Los deseos del Viejo Pascuero

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Desde 2010, Marco y su familia entregan regalos a los niños con cáncer.

Desde hace 22 años, Marco Catalán se pone su traje rojo y entrega regalos a niños vulnerables. Hoy su lucha apunta a mejorar las condiciones de los menores con cáncer del Hospital Calvo Mackenna. Pide wifi y sillones para que los papás puedan acompañar a sus hijos en las noches.




Detrás del traje rojo y la larga barba blanca que cada año utiliza Marco Catalán (46) en vísperas de Navidad, hay una extensa y emotiva historia que lo llevó a convertirse en el "Viejo Pascuero" de los niños con cáncer que permanecen internados en el Hospital Luis Calvo Mackenna.

Hace 22 años, Marco tenía un gran problema familiar: Gloria, su esposa, se debatía entre la vida y la muerte por causa de un embarazo tubario. Uno de los muchos que tuvo que superar por el anhelo de ambos de formar una familia numerosa.

De aquella noche, el hombre bajo el traje recuerda que miró hacia las estrellas y pidió: "Dios, no me des ningún hijo más. No importa, no arriesgaré más la vida de mi esposa, pero quiero ser el padre de muchos niños". En aquel momento, y como en los cuentos de hadas, una idea vino a su mente: la Navidad.

A cambio de salvar la vida de su esposa, Marco prometió hacer felices a los niños cada año, costara lo que costara. Y así fue. Ella se recuperó y tres años más tarde quedó embarazada de Cristóbal, el único hijo de la pareja.

Desde aquel entonces, Catalán, oriundo de la comuna de Puente Alto, emprendió una bella labor y cada año, desde octubre, comienza a recolectar regalos para llevar a niños de escasos recursos. Sus duendes son su esposa y su hijo, que creció pensando que era uno de los ayudantes del verdadero viejo pascuero. Además, amigos y familiares aportan a la causa.

Infancia difícil

Pero la lucha por formar una familia no ha sido la única que le ha tocado enfrentar. Desde pequeño, la vida lo ha golpeado en varias ocasiones. De su infancia, recuerda carencias económicas que no mermaron sus ganas de salir adelante. "Cuando chico mi abuelo -quien me crió junto a mi abuela- me hizo un carretón con madera, con eso yo hacía fletes en la feria para comprar mis primeros regalos, que eran útiles escolares", recuerda emocionado.

Años más tarde, sus abuelos, a quienes considera sus padres, debieron migrar al extranjero. Esa fue la primera pérdida, pero no la última. A los 24 años logró encontrar a su padre a través de una guía telefónica. Cuando el lazo comenzaba a formarse, su progenitor enfermó de cáncer y falleció nueve meses más tarde. "Sentí como si quedara huérfano de nuevo", dijo.

Hoy, la unión entre padres e hijos se ha convertido en una de sus banderas de lucha. Desde 2010, trasladó su obra hasta el Hospital Calvo Mackenna y ha tocado infinitas puertas para mejorar las condiciones, tanto para los niños como los padres que están en el recinto. Entre esas mejorías está la petición de sofás o bergeres para que los adultos pasen las noches.

"Queremos darles tranquilidad a los padres de que tengan un lugar cómodo donde dormir en las noches. Muchos se entierran los alambres de los sillones durante las noches y duermen tomados de la mano de sus hijos sin saber si mañana estarán vivos", relató.

Otra de sus peticiones es wifi para que los niños internados puedan acceder a juegos y pasar de manera más grata su tiempo en el recinto de salud. "Con mi familia quisimos pagar un plan, pero las compañías nos cerraron las puertas. Los niños necesitan distraerse y estar en contacto con sus familias, que muchas veces vienen de lejos", reiteró.

Su mensaje final es que "todos podemos ser viejos pascueros. Quizás los hay en Chiloé, en la Antártida, pero allá no llega la prensa", finalizó.

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