Acompañamiento docente: la peor estrategia

Alumnos en sala de clases. Foto: Instituto O'Higgins.
Uno de los proyectos propone eliminar las notas en enseñanza básica.


Tanto la experiencia sistematizada de escuelas eficientes, como el común acuerdo de autores relevantes apuntan a que, sin importar el contexto, los colegios exitosos cuentan con directores que administran bien su tiempo, centrando sus esfuerzos en el acompañamiento docente. Suena bastante obvio, pero la realidad es que hay directores de establecimientos chilenos que pasan menos del 10% de su tiempo dentro de la sala de clases. Un reciente estudio sobre Eficiencia Escolar en Iberoamérica coloca a Chile como el país donde los directores dedican mayor tiempo a las tareas burocráticas. De igual forma, un estudio regional de la Unesco confirma lo anterior y señala que el tiempo que los directivos dedican a tareas pedagógicas incide directamente en el desempeño de los estudiantes, concluyendo la urgencia de reformular las políticas públicas para descargar a los directivos de tareas administrativas. En la misma línea, tras 10 años observando colegios exitosos y sistematizando buenas prácticas directivas, el investigador Paul Bambrick-Santoyo concluyó que los líderes de establecimientos exitosos pasan el 40% del tiempo fuera de sus oficinas, liberados de trabajo administrativo y enfocados solo en lo pedagógico: literalmente dentro del la sala de clase.

Es algo elemental. ¿Cómo puede un director de colegio mejorar la instrucción cuando no tiene la menor idea de lo que sucede al interior de las clases? Aún más, ¿cómo puede pedir una mejora de la instrucción si no está acompañando constantemente a los profesores y entregándoles herramientas para hacerlo? El mismo Bambrick sostiene que al recibir observación y retroalimentación frecuente, algunos profesores, en un solo año, pueden desarrollarse al mismo nivel que la mayoría de los docentes en veinte. En palabras de Linda Darling-Hammond, los países con mejores resultados en el mundo preparan a diario a sus profesores. Ya lo dijeron en Chile: el techo de la educación es la calidad de sus docentes.

Hace un tiempo tuve que presenciar una defensa de tesis magistral en la cual el candidato planteó, como punto de partida, que la falta de acompañamiento docente en Chile es un problema urgente a solucionar, una condición sine qua non para cualquier establecimiento; mientras que los examinadores sostenían que la ausencia de acompañamiento no es formalmente un problema, si no una estrategia que se puede tomar o no para conducir el establecimiento al éxito escolar. Presenciar esto resultó alarmante. Llevémoslo al plano deportivo donde nadie concibe a un equipo de fútbol exitoso sin entrenamiento o un entrenador destinando menos del 10% de su tiempo a las prácticas formales. Es precisamente el entrenador quien debe conocer de cerca a cada jugador para entregarle un feedback constante y las herramientas para su mejora. ¿Qué diríamos de un entrenador que se excuse del 90% de los entrenamientos dada la cantidad de trámites administrativos que debe hacer? ¿Qué confianza nos merece quien nos dice que el entrenamiento y el acompañamiento del entrenador, no son factores indispensables para el éxito, sino solo una estrategia que se puede tomar o dejar? Hay un línea muy delgada y vale la pena engrosarla. Si bien hay muchas estrategias para acompañar a los profesores, ese acompañamiento no es una estrategia en sí, sino un elemento esencial en una establecimiento. Vista como una estrategia desechable u opcional, el acompañamiento docente es la peor de las estrategias.

Se presenta entonces al menos un desafío importante y le corresponde a quienes definen las políticas públicas. No solo deben liberar a los directores, sino que además deben exigir que empleen su tiempo con foco en el aula. De otra forma, podremos decir como en el fútbol (y por favor leerlo con acento argentino): ¿Para qué te traje? Mientras que los directores estén ahogados en trámites administrativos y exigencias ideológicas y no puedan dedicar su tiempo a lo esencial, seguiremos discutiendo cómo llegar a una educación de calidad. Nadie concibe a un club contratando a un genio futbolístico e invirtiendo recursos para reternero para a continuación pedirle que se sumerja en un sinnúmero de trámites y pase el día en su oficina. Hemos sobreexplotado los colegios, pretendiendo en ellos resolver una infinitud de variables que a nivel social no están resueltos; muchas veces exigencias pensadas por un gobierno para después ser reemplazadas o modificadas por el siguiente, causando así una triple consecuencia: por un lado el ahogamiento de los directores que deben empaparse de las nuevas y fiscalizadas exigencias, "so pena de muerte"; por otro lado, el desplazamiento que el Estado ha hecho del rol principal y prioritario de la familia en la educación de sus hijos y, por último, se ha dejado en suspenso la mejora de la instrucción. Ahí yacen sentados nuestros estudiantes, a la espera de que nos pongamos de acuerdo en qué entendemos por "educación de calidad". Mientras, los expertos discuten desde lo ideológico, alejando a los directores de las salas de clases, dejando a los profesores sin retroalimentación constante y a los estudiantes sin una verdadera sociedad de oportunidades.

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