A los 62 años, fallece Pedro Lemebel, la lengua francotiradora de la literatura chilena

A las 2 de la madrugada de este viernes, el escritor falleció producto de un cáncer que le fue detectado en 2011.




Apareció en silla de ruedas, con el puño en alto y queriendo ponerse en pie. Mudo. El cáncer le había arrebatado la sonrisa, la lengua insolente con que disparó contra todo quien alguna vez se le cruzó viéndolo de reojo. Llevaba semanas internado en la Fundación Arturo López Pérez, rodeado apenas de sus amigos más cercanos, pero el pasado 7 de enero, Pedro Lemebel hizo su última aparición pública en el GAM. Aquella tarde, la Noche Macuca, como él mismo la tituló, sería la anticipada despedida de su fanaticada. Esta madrugada, al borde de las 2, Aldo Perán, su amigo y vocero, anunció su deceso por Twitter: "Me duele esta noche tu partida, amigo". Pedro Lemebel, profesor, artista visual, cronista, yegua del Apocalipsis, y una de las plumas más provocadoras de las letras locales, había muerto.

Se llamaba Pedro Segundo Mardones Lemebel. Nació el 21 de noviembre de 1952, en Santiago. Su nombre lo había heredado de su padre, un panadero a quien le dedicó su última colección de crónicas, Háblame de amores, publicada en 2012: "Para Pedro Mardones Paredes, mi padre, por la áspera ternura de su caricia rural". Su madre, en tanto, Violeta Elena Lemebel, y quien falleció en 2001, tres días después del lanzamiento de su única novela hasta la fecha, Tengo miedo torero, lo crió a orillas del Zanjón de la Aguada, en La Legua. Estudió en el Liceo Industrial de Hombres del barrio, rodeado de soldadores y muebleristas, de compañeros ingenuos y crueles que se burlaban de su sedosa coquetería. Su último año de enseñanza media lo acabó en el Liceo Manuel Barros Borgoño.

En 1970 ingresó a la Universidad de Chile, donde se tituló de profesor de Artes Plásticas. Ese mismo año, se mudaría junto a su madre a unos blocks sociales en Avenida Departamental, el sucio escenario de sus primeras andanzas y donde conoció de cerca la marginalidad, ingrediente esencial de lo que sería su trabajo como escritor años más tarde. Sólo nueve años después comenzó a ejercer como docente en dos liceos periféricos de Santiago, pero en 1983 fue despedido y nunca más retornaría a las salas de clases. Sus contorneos y seductores y errantes pasos lo llevarían hacia otros destinos.

El primer acercamiento con la literatura lo vivió a los 26 años, cuando ganó el primer lugar en una competencia poética en la Caja de Compensación Javiera Carrera con el cuento Porque el tiempo está cerca. Retirado de la docencia formal, y mientras dictaba talleres literarios, se sumergió en el abismante mundo literario, donde compartió con escritoras feministas como Diamela Eltit, Pía Barros, Raquel Olea, Nelly Richard y otras. Llegó a militar en el Partido Comunista, pero su simpatía con la izquierda política se empañaría pronto por el prejuicio de su homosexualidad desbordante.

A esas alturas, Lemebel ya salía a las calles a pronunciarse fuerte contra la dictadura de Augusto Pinochet, pero su figura hizo eco recién en 1986, cuando apareció en un encuentro de partidos de izquierda en la Estación Mapocho. Encumbrado sobre dos tacones altos y con una hoz maquillada sobre el rostro, leyó Hablo por la diferencia, el manifiesto que lo catapultó como uno de los personajes de la escena artística local más excéntricos e irreverentes de los que alguna vez se tuviera memoria.

El texto partía así: "No soy Pasolini pidiendo explicaciones. No soy Ginsberg expulsado de Cuba. No soy un marica disfrazado de poeta. No necesito disfraz. Aquí está mi cara. Hablo por mi diferencia. Defiendo lo que soy. Y no soy tan raro. Me apesta la injusticia. Y sospecho de esta cueca democrática. Pero no me hable del proletariado. Porque ser pobre y maricón es peor. Hay que ser ácido para soportarlo. Es darle un rodeo a los machitos de la esquina. Es un padre que te odia. Porque al hijo se le dobla la patita. Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro. Envejecidas de limpieza. Acunándote de enfermo. Por malas costumbres. Por mala suerte".

A fines de los 80 conoció al poeta Francisco Casas, futuro compañero de andanzas callejeras, y junto a quien formó el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis. Con sus provocadoras intervenciones en actos públicos y varias exposiciones de arte, la dupla se convirtió en ícono de la contracultura nacional. El registro de algunas de sus obras permanecen hasta hoy en el Museo Reina Sofía, en España. Fue entonces cuando decidió hacer un lado su apellido paterno, pues como él mismo revelara en una entrevista en 1997, "el Lemebel es un gesto de alianza con lo femenino, inscribir un apellido materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti".

Luego, en 1996, y luego del lanzamiento de su primera colección de crónicas el año anterior, La esquina es mi corazón –y que reunía textos publicados en Página abierta, Punto final y La Nación–, su voz se esparciría por el dial a través de Cancionero, el segmento que creó para Radio Tierra, y donde leía crónicas ambientadas en escenarios marginales. A fines de la misma década, y ya reconocido a nivel internacional, dictó conferencias en las universidades de Stanford y Harvard. Al borde del año 2000, en la Casa de las Américas de La Habana, Lemebel tendría una semana completa de homenajes en torno a su obra.

En 1999, su amigo, el escritor Roberto Bolaño, quien había emigrado a España desde México en 1977, lo señalaría como uno de los grandes poetas de su generación. Así, Lemebel se abriría paso en el mercado europeo con la publicación de Crónicas de sidario, publicado por editorial Anagrama, su primer libro editado y lanzado en el extranjero. Solo así, su obra despertaría el interés de los lectores de todo el mundo. Llegaría a publicar ocho colecciones de crónicas y una sola novela. Con su muerte, quedarían en deuda una segunda, anunciada por él mismo bajo el título de El éxtasis de delinquir, y una biografía de su amiga Gladys Marín, la ex diputada del Partido Comunista fallecida en marzo de 2005.

Eterno candidato al Premio Nacional de Literatura, incluso en su última entrega en 2014, y que quedara en manos de Antonio Skármeta, declaró en entrevista con La Tercera a fines de agosto del año pasado: "Comenzó como un juego (la candidatura), como una propuesta de mi amigo Sergio Parra (su amigo, y dueño de la librería Metales Pesados) y acepté. Nunca imaginé que tomaría tanta fuerza popular. Una adhesión cariñosa de mi pueblo lector que el jurado no tomó en cuenta. Nunca creímos que podría ganar. Sabíamos que ese premio estaba más arreglado que cara de travesti", dijo.

La madrugada del 11 de febrero de 2014, ya estabilizado por el cáncer de laringe que le fue detectado en 2011 y que le quitó la voz, Lemebel volvió a salir a las calles en el barrio donde pasaría sus últimos días en solitario en su departamento frente al Parque Forestal. Desnudo, y acompañado por sólo cinco personas, bajó las escalinatas del Museo de Arte Contemporáneo, donde trazó líneas de neoprén en el suelo que luego fueron prendidas con fuego. Luego, se envolvió en un saco de lino húmedo y rodó por el suelo ardiendo en llamas. Salió ileso. Era su retorno a la performance y al mundo público, pero le quedarían pocos meses con vida.

Esta mañana, y a través de un comunicado entregado por sus cercanos, se detalló que "estuvo aquejado largo tiempo por un cáncer a la laringe y dio una gran lucha contra esta terrible enfermedad, que pretendió dejarlo sin voz, pero ¿quién podría dejar sin voz a Lemebel? Su voz existe y persiste". Entre sollozos, y desde la misma habitación donde pasaría sus últimas horas, la editora Carmen Soria, amiga suya, declararía que "él luchó durante tres años contra un cáncer y se fue acompañado de sus amigos".

Sus últimos años, tras las constantes intervenciones, laringectomías y radioterapias, Lemebel los pasó casi en silencio. Se había vuelto vegetariano y dejado los excesos de toda una vida de andanzas nocturnas. "Ahora hasta me acuesto temprano. Esto me sirvió para cuidarme, estar más sano", declaró en la única entrevista que concedió a La Tercera acerca de su enfermedad, en 2013. "Siempre fue una enfermedad más, y de la que conocía algunos antecedentes. No era para morirse tampoco, y no lo asumo como un estigma macabro. Quizás llegue a escribir sobre esto, algún día".

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