Renuncia de Benedicto XVI y nueva etapa de la Iglesia
Su pontificado deja un importante legado doctrinario, y permite que su sucesor se enfoque en los enormes desafíos que la Iglesia Católica tiene por delante.

EL IMPACTO causado ayer por la renuncia a su cargo del Papa Benedicto XVI constituye un hecho de profunda significancia, no sólo porque la abdicación de un Papa es un hecho de escasa ocurrencia en la historia de la Iglesia Católica -la última vez fue hace casi 600 años- sino porque revela que, a pesar de las dificultades por las que ha debido atravesar en los últimos años, la milenaria figura del papado mantiene su relevancia e influencia en el ámbito mundial. El propio Benedicto XVI comunicó su partida, que tendrá efecto a partir del próximo 28 de febrero, arguyendo su avanzada edad como razón principal para no seguir ejerciendo el cargo.
Tras la muerte de Juan Pablo II en 2005, el cardenal alemán Joseph Ratzinger -quien por 20 años dirigió la Congregación para la Doctrina de la Fe- asumió el papado como Benedicto XVI, a la edad de 78 años. Su elección resultó significativa y sus primeros meses estuvieron rodeados de gran expectación, pues había un riesgo que quien sucediera a Juan Pablo II fuera eclipsado por el recuerdo de quien es considerado uno de los pontífices más relevantes de la historia moderna. Sin embargo, el actual Papa, gracias a su reconocida profundidad intelectual y nítido apego a la doctrina de la Iglesia -bajo su papado se cuentan tres encíclicas y numerosas cartas pastorales, además de libros sobre la vida de Jesús- logró constituirse en una influyente voz y con un sello inconfundible, si bien no alcanzó la enorme popularidad mediática de la que gozó su predecesor.
Benedicto XVI continuó y profundizó la línea doctrinaria que caracterizó a Juan Pablo II, manteniendo una continuidad en temas como el rechazo al aborto y al matrimonio entre personas del mismo sexo, así como una profunda crítica al materialismo económico y al hedonismo. Alzó también la voz duramente cuando denunció que Europa renegaba de su identidad al olvidar sus raíces cristianas. En la misma línea de continuidad con su predecesor, impulsó el diálogo con otros credos, buscando espacios de encuentro como la defensa de la vida humana en todas sus etapas y la recuperación del lugar que le corresponde en la vida social a la dimensión religiosa del ser humano.
El desafío más difícil de su pontificado fue probablemente enfrentar las denuncias de abusos cometidos por integrantes de la Iglesia católica en distintos países. Su decisión de sancionar a los responsables, de dictar normas para prevenir estos casos a futuro y el haber pedido públicamente perdón por los abusos -simbólica fue la alocución que pronunció en 2010 en Londres, cuando señaló que "reconozco con vosotros la vergüenza y la humillación que todos nosotros hemos sufrido a causa de estos pecados"- fueron pasos decisivos que la opinión pública recibió favorablemente.
Se abre así una nueva etapa para la Iglesia Católica, donde el sucesor de Benedicto XVI deberá liderarla en tiempos donde su misión evangelizadora debe ser realizada en una sociedad cada vez más secularizada y que desconfía de las instituciones tradicionales. El período del actual Pontífice probablemente será recordado como uno de transición, por su breve lapso de casi ocho años, pero donde esa conducción logró con éxito conjugar la profundización doctrinaria con una actitud abierta al diálogo en los temas contingentes de esta época.
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