Columna de Sebastián Edwards: Humanidades, una conversación
El artista pop Andy Warhol alguna vez dijo que uno podía ser famoso por 15 minutos. A mí me tomó tan solo 15 segundos para que, en las redes sociales, en los diarios, en las columnas, en los blogs y en los chats se me declarara enemigo de las humanidades.
Me hice famoso por algo que dije de pasada en una entrevista sobre el futuro de la economía chilena. Declaré que para recuperar el dinamismo y avanzar en prosperidad y bienestar social, Chile necesitaba pasar a un nuevo estadio de desarrollo. Ello requería un fuerte aumento del número de trabajadores/as con educación superior especializada y técnica. Agregué que para exportar servicios de alto valor agregado precisábamos más científicos aplicados, más ingenieros, más diseñadores, más arquitectos.
Hasta ahí, creo, todo bien, lógico y aceptable.
Fue en los 15 segundos siguientes cuando detonó una bomba en las redes. Sugerí que, dada la necesidad de especialistas y técnicos, y en vista de que los recursos son limitados, se redujeran las Becas Chile de posgrado para las humanidades a casi cero, durante unos años. Fue ese comentario el que hizo arder Troya y desató un vendaval de críticas que aún no amaina.
Como lo que dije no tomó más que unos pocos segundos, creo que vale la pena explayarse y, parafraseando a Pablo Neruda, “explicar algunas cosas”. Lo primero es que jamás fue mi propósito “ningunear” a las “Humanidades” con “H” mayúscula, ni a quienes se dedican a ellas. Si ofendí, lo siento profundamente.
Lo que sí estaba implícito en mis palabras era una crítica a lo que llamo las “humanidades” con minúsculas, a las ideologías que en casi todo el mundo han cooptado a departamentos académicos que alguna vez fueron de gran nivel. Mi escepticismo estaba implícitamente dirigido a la “teoría crítica”, al feminismo radical, a la división del mundo en opresores y oprimidos, a las exigencias antirracistas de Ibraim X. Kendi, al poscolonialismo, al neopopulismo, y al posestructuralismo. Cualquier persona medianamente informada sobre lo que sucede en la academia internacional sabe – o debiera saber – que esas ideologías se han ido apoderando de muchos departamentos de humanidades en las más diversas geografías. No saberlo es, para decirlo directamente, de una ceguera preocupante.
Estas ideologías están detrás de las cancelaciones de Pablo Neruda, Ernest Hemingway y Jane Austen. También han sido canceladas obras como Moby Dick, El Mercader de Venecia, Huckleberry Finn, varias novelas de Agatha Christie, y Las Olas de Virginia Woolf.
Son estas teorías las que justifican las tomas y la destrucción de universidades y colegios. Son estas ideologías las que han suprimido el libre intercambio de ideas, impidiéndole a quienes piensan distinto participar en debates y conversaciones. Hace unas semanas a mí me impidieron la entrada a UCLA, donde imparto clases desde 1981. Son estas ideas las que están detrás de los afanes refundacionales y de los esfuerzos por poner la “diversidad, equidad e inclusión” por encima de la calidad académica. Son estas doctrinas las que, en algunas latitudes, se esfuerzan por extirpar el álgebra de las escuelas secundarias, porque se trataría de una disciplina racista. (Tal como lo leyó: ¡no hay que enseñar álgebra, porque es racista!).
Algunos dicen que en Chile no sucede nada de lo que critico, y que las humanidades siguen siendo lo que siempre fueron: prístinas y edificantes. La verdad es que no lo sé a ciencia cierta, pero mi conjetura es que es muy posible que en algunas universidades de la “Cota Mil” todo siga como antes, y que los jóvenes aun lean a los clásicos griegos y a Kant a la sombra de un tilo.
Pero lo que muchos me han dicho en forma privada - sí, en forma privada, porque le temen a las “funas” y a ser cancelados - es que en las universidades tradicionales estas ideologías han establecido una “cabeza de playa” y avanzan a paso seguro. Un ejemplo claro son las tesis sobre pedofilia aprobadas en la Facultad de Filosofía y Humanidades de Universidad de Chile. Una de ellas tiene un título que lo dice todo: “El deseo negado del pedagogo: ser pedófilo”.
Los cultores de estas ideologías justificaron “el que baila pasa”, y hoy impiden a los académicos entrar a sus oficinas y dictar sus clases. Estampan marcas de tinta en los brazos de los profesores, sin entender que la simbología de esos rótulos viene de los campos de exterminación nazis.
Propongo que conversemos abiertamente sobre estos temas. No sigamos escondiendo las basuritas debajo de la alfombra. Hay que hablar sin claudicar. Las preguntas sobre las que debe girar esta conversación son difíciles, pero no debemos escabullirlas. Lo esencial es combatir la intolerancia con fuerza y realismo. Entender que las verdaderas Humanidades están siendo asediadas por ideologías destructoras. Hay que devolver a las universidades su espíritu abierto y libre.
Para terminar, quiero volver a las Becas Chile. Desafortunadamente, hay una restricción de presupuesto. Gobernar es priorizar. Si queremos más becas en ciencias aplicadas, los fondos tienen que sacarse de algún lugar. Hace algunos años propuse que parte de ellos vinieran de economía. Pero, obviamente, hay otra opción: subir el presupuesto total de Becas Chile para posgrados. Las Humanidades (con mayúscula) pueden tener los niveles adecuados y las ciencias e ingenierías podrían aumentar las suyas. Pero, creo que habría que preguntarle a Mario Marcel lo que piensa sobre aumentar el presupuesto. Me tinca que sé cuál va a ser su respuesta, pero no la voy a adelantar. Quiero evitarle al ministro una “funa”.