Columna de Max Colodro: Un capítulo ejemplar



Gabriel Boric logró correr el cerco: luego de decirnos lo que en su opinión ocurriría si en el plebiscito de salida gana el Rechazo, el contenido del texto constitucional comenzó a evaporarse. En su reemplazo, el nuevo eje de tensión se ha ido trasladando a la pregunta por la mejor alternativa para reformar la Constitución vigente, o para cambiar la nueva. Es una situación insólita, sin precedentes. Un sector no menor de aquellos que apoyan la criatura generada por la ya disuelta Convención, antes de aprobarla y antes de que entre a regir, coinciden también en que debe ser modificada.

Dado este escenario, hemos entrado en un debate surrealista: el Presidente considera que, si triunfa el Rechazo, el proceso constituyente tendría que empezar de nuevo; otros sostienen que, en ese caso, la decisión de cómo continuar se traslada, tal como ocurrió en noviembre de 2019, al Congreso; algunos hablan de la necesidad de recurrir a una comisión de expertos.

En un nuevo pronunciamiento, Gabriel Boric agrega que los partidarios del Rechazo no tienen un camino trazado para reformar; y Cristián Warnken, líder de los Amarillos, le responde que los sostenedores del Apruebo tampoco han sido claros respecto a qué cambiarían en caso de ganar.

Al parecer, entonces, ya no estamos discutiendo ni sobre la Constitución vigente ni en torno a la que hoy busca reemplazarla, sino sobre la subsiguiente; o del imperativo de continuar indefinidamente elaborando una nueva Carta, hasta que, algún día, los chilenos decidan aprobar. En simple, podemos pasarnos meses e incluso años prolongando la incertidumbre y la inestabilidad institucional, en un país donde la inversión y el crecimiento económico son cada vez más exiguos, donde la gente que vive en campamentos solo aumenta, en que la migración ilegal no se detiene y el narcotráfico no deja de avanzar; un país donde la informalidad ya supera un 30% del mercado laboral, con el orden público semidestruido, donde la violencia golpea amplias zonas del sur y la inseguridad ciudadana se ha convertido en una forma de vida.

Nos damos el lujo de no querer llegar a acuerdos, de apostar al idilio de ver derrotada a esa mitad de Chile a la que no pertenecemos, porque el odio, el resentimiento y la intolerancia lo justifican todo; incluso, esta espiral de deterioro político e institucional, en la que tendremos por último el goce íntimo de poder culpar siempre a los adversarios. Así, hoy poseemos al menos una certeza: gane quien gane, pierda quien pierda, el proceso constituyente no termina; seguiremos peleando por tiempo indefinido, empezando de nuevo una y otra vez, corrigiendo hasta el infinito, porque esa otra mitad del país a la que no pertenezco no está dispuesta a ceder y a doblegarse.

Por qué fracasan los países, es el título de un libro célebre; un compilado de desaciertos históricos del cual nuestro proceso constituyente, este laberinto aún sin salida, va camino a convertirse en un capítulo ejemplar.

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