El artefacto

cheyre
Juan Emilio Cheyre pasó de ser el general del Nunca Más al primer excomandante en jefe del Ejército condenado por crímenes de lesa humanidad. Foto: Patricio Fuentes/Archivo


Si Rasputín no hubiera existido, no habría habido más remedio que inventarlo, hace decir León Trotski al senador Tgantsev en su monumental "Historia de la Revolución Rusa". El Antiguo Régimen se tambaleaba, y la familia real prefería cerrar los ojos ante los evidentes pecados de su favorito, a quien la zarina comparaba con Jesucristo. La dinastía Romanov, enfrentada a un momento crucial, "encontró un Cristo a su imagen y semejanza", dice Trotski. Un hombre supuestamente virtuoso, capaz de salvar a un imperio en descomposición.

La historia y la personalidad de Juan Emilio Cheyre no tienen, por cierto, nada que ver con las de Rasputín. Pero, parafraseando a Tgantsev, habrá que decir que si Cheyre no hubiera existido, no habría habido más remedio que inventarlo.

Cheyre fue un artefacto: el objeto construido para un determinado fin, según la RAE. El artefacto de la narración de un Chile reconciliado y un Ejército renovado.

El artefacto comenzó a construirse en 1996, cuando el embajador chileno en España, el socialista Álvaro Briones, y el agregado militar de esa legación, Juan Emilio Cheyre, organizaron un seminario en El Escorial. Fue la excusa para extensos conciliábulos entre el entonces ministro Ricardo Lagos, dirigentes socialistas como el ubicuo Enrique Correa, generales, y asesores políticos de Augusto Pinochet, por esos días aún comandante en jefe del Ejército.

El Escorial allanó el camino para la inminente convivencia entre un futuro presidente socialista y el Ejército que había derrocado al último mandatario de ese partido.

Cuatro años después, Ricardo Lagos llegó a La Moneda con la misión de cerrar la transición. Y suponía tener el hombre perfecto para ello. Nombró a Cheyre comandante en jefe del Ejército, y en 2004 este publicó su "Nunca Más", en que asumió la responsabilidad institucional por los crímenes de la dictadura y pidió perdón a las víctimas.

Fue -no cabe minimizarlo- un momento genuinamente histórico para un Ejército que hasta entonces se había empecinado en negar o minimizar los atroces crímenes de la dictadura.

Fue también el momento en que la Concertación canonizó a Cheyre. Y asumió que su Nunca Más debía ser protegido inmunizando a su persona, confundiendo principios con individuos, instituciones con biografías. Cheyre debía ser, no un ser humano con luces y sombras, sino un virtuoso, un impoluto, un símbolo.

Seis meses después, la marcha de Antuco golpeó al país: 45 conscriptos fueron enviados a la muerte en medio del viento blanco por órdenes sádicas e inhumanas. Pese a la magnitud de la tragedia, Cheyre se negó a asumir la responsabilidad de mando y dejar el cargo. No renunció y Lagos lo blindó con una defensa cerrada. Tras completar su período, pasó a la vida civil y fue designado presidente del Servicio Electoral y asesor para la defensa de Chile en La Haya.

Pero las sombras lo persiguieron. Primero fue Ernesto Lejderman, el hombre que, con apenas 3 meses de vida, fue entregado por Cheyre en un convento después del asesinato de sus padres por una patrulla militar.

Luego, el caso Caravana de la Muerte, por el que acaba de ser condenado como encubridor. Su abogado lo atribuye a una "persecución política infame". La verdad es que Cheyre gozó de gran apoyo político. Sus contertulios de El Escorial no lo olvidaron: Enrique Correa lo asesoró ad honorem, y su defensa propuso al expresidente Lagos como "testigo de contexto".

La justicia lo desestimó. ¿Qué tienen que ver en la investigación de un crimen ocurrido en 1973 las decisiones políticas que Cheyre tomó tres décadas más tarde?

Esa separación es decidora. Porque demuestra que, más allá de la sentencia, que es apelable, el artefacto ha sido desmontado. El Cheyre de estatua ha sido reemplazado por un hombre de carne y hueso. Y su historia personal ha sido separada de la de Chile.

Y tal vez eso sea una señal de madurez. Consolidado el Nunca Más, pasado el tiempo oscuro de la defensa institucional de los crímenes, el artefacto ya no es necesario.

Ya no hay que seguir inventando lo que nunca existió.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.