Coloane: el origen de la leyenda
En 1929, la Patagonia era tierra de aventureros y Coloane estaba ahí. Tenía 19 años y estaba solo en el mundo. Trabajó como ovejero y, sin buscarlo, encontró la fuente para toda su obra. La misma que hace 100 años de su nacimiento sigue iluminando un territorio majestuoso y cruel.

Estaba en el fin del mundo, no tenía dinero y ya no le quedaban familiares vivos. Era un chilote de 19 años en aprietos en la cosmopolita Punta Arenas de los años 20. Alguien le avisó que la estanciera Sara Braun necesitaba gente y Francisco Coloane echó a andar hasta su oficina. A los pocos días, se embarcaba hacia Porvenir para trabajar como ovejero en la Estancia Sara. Iba a enfrentarse cuerpo a cuerpo con la Tierra del Fuego. Y aunque no leyó una sola línea y no escribió ni una sola palabra mientras trabajó en la Patagonia, iba a encontrarse con la fuente de toda su obra.
"No podía imaginar que las experiencias de aquel período dejaran huellas tan profundas en mi memoria", recordaría casi 60 años después el escritor en sus memorias, Los pasos del hombre. Cómo iba a saberlo: antes de entrar a las filas de la Estancia Sara, el adolescente Coloane coqueteaba con la literatura, se ganaba unos pesos como escribiente en una oficina de abogados, de vez en cuando publicaba columnas en el diario El Magallanes y, durante el servicio militar, había sido un improvisado profesor de historia. Se formaba como humanista citadino. Pero bastaron poco menos de dos años como ovejero en Tierra del Fuego para que su universo literario tomara forma.
Clásico, Coloane figura en el panteón literario chileno como el aventurero que retrató la majestuosidad y la inclemencia de la Patagonia. A 100 años de su nacimiento, dos exposiciones (una de la Biblioteca Nacional y otra en la Biblioteca de Santiago) repasan su vida a través de fotografías, manuscritos y objetos personales. Ahí están sus viajes a Europa, los años en China y su recorrido por la Unión Soviética alimentando su fama de viajero, pero el primer viaje fue en 1929: sobre un caballo, junto a tres perros y a cargo de miles de ovejas.
Años salvajes
La razón está en las propiedades cicatrizantes de la saliva. Por eso, en vez de utilizar un cuchillo para capar a los corderos, en medio de la pampa magallánica se hacía a diente. De un solo mordisco. Un cuchillazo habría terminado en un desangramiento. Coloane fue un experto en la labor. Al poco tiempo de asumir como aprendiz de capataz en la Estancia Sara, lo dejaron a cargo de un puesto de tres mil ovejas, y junto a dos hombres se dedicaron a capar a todos los animales de menos de dos meses. Miles pasaron por su boca.
Fue una época salvaje. Y solitaria. Pero Coloane ya estaba solo en el mundo. Su madre había muerto hacía dos años, lo que le bastó para cortar las relaciones con su hermanastro y quedar sin familia en el mundo. Nadie lo esperaba en Punta Arenas. Se envolvía en aperos de cuero y avanzaba por la niebla con sus perros -Ben, Retazo y Don Oscar-, moviendo a las ovejas durante el heladísimo invierno, esperando a que les creciera la mejor lana. A veces, cuando se asomaba al Estrecho de Magallanes, divisaba ballenas azules y orcas asesinas.
Como Coloane, otros aventureros también estaban de paso por Tierra del Fuego. Húngaros, japoneses, escoceses, serbios, canadienses, americanos se encontraban temporalmente en la faena ovejera. Un far west en el fin del mundo, como queda claro en el cuento El australiano. Estrictamente verídico, como se lo confirmó el autor a su hijo, Juan Francisco Coloane, narra el encuentro de dos viejos enemigos en la Patagonia. Recién llegado de Valparaíso, el australiano Juan Larkin se encontró con un escocés contra el cual había peleado en una batalla de la Primera Guerra Mundial. Después de un invierno de trabajo y tras una botella de whisky, se batieron a duelo al amanecer.
Coloane llegó galopando hasta el lugar, pero ya era tarde: Larkin tuvo mejor puntería y tiró al piso al escocés. El escritor, que había forjado una férrea amistad con el australiano en la pampa, actuó rápido y lo ayudó a escapar por la frontera desde Argentina hacia Chile. Años después, Larkin le escribió a Coloane agradeciéndole e invitándolo a trabajar con él a Africa.
Cuando el trabajo se los permitía, en Navidad o Año Nuevo, Coloane y su compañeros de trabajo se asomaban al pueblo de Río Grande. Por ese entonces era un caserío con un hotel, una comisaría, un par de casas privadas y dos prostíbulos. Hasta allá llegaban los aventureros de Magallanes: cazadores de foca, ovejeros, buscadores de oro y exploradores de la Antártica se encontraban en el bar del hotel. "Aquello era una especie de frontera donde confluían las corrientes humanas de la pampa fueguina y del mar austral. Se transaban oros y oropeles por cueros de todos los pelajes", recordó.
De ese mundo, el escritor salió con dos amigos: Perico Arentsen y Andrés Nicol, dos hijos de inmigrantes en Punta Arenas que dedicaron toda su vida a las estancias. Coloane nunca dejó de verlos, ni cuando saltó a la fama como escritor. Salió con algo más: un serie de historias que contaría en sus relatos.
"La Tierra del Fuego se hizo carne y espíritu en mi naturaleza de los veinte años. La Patagonia chilena y argentina tiene una presencia constante en mi limitada obra literaria", recordó. "Los hombres y los animales que conocí en esos años me dieron el pie para la mayor parte de mis escritos. Sin embargo, en aquellos años no tomaba notas de ninguna especie", agregó en sus memorias.
Cansado del trabajo en el campo, con buen dinero en el bolsillo, en 1930, Coloane dejó la Estancia Sara. Viajó a Santiago y probó suerte como reportero policial en Las Ultimas Noticias. No funcionó, la capital lo agobiaba. Volvió a Punta Arenas y echó a andar una nueva vida: a los 22 años se casó con Manuela Silva y se sumó a las filas de la Armada como funcionario administrativo, encontrando un nuevo universo para su literatura. Pero la capital lo llamaba. Va y viene desde Santiago, hasta que su esposa muere de un cáncer. El arribo del Frente Popular, en 1938 lo golpea fuertemente, cambia su mirada del mundo y se une al comunismo. En 1941 estalla el escritor: publica Cabo de Hornos y El último grumete de la Baquedano. Empieza otra vida, viaja por el mundo, sigue otra aventura. Nunca deja la Patagonia. Entre 1950 y 1980 escribe la novela Cazadores de indios y, a los 90 años, en octubre del 2000, anota: "La Patagonia me enseñó el sendero esencial sin siquiera proponérmelo".
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