En algún momento el destacado cientista político Juan Pablo Luna vio un sendero iluminado para comenzar a salir de la crisis: la Convención Constitucional, gracias a los cuoteos y a la Lista del Pueblo, se parecía a Chile. Bastaba que esa diversidad armónica se plasmara en un texto constitucional para que el poder recuperara un margen de autoridad. Y, sin duda, el nuevo presidente debía ser quien mejor defendiera esa Constitución.

Meses después, pasada la primera vuelta presidencial, Luna llama a votar por Boric como quien más probablemente podría encaminar el proceso constitucional, pero el camino ya no brilla. Entremedio pasaron el caso “Pelao Vade”, el caso “Pelao Boliden”, el desplome de la Lista del Pueblo y la revelación de que la mayor parte de los “representantes indígenas” eran simplemente activistas de izquierda. La Convención, a segunda vista, ya no se parece a Chile. Y Chile, a juzgar por las encuestas de aprobación, ya tomó nota de ello. Tanto, que Boric prácticamente no pudo apelar al tema constitucional en su campaña.

La irresponsabilidad política de los convencionales ha rendido, entonces, amargos frutos. Hoy es absurdo decir que hay que “cuidar la Convención” de la derecha, cuando sus principales enemigos han sido la colección de personajes de izquierda facciosos, deseosos de show e incapaces de representar a alguien que no sean ellos mismos. Jaime Bassa destaca entre ellos, dado su cargo y el hecho de tener una formación jurídica privilegiada, que le habría permitido sustentar un personaje serio y ponderado.

El problema con una Convención coja y facciosa, como ha denunciado el convencional Bernardo Fontaine, es que envenena la presidencial. La moderación del candidato Boric sería más creíble si no fuera razonable pensar que la izquierda simplemente apostó a sacrificar una agenda radical para el Ejecutivo a cambio de instalarla por vía constitucional. Es decir, usar a Boric como el policía socialdemócrata bueno, mientras la Convención hace el trabajo sucio. Y la inmoderación mostrada por Loncón, Bassa y Atria después de la primera vuelta, que contrasta con el giro de Boric, bien puede sustentar esa sospecha. ¿Por qué la izquierda que domina la Convención no aprovechó la moderación de su candidato para hacer lo propio?

¿Es entonces Kast la mejor opción para tratar de moderar a la Convención? La respuesta no es obvia. Lo único que sabemos sobre el próximo gobierno, gane quién gane, es que no será hermoso ni estará bien. Quien gobierne decepcionará. El apretón económico viene sí o sí, la lucha partisana elitista no dará tregua y, en esas condiciones, delincuentes e insurgentes seguirán desafiando límites. Luego, si el plebiscito de salida se convierte en un plebiscito de aprobación respecto del gobierno de turno, esto podría explotarle en la cara a quien sea que gobierne.

En cualquier caso, la grieta entre sociedad y política seguirá creciendo. La lucha a muerte por el poder de los de arriba está cada vez más desacoplada de la lucha por una estabilidad vital próspera de los de abajo. Y si los convencionales no reaccionan -y nada indica que quieran hacerlo- escribirán sólo un capítulo más en el naufragio de nuestra democracia.