Columna de Sylvia Eyzaguirre: ¿Cómo elegir a los nuevos convencionales?



Después del triunfo arrollador del Rechazo surge la pregunta, ¿y ahora qué? Existe relativo consenso entre los partidos políticos de la necesidad de continuar con el proceso constituyente. De hecho, el escenario actual de desilusión y cansancio es propicio para una empresa de este tipo. Las constituciones, por esencia, más que a un poema épico deben parecerse a un manual o instructivo, cuya función es establecer los principios básicos para la construcción y funcionamiento de la democracia; arreglo institucional esta última que nos permite, a través del autogobierno, resolver los conflictos de la sociedad de forma pacífica, a través de reglas que son justas y aceptadas por todos, y nos libra de la anarquía y los regímenes autoritarios. La función de la Constitución es crear las instituciones del Estado y reglar su funcionamiento.

¿Quién debería redactar dicho texto? Sin duda, diseñar los distintos poderes del Estado de manera de encontrar un equilibrio virtuoso en la distribución del poder es una tarea delicada que requiere experticia. De ahí la necesidad de una Secretaría Técnica compuesta por expertos que acompañe, asesore y redacte la propuesta constitucional. Pero no es necesario que la nueva convención esté compuesta por expertos, pues las definiciones macro de nuestra democracia es una tarea que compete a la política. Es la política en representación de la ciudadanía la llamada a definir si queremos un país plurinacional o con una única nación, un régimen presidencial o parlamentario, unicameral o bicameral, federal o centralizado, etc.

Es verdad que la tarea de los partidos políticos es articular y representar los diferentes intereses y cosmovisiones de nuestra ciudadanía a través de la tarea legislativa y el gobierno del Ejecutivo, y no la de diseñar las reglas del juego democrático. En la primera tarea, los partidos solo tienen sentido en la medida en que se diferencian de los otros; pero la segunda exige una lógica distinta para lograr la adhesión ciudadana a las reglas de la democracia.

¿Cómo elegir a los convencionales de manera que lo que prime no sea la diferencia sino lo que concita comunidad? Esta es la pregunta clave hoy. Sigo pensando que los partidos políticos tienen el rol principal en esta tarea, pero solo lograrán cumplir con ella en la medida en que sepan separar su programa de gobierno de las reglas básicas de la democracia. Esta distinción fue precisamente la que olvidó la Convención pasada. Para esta tarea, una lista única nacional presenta ventajas. En primer lugar, porque es el sistema que logra una mayor proporcionalidad, permitiendo que las distintas formas de entender el mundo estén presentes. Ello sin duda contribuye a la legitimidad del sistema, dada su alta representación. De hecho, con una lista única nacional no son necesarios los escaños reservados para minorías, pues por diseño la proporcionalidad de la lista única hace posible la expresión de minorías en el órgano electo. Por otra parte, una lista única nacional hace que los votos pesen casi lo mismo, cumpliendo con el ideal democrático. En tercer lugar, la lista única nacional desfavorece a los caudillos locales y favorece los intereses más generales, que para la elaboración de una Constitución es deseable. En cuarto lugar, la paridad de género es fácil de implementar sin necesidad de meter la mano a la urna, al exigir que hombres y mujeres se intercalen. Finalmente, fortalece a los partidos políticos y la disciplina partidaria, pues con listas cerradas (propio de un distrito grande), los candidatos son elegidos en función del orden de la lista que es determinado por el partido.

Por cierto, una aparente desventaja de la lista única nacional es que los votantes no eligen a la persona que los representará, sino al partido. Pero en términos de rendición de cuentas, es mucho más fácil exigir coherencia a un partido que a un individuo.

La lista única nacional es una fórmula utilizada con éxito en varias democracias. No podemos correr el riesgo de equivocarnos; es hora de pensar sin la calculadora en mano cómo serán elegidos los nuevos convencionales.

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