La desesperación brasileña

Jair Bolsonaro


Salvo un milagro, Jair Messias Bolsonaro será el próximo Presidente de Brasil. Los 17 puntos de diferencia y la cercanía en primera vuelta de la mayoría absoluta hacen que esa distancia sea prácticamente irremontable. El único caso de reversión de una diferencia parecida se dio el 2016 en Perú. En segunda vuelta, Pedro Pablo Kuczynski, que había obtenido 21,05% en primera, derrotó a Keiko Fujimori, que había alcanzado 39,8% de los votos. Las circunstancias políticas son, sin embargo, muy distintas, y lo que le falta a Bolsonaro para llegar al 50 más uno es mucho menor que en el caso de Perú.

Aunque el resultado de la elección haya sido recibido con cierta euforia por los mercados, con una fuerte alza de la Bolsa brasileña y una subida del real, el pronóstico de lo que viene hacia adelante para Brasil es más que sombrío. Bolsonaro no encarna un proyecto, representa más bien un estado de ánimo que ha transformado la desesperanza respecto de las fuerzas políticas tradicionales en una franca desesperación de la mayoría del electorado. Durante la campaña, Bolsonaro ha mostrado más consignas que propuestas y proferido más insultos que argumentos; más descalificaciones que llamados a superar la profunda polarización. Su programa ultra neoliberal, conducido por Paulo Guedes, se estrellará rápido con las complejidades de la economía brasileña y las grietas que exhibe la globalización. El éxito de Bolsonaro se construyó en el barro de la inseguridad, el desempleo y la corrupción. Nada bueno saldrá de allí.

Las responsabilidades del PT son ineludibles. Fue condescendiente con la corrupción y pecó de sectarismo. No intentó atraer al centro representado por Fernando Henrique Cardoso, empujándolo hacia la derecha, y no fue tampoco capaz de unificar a la izquierda. En la pasada elección, una alianza con Ciro Gomes desde la primera vuelta habría generado una candidatura capaz de competir mano a mano con Bolsonaro.

El precio a pagar es terrible. No se trata simplemente de la alternancia propia de las democracias. Bolsonaro encarna la barbarie: el racismo, la misoginia, la homofobia, el fanatismo religioso, la intolerancia.

Hay mucho que aprender de esta triste experiencia. La naturalización de la corrupción, el estancamiento económico, el fracaso en la lucha contra la delincuencia, la incapacidad de generar alianzas sólidas, las divisiones de la izquierda, la ausencia de políticas de protección social para los sectores medios se alinearon para hacer posible esta tormenta perfecta que azota a Brasil. Son faltas graves que es preciso prevenir.

Bolsonaro es mucho más peligroso que Trump, por una razón muy sencilla: anda armado. Generales en retiro son parte de su reducido equipo de trabajo, su vicepresidente es también un exgeneral y es conocida su articulación con importantes sectores de las FF.AA.

En este sentido, son especialmente graves las reacciones con que este resultado ha sido recibido en la derecha chilena. Que el exdiputado Kast lo salude fervorosamente no puede llamar a sorpresa. Es más preocupante que busque montarse en esa ola alguien como el senador Ossandón; que los presidentes de la UDI y RN reconozcan una cierta simpatía, y que el propio Presidente de la República le haya encontrado su lado bueno, evitando una condena clara y neta.

Bolsonaro tiene un solo mérito: su franqueza. Frente al horror que puede significar su posible gobierno nadie tendrá derecho a decir que no sabía, que no estaba advertido.

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