hora de responder a este malestar.

El libro, que parte con un episodio extraordinario de un diálogo entre Putin y Xi Jinping, donde Xi le dice a Putin que ellos pilotean los cambios, apareció antes de que Trump asumiera su segundo mandato. A la luz de lo sucedido este año, ¿qué rol cree que está jugando Trump en estos cambios?
Desde luego la presidencia de Trump es un cambio profundo. La anécdota de Xi Jinping y Putin creo que es importante para desvelar intenciones. No equivale a una descripción de la realidad. Entonces, diría que esas intenciones siguen. Xi Jinping y Putin están coaligados en la voluntad de reconfigurar el orden mundial de una manera que sea útil a sus intereses y para ello colaboran, no en forma de una alianza formal, que no tienen, pero sí en forma de cooperación, como es toda la ayuda comercial y tecnológica que China provee a Rusia para que Rusia pueda seguir en esa guerra. Ahora, obviamente, esto no significa que ellos realmente piloteen solos el mundo. Estados Unidos sigue siendo una potencia formidable y con Trump podemos decir que, si no ha cambiado de bando, cuando menos ha cambiado de rumbo de una manera esencial, alejándose del que había sido el rumbo compartido por administraciones republicanas y demócratas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en varios sentidos fundamentales. No cree ya en el orden multilateral y en las instituciones internacionales y las normas que con ellas trataban de regir la sociedad de las naciones, tampoco cree en las alianzas que fueron una herramienta fundamental de proyección de la hegemonía de Estados Unidos. Por lo tanto, Estados Unidos es un actor diferente al que lo ha sido durante décadas. Y en el libro yo señalaba que Occidente se arriesgaba a perder su alma y creo que es lo que está pasando. Occidente tal y como lo conocimos se está muriendo y entonces se configura un nuevo marco de relaciones. Diría que es pronto para hacer ya el balance definitivo porque Trump es un sujeto extremadamente volátil y hasta ahora sin duda ninguna su presidencia ha sido favorable para los intereses de Rusia, pero no así o no de forma directa para los de China sin embargo vemos señales de posible cambio incluso con respecto a Rusia. Por lo tanto, es pronto decir cuál será el efecto final de la presidencia Trump, pero uno creo que ya está claro, será un efecto dañino para Estados Unidos. No sabemos exactamente dónde acabará situándose en el mapa de relaciones geopolíticas, pero sí creo que todo lo que está haciendo apunta a la dirección de un Estados Unidos debilitado a medio y largo plazo.
En este proceso, junto a la crisis de Occidente, también la democracia liberal -que es el gran producto de Occidente-, ha entrado en crisis. ¿Cree que es una crisis terminal o la democracia liberal todavía puede sobrevivir a esta era de la revancha?
No es una crisis terminal, pero desde luego la amenaza es de orden existencial. Todavía hay un margen de vitalidad, pero creo que no cabe ni optimismo y desde luego no cabe ninguna ingenuidad. Lo vemos en estos días con acciones brutales. Vemos a Trump que despide a una funcionaria que publica datos económicos que no son beneficiosos para su administración. Lo vemos en Israel, donde el gabinete de Netanyahu despide a un fiscal general que es aquel que lideraba la instrucción de unos casos de presunta corrupción del primer ministro. Dos episodios de golpes profundísimos a la democracia, a la separación de poderes, a los equilibrios internos que hacen que una democracia sea tal. La amenaza es existencial porque desde dentro vemos a líderes que actúan con escasos escrúpulos, pero al mismo tiempo vemos que desde fuera hay potencias que tienen todo el interés en que las democracias fracasen, porque las democracias son sus rivales geopolíticos, pero además representan un modelo de convivencia que es día tras día la denuncia del pecado original de sus regímenes, que es la supresión de la libertad de expresión y las libertades individuales. Por lo tanto, tenemos dos corrientes mayores que amenazan dos bienes fundamentales de la vida internacional, que son la democracia y los derechos humanos.

¿Cómo ve lo que viene? ¿Cuánto tiempo cree que vamos a estar en este tiempo de desorden, de revancha, de conflictividad? ¿Es un proceso que tiene perspectiva de término?
No creo que se resuelva en el corto plazo. Es un proceso ante el cual debemos reflexionar en términos, por lo menos, de medio plazo, sino de largo plazo, por varios motivos. Uno de ellos es porque el pulso, sobre todo entre China y Estados Unidos, va a ser brutal y creo que prolongado. Por lo tanto, tenemos una rivalidad que definirá gran parte de nuestro siglo y que difícilmente encontrará un acomodo en el corto plazo. Pero hay otros motivos que me inducen a pensar que no hay solución a corto plazo y tienen que ver precisamente con el nuevo entorno de debate político en las democracias, uno que va incluso más allá de la política en terreno, que es la plasmación de la manera de pensar de las personas, del modus de pensamiento de las personas. Es un terreno minado que augura inestabilidad y en el cual los ingenieros del caos, como los define Giuliano da Empoli, podrán seguir sembrando el caos. No estamos ni remotamente cerca de poder hallar una solución a este factor de turbulencia que nos mantiene en un estado gaseoso de gran alteración.
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