Opinión

De los debates al territorio

De los debates al territorio Andres Perez Andres Perez

Jeannette Jara anunció esta semana la decisión de disminuir su asistencia a foros y debates (restándose de varios en los que ya estaba comprometida) para concentrarse en recorrer el país, acercándose así a los (olvidados) “territorios”. Habiendo privilegiado hasta ahora las instancias gremiales y de grupos organizados, afirma la candidata, en adelante buscará llegar “a los chilenos y chilenas de a pie”, para encontrarse con ellos “cara a cara”.

Lo que podría parecer una mera decisión estratégica, propia de una campaña, merece sin embargo mayor atención, pues revela el tipo de comprensión que tiene la candidata de la ciudadanía, así como su aproximación a la política. En esta decisión, Jeannette Jara fija una dicotomía, una tensión entre las alternativas que se le presentan: estar en los debates supondría estar lejos de la gente común. Así, en lugar de pensar que se trata de instancias complementarias, la candidata las contrapone, y sugiere que debemos elegir entre ellas. O le hablas a las élites (que ejercen “presión” en “foros cerrados”) o a las grandes mayorías. Y ante ese dilema, sería evidente por cuál optar. La candidata ha sido muy explícita en esto: es tiempo de “menos discurso, menos política, más calle y pies en la tierra”, declaró al comunicar su decisión. Apropiándose del registro propio de un “populismo democrático” recomendado por asesores entusiasmados por su triunfo en las primarias, Jeannette Jara justifica su abandono de los debates como un acto reivindicatorio, con el cual podrá establecer un “contacto directo con la ciudadanía”.

Podríamos detenernos en el tipo de conocimiento privilegiado al que habría accedido la candidata, que le permitiría prescindir al fin de toda mediación para encontrarse con el “pueblo”, pero vale la pena también advertir la impostura de su apuesta. Porque el anuncio de Jara esconde una deliberada evasión. Los debates no sirven solo para escuchar a los grupos organizados, sino que son también instancias donde los candidatos son interpelados y deben dar razones de aquello que proponen y defienden. Por eso importan: no por quienes convocan, sino por el tipo de diálogo que generan, y del cual un candidato presidencial no puede restarse. Y eso es lo que Jeannette Jara quiere evitar. No es que le importe tanto ir a encontrarse con la ciudadanía (que por lo demás hoy no está precisamente en las calles), sino que busca eludir preguntas difíciles que la obliguen a justificar lo que ha dicho y hecho.

Estas semanas han sido una buena muestra de lo que describimos: la candidata reniega de dimensiones fundamentales de su programa original (que por haber ganado la primaria, curiosamente, ya no podría defender), olvida convenientemente haber defendido políticas hoy inaceptables, y atribuye a sus adversarios cosas falsas (habrá sido premura, pero José Antonio Kast nunca estuvo en el Senado y es de esperar que ella no quiera reducir a sus miembros a una casta dedicada a enriquecerse).

A Jeannette Jara no le gustan los debates entonces porque allí debe explicarse, y prefiere en cambio la calle porque cree que podrá evitar ahí ese ejercicio incómodo. Quizás piensa que, en la calle, tan romantizada por su entorno, no debe dar razón alguna. Pero podemos dudar de que su estrategia sea eficaz. Un político que no sabe estar en todos los espacios termina comprometiendo su performance general. Quizás por lo mismo, aunque la ciudadanía no siga todos los debates, Jeannette Jara está tocando techo en las encuestas. Todo puede cambiar, por cierto, pero eso no impide poner en evidencia su farsa: la candidata deja los debates no por vocación popular, sino para mantener en pie un personaje cuya propia trayectoria refuta.

Por Josefina Araos, investigadora IES

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