Opinión

Gobernabilidad en la derecha

Gobernabilidad en la derecha

La primera vuelta presidencial confirmó un reordenamiento sustantivo en el electorado de derecha. El avance de opciones más radicales no solo evidenció un desplazamiento en las preferencias ciudadanas, sino que también modificó la distribución interna de poder. El holgado triunfo de José Antonio Kast consolidó su liderazgo y desplazó la hegemonía que durante años ejerció Chile Vamos, situando al eje republicanos–nacional-libertarios–socialcristianos como nuevo centro de gravedad del sector.

Este desplazamiento plantea un desafío estructural: transformar el impulso electoral en una coalición de gobierno capaz de sostenerse. La evidencia comparada y nacional invita a la cautela. Las tensiones entre las “almas” del gobierno saliente erosionaron su capacidad de conducción, coherencia interna y eficacia legislativa, del mismo modo en que el segundo gobierno de Sebastián Piñera enfrentó una coalición fragmentada que limitó su margen de acción en momentos críticos. En el presidencialismo chileno, mayorías que no logran consolidarse como coaliciones coherentes tienden a diluirse con rapidez, debilitando la capacidad del Ejecutivo para impulsar su agenda.

En este marco, la interrogante clave de cara a la segunda vuelta no es solo si la derecha puede obtener la victoria, sino si puede gobernar de manera unificada. La campaña ha evidenciado que las tres principales fuerzas del sector carecen de una coincidencia programática nítida, pese a compartir un diagnóstico común sobre el fracaso del actual gobierno en seguridad, migración irregular, orden público y crecimiento económico. No obstante, la convergencia diagnóstica no implica un acuerdo automático sobre las soluciones.

Las divergencias afloran en la intensidad de las medidas propuestas. En migración y control fronterizo, Kast —y, con mayor radicalidad, Kaiser— promueven intervenciones más drásticas que las planteadas por Matthei. Esto abre una cuestión analíticamente relevante: cómo se procesará, en un eventual gobierno, la tensión entre distintas concepciones de las funciones regalianas del Estado, que abarcan desde la diplomacia y la conducción institucional hasta el uso legítimo de la fuerza. El equilibrio entre estas aproximaciones será determinante para la estabilidad de la coalición. A ello se suma la necesidad de corregir los desajustes entre diagnóstico y cuantificación programática observados en la primera vuelta. También persiste la incertidumbre respecto del rol que asumiría la “batalla cultural” impulsada por Kaiser, ámbito de alta polarización entre las élites partidarias, a diferencia de los temas económicos, donde las brechas son menores.

La derecha llega a esta segunda vuelta en una posición favorable, pero enfrenta la responsabilidad de demostrar que puede administrar sus diferencias internas y traducir su diagnóstico compartido en un proyecto gubernamental consistente. El electorado no solo demanda orden y seguridad; exige una racionalidad programática capaz de sostenerlos.

Por Stéphanie Alenda, directora de investigación FECS-UNAB; directora del núcleo Milenio CRISPOL

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