Democracia extrema



Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Fac. de Derecho U. de Chile

Cuando años atrás el hoy convencional Fernando Atria afirmó que el problema “constitucional” tendría que “resolverse por las buenas o por las malas”, el foco del debate ignoró la explicación que dio a sus palabras. En su opinión vivíamos bajo instituciones deslegitimadas como consecuencia de las supuestas “trampas” de la actual Constitución. Paradojalmente, ahora en el nuevo proceso constituyente lo que abundan son precisamente los intentos de introducir trampas, socavando con ello su legitimidad.

Chile avanza por una pendiente hasta hace pocos años inimaginable. No se trata, como se pretende, que la ceguera de unos haya impedido ver las necesidades, reclamos o desafecciones de otros. Enfrentamos una enorme crisis de nuestra democracia representativa, crisis de liderazgo y, por qué no decirlo, crisis intelectual. La falta de reflexión y formación cívica nos ha pasado la cuenta. Por mucho tiempo dimos por sentadas las ventajas de la democracia mientras las nuevas generaciones, sin la conciencia histórica de otras anteriores, solo veían sus límites y carencias.

En este contexto, se abren paso las posiciones extremas, la insensatez, y por cierto la malicia y deshonestidad democrática de la que se hace gala día a día en el debate político. Ya casi nada nos puede sorprender. Ni los retiros de los fondos acumulados para la vejez como forma de cohecho masivo, encubierto de política pública, para asegurar votos en las próximas elecciones, ni la Convención Constitucional que se esfuerza día a día por idear nuevas fórmulas que le permitan saltarse las reglas constitucionales que la originaron. Así, restringir la libertad de expresión imponiendo un burdo concepto de negacionismo, alterar los quórums de votación, introducir plebiscitos dirimentes que hagan letra muerta del plebiscito de salida en el que se debe aprobar o rechazar el texto constitucional, pretender alterar el período de duración de los cargos de elección popular que se elegirán en noviembre (por cierto sujeto al resultado, ya que la coyuntural mayoría de convencionales tiene en sus manos definir a su gusto si éste le agrada), son las trampas que se quieren introducir por las buenas o las malas ante la indiferencia de la ciudadanía. La consigna parece ser que todo vale para alcanzar y monopolizar el poder.

Estamos frente a lo que la socióloga Domique Schnapper, hija del notable pensador Raymond Aron, ha llamado democracia extrema: el momento en el que la democracia, por sus excesos, se convierte en antidemocrática. La democracia iliberal no es democracia, sino que solo su remedo autoritario. Lamentablemente nuestra Convención Constitucional pareciera ser el paradigma de ello. “En nombre de una democracia abstracta y absoluta, que nunca ha existido ni puede existir, se destruye la democracia concreta, la que puede existir y que, con sus límites, ha existido”.

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