Por Juan Cristóbal PortalesEl dilema Kast: entre la épica del cambio y la tentación de la moderación

El debate de anoche dejó algo claro: José Antonio Kast está entrando a la zona más resbaladiza de cualquier candidato que roza La Moneda. Esa etapa donde la épica del “cambio total” empieza a chocar con la ingeniería fina —y siempre decepcionante— de la gobernabilidad. Lo que hasta hace poco era un catálogo de certezas radicales —mano dura en seguridad, migración a cero, auditorías totales al Estado, recortes drásticos del gasto, reversión de las 40 horas— hoy aparece envuelto en matices, condicionales y una moderación calculada.
La pregunta es obvia, pero no por ello menos inquietante: ¿está Kast moderándose porque cree que es lo correcto o porque ya entendió que buena parte de su programa puede ser impracticable sin desatar un incendio institucional? O peor aún, ¿porque ciertos apoyos políticos y empresariales le están pidiendo algo de “realismo” para evitar un terremoto a ciertos cimientos económicos e institucionales?
El problema —y acá está la verdadera encrucijada— es que ese giro al centro, que en apariencia podría darle estabilidad a un eventual gobierno, también puede convertirse en su talón de Aquiles. Porque buena parte de su electorado no busca matices, sino certezas. No quiere gradualismo, sino golpes de timón. Son personas que dejaron de creerle a la élite y a los liderazgos tradicionales justamente por años de cierto inmovilismo que no han resuelto ciertos problemas estructurales y emergentes.
Si Kast deja de encarnar esa promesa de ruptura antes incluso de asumir, corre el riesgo de perder la luna de miel antes de comenzarla. Peor aún: arriesga diluir sus apoyos en un Congreso donde todo depende del termómetro semanal de las encuestas y donde la fragilidad política es la norma.
Ahí está su dilema mayor: si se mantiene firme en su hoja de ruta original, chocará inevitablemente con el establishment político y económico que exige gradualismo, consensos y reformas desintoxicadas. Pero si opta por ese camino moderado, corre el riesgo de perpetuar la frustración de grupos ciudadanos que lo apoyaron precisamente porque prometía algo distinto.
Acá la comparación con Donald Trump puede ser ilustrativa. En Estados Unidos, el presidente norteamericano decidió gobernar exactamente como hizo campaña: frontal, disruptivo, sin pedir permiso. Y lejos de erosionarlo ante su base, esa coherencia radical lo consolidó. Su estrategia —incómoda para las élites, efectiva para su núcleo duro— señala que mantener el tono de campaña puede ser, en ciertos momentos históricos, más rentable que moderarlo.
Kast está atrapado entre dos tesis: una apuesta por cambios rápidos aunque duelan, o la ruta de los ajustes lentos aunque no resuelvan mucho. Resolver esa contradicción —sin traicionar a uno ni paralizarse frente al otro— será la verdadera prueba. Porque en política, moderarse puede ser sensato, pero también puede costar un país. Y sobre todo, puede costar la presidencia antes de ejercerla.
Por Juan Cristóbal Portales, periodista, socio de Sway Latam Consultores.
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