Ansias de poder

Una de las razones principales de la victoria de los proyectos verdes exitosos en Europa descansa en la convicción de sus dirigentes y militantes de que la única forma de ejercer el poder es -vaya sorpresa- obteniéndolo.



Esta semana fueron las segundas vueltas municipales en varios estados alemanes. Una de las grandes sorpresas fue el triunfo de varios candidatos de los partidos verdes. La victoria más emblemática fue en Bonn, ex capital de Alemania Occidental, donde la candidata verde derrotó al incumbente demócrata cristiano, del partido de Angela Merkel. Además, los verdes fueron los únicos que ganaron en votos en el estado. Esta tendencia se ha ido repitiendo en otros países en los últimos años, donde incluso los verdes han entrado a coaliciones de gobierno como en Francia, Finlandia, Dinamarca o Nueva Zelanda.

Los triunfos de los verdes en Europa y en el mundo siguen siendo modestos, pero permiten estudiar de forma comparada cómo partidos de nicho pueden acceder al poder de forma democrática. Los partidos verdes tienen un renacimiento en los ’60 y ’70 bajo una coalición de ambientalistas, movimientos sociales radicales y fuerzas de izquierda. De ahí en adelante, han ido construyendo plataformas que abarcan más allá de un par de demandas puntuales y han logrado, incluso, alzarse como una alternativa al declive de la socialdemocracia.

Se han ensayado muchas explicaciones sobre el éxito o fracaso de los verdes. El sistema electoral ayuda, ya que suelen tener más opciones en sistemas proporcionales. Asimismo, en la medida en que los países avanzan al desarrollo, las preocupaciones medioambientales se toman la agenda y les dan la razón a los verdes. Pero, propongo, una de las razones principales de la victoria de los proyectos verdes exitosos descansa en la convicción de sus dirigentes y militantes de que la única forma de ejercer el poder es -vaya sorpresa- obteniéndolo.

En un trabajo que publicamos junto a Wolfgang Rüdig en 2018 usando encuestas a militantes de partidos verdes en 9 países europeos, encontramos que en los casos más exitosos, los militantes tenían menos preocupación sobre la democracia interna de sus conglomerados y apoyaban estructuras organizacionales más jerárquicas y, potencialmente, más eficientes. En otro trabajo aún en revisión, encontramos que los militantes de partidos verdes que aún no acceden al poder prefieren movilizar agendas que ganar elecciones. Sin embargo, eso va cambiando en la medida en que empiezan a ganar elecciones. Lo más sorprendente es que cuando se consolidan en el poder y capitalizan su potencial electoral, la militancia vuelve a priorizar las agendas por sobre las elecciones. Es decir, comprenden que, para dar el paso desde el testimonio a la acción real, tienen que tomar posturas instrumentales en el camino.

Los partidos verdes en Chile han tenido una historia de poca relevancia, a pesar de algunos logros notables. Pero las lecciones de los verdes europeos nos permiten plantear una respuesta a la pregunta que ha rondado en el Frente Amplio chileno sobre si es conveniente “electorizarse” o si es mejor mantener la conexión con sus bases.

La evidencia nos plantea que estas opciones no son excluyentes. Es más, nos permite plantear que el éxito electoral de la coalición puede pasar por una conjunción de ambos elementos, donde las dirigencias partidarias no abandonan a las bases, sino que las movilizan y convencen de algo obvio: para ejercer el poder, primero hay que ganarlo en las urnas y en las negociaciones con otros partidos. Seguir planteando ambos objetivos como una contraposición es una condena a la irrelevancia. Los partidos no existen en aislamiento de los entornos políticos o de las otras fuerzas que disputan el poder, al contrario. Mientras las bases o la militancia crean que pueden avanzar en medio de un “vacío político” y no en un territorio donde ya existen fuerzas e ideas en competencia, se ve poco posible que movilicen a alguien más que a ellos mismos.

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