Columna de Daniel Matamala: Amateur, aún
Frivolidad, vanidad y falta de mesura frente a sí mismo. Boric no dimensionó la gravedad de los hechos, y, tras estallar el escándalo, se convenció de que su carisma y su credibilidad bastarían para solucionar el impasse. Que poner su grávitas en el ojo público resolvería el entuerto.
Este martes, el presidente Boric se enteró de que uno de los hombres clave de su gobierno, el subsecretario del Interior Manuel Monsalve, había sido denunciado por violación.
Lo que Boric hizo, y lo que no hizo, durante las 72 horas siguientes, convirtió un caso policial en una crisis política, y la llevó desde una repartición sectorial al corazón mismo de la Presidencia.
Con sus acciones y sus omisiones, Boric se puso a sí mismo, y a su Presidencia, en el centro de la tormenta.
El martes, el director de la PDI informó del caso a la ministra del Interior, Carolina Tohá, y ésta, al presidente. Ese mismo día, Monsalve les confidenció que había revisado las imágenes de las cámaras de seguridad del hotel donde habría ocurrido el delito.
Ante tales revelaciones, Boric no hizo nada. No denunció la acción de Monsalve, eventualmente delictiva. Tampoco lo removió de su cargo.
El miércoles, Monsalve viajó a la región del Biobío, en una avioneta de Carabineros, supuestamente para conversar con su familia.
El subsecretario siguió ejerciendo su cargo. El jueves en la mañana, tras regresar del sur, fue al Congreso a una sesión de la Comisión de Presupuesto.
El gobierno lo removió del cargo recién el jueves en la tarde, después de que el caso explotara públicamente. El propio Monsalve, hablando en La Moneda, comunicó su renuncia.
Las dudas arreciaron. ¿Qué sabía y qué no sabía La Moneda? ¿Cuándo se había enterado el Presidente de la denuncia? ¿Por qué se había mantenido a Monsalve en su cargo?
El viernes, Boric decidió despejar las dudas personalmente. Durante una actividad en terreno, reveló que “Monsalve me comentó ese martes en la noche que él había revisado las cámaras del hotel”.
El Presidente supo desde el principio que el subsecretario del Interior aprovechó indebidamente su cargo para provecho personal. Un hecho que la Fiscalía ahora investiga como eventual delito de obstrucción a la investigación y violación a la ley de inteligencia, y que constituye un flagrante abuso de poder de la autoridad ante un caso judicial en que se le investiga.
Ese solo hecho debió significar su renuncia inmediata, ese mismo martes. Pero el presidente Boric le permitió seguir en la subsecretaría, arriesgando que durante dos días más él siguiera usando su cargo público para maniobras personales relativas a la investigación.
¿Qué cambió entre el martes y el jueves? Que el caso se hizo público. La excusa de que no se le sacó de inmediato para que avisara antes a su familia no se sostiene, considerando que el jueves Monsalve estaba de vuelta, ejerciendo con plena normalidad, hasta que la denuncia apareció en la prensa.
La manera en que Boric reveló el tema de las cámaras el viernes, improvisando y sin darle importancia, parece mostrar que nunca entendió sus implicancias.
Su performance pública fue desconcertante. Enfrentó a los medios durante más de 50 minutos, sin seguir un guion claro, y oscilando entre entregar respuestas detalladas (incluso leyó sus mensajes de texto del martes con Monsalve), y afirmaciones vagas. Visiblemente descontrolado, recriminó a su encargada de prensa, que intentaba detener la actividad.
¿Qué ocurrió? ¿Cómo el presidente cometió tal cúmulo de errores en 72 horas?
En 2022, cuando el gobierno recién comenzaba, titulé una columna sobre su performance como “Amateur”. Ahí citaba un discurso de Max Weber, que advertía que el político está siempre en peligro “de tomar a la ligera la responsabilidad que por las consecuencias de sus actos le incumbe y preocuparse sólo por la impresión que hace”. Actuar con frivolidad “le hace proclive a buscar la apariencia brillante del poder en lugar del poder real”.
Para lograr sus fines, decía Weber, “el político tiene que vencer cada día y cada hora a un enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a sí mismo”.
Frivolidad, vanidad y falta de mesura frente a sí mismo. Boric no dimensionó la gravedad de los hechos, y, tras estallar el escándalo, se convenció de que su carisma y su credibilidad bastarían para solucionar el impasse. Que poner su grávitas en el ojo público resolvería el entuerto.
Los encargados de manejar profesionalmente el tema (vocería de gobierno y Secom) no fueron informados hasta el jueves, y el Presidente decidió saltarse todos los cortafuegos habituales en estas crisis, y ponerse a sí mismo en la primera línea.
Y además, lo hizo de una manera torpe e improvisada, sin un diseño claro más que repetir una y otra vez que actuaría con total transparencia, preocupándose, para citar a Weber, “sólo por la impresión que hace”.
La imagen que quedó fue la de Boric maltratando públicamente a la asesora que intentaba salvar a su jefe de lo que era, a ojos de todos menos del propio presidente, un completo desastre comunicacional.
Frivolidad, vanidad y falta de mesura frente a sí mismo: más que implementar una estrategia con destreza de ajedrecista, Boric escenificó una performance desastrosa.
En 2022, decíamos que “al comportarse como performer y no como ajedrecista; al encandilarse con la apariencia brillante del poder en vez de aprender a usar el poder real; al comportarse con vanidad y sin mesura, el presidente no actuó como un profesional de la política. Actuó como un simple amateur”.
En 2024, tras casi tres años de duro aprendizaje en La Moneda, nada de eso parece haber cambiado. Ante una crisis de gran envergadura, el Presidente de la República sigue comportándose como un amateur, aún.