Opinión

La izquierda como oposición

Santiago, 21 de noviembre de 2025. La candidata presidencial Jeannette Jara presenta a su nuevo comando en cara a la segunda vuelta. Diego Martin /Aton Chile Diego Martin

Un cientista político conocido me hizo ver hace algunos días un dato que no deja de ser llamativo: desde que la izquierda pasó a estar en la oposición, es decir, desde 2010 en adelante, la derecha ha obtenido los mejores resultados electorales de su historia.

Si contamos los primeros 20 años desde el retorno a la democracia, el resultado es cuatro a cero en favor de la izquierda: Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet I. Sin embargo, tras el fin de la era concertacionista, el marcador se revierte en favor de la derecha por tres a dos: Piñera I, Bachelet II, Piñera II, Boric y Kast.

Pero lo más interesante no es tanto el cambio de tendencia, sino el margen cada vez mayor con que la derecha ha logrado superar a la izquierda: si en 2010 fue por apenas tres puntos porcentuales, en 2017 fue por cerca de nueve puntos, y en 2025 se amplió a 16 puntos, alcanzando esta vez casi el 60% de la votación de segunda vuelta.

Probablemente, para quienes son más jóvenes, esto no parezca tan sorprendente. Es como las Copas América obtenidas por la selección de fútbol. Los sub-30 tienen poca conciencia de lo que significó haberlas obtenido en dos ocasiones consecutivas, luego de un siglo de fracasos. Lo mismo ocurre ahora. Hay poca conciencia de lo excepcional de este ciclo, sobre todo si se tiene en cuenta que en los 80 años previos solo en una ocasión la derecha había logrado imponerse (y con mayoría relativa de los votos).

Las explicaciones para este fenómeno pueden ser diversas. Los análisis poselectorales dan para todos los gustos. Desde quienes aluden a corrientes globales surgidas como reacción al wokismo de las izquierdas, que de tanto abrazar causas de minorías terminaron abandonando las urgencias de las grandes mayorías, hasta quienes apuntan a las dificultades de las democracias liberales para enfrentar fenómenos de creciente complejidad, como el desborde de los flujos migratorios o el crimen organizado transnacional. Todo ello estaría favoreciendo posiciones más conservadoras, que antaño parecían tener escasas posibilidades de éxito electoral.

Dichas causas parecen atendibles, pero, a mi juicio, evaden un tema central: el papel jugado por la izquierda en Chile cuando ha sido oposición. Basta revisar los discursos y conductas.

Desde el mismo instante en que la Concertación abandonó La Moneda, en marzo de 2010, se inició un trabajo de demolición política que estuvo a punto de lanzarnos por el despeñadero en octubre de 2019. Fueron años de negar la sal y el agua, de desconocer la legitimidad de los adversarios, de atizar la confrontación por sobre la colaboración; la calle antes que las instituciones. De desdeñar la experiencia y el conocimiento práctico, de refundar por sobre reformar, de insuflar expectativas en vez de conducirlas con responsabilidad.

Si la oposición actual —o parte de ella— prestó sus votos para reformar el sistema previsional o salvar a las isapres, pagando altos costos por ello, ¿qué momento equivalente es posible encontrar cuando la izquierda estuvo en la oposición?

Aquella estrategia puede haber sido útil para obtener algunos triunfos pasajeros, pero a la larga significó su desfonde político y electoral. Porque la vara con que midieron cuando fueron oposición fue la misma que usó la ciudadanía para medirlos cuando llegaron al gobierno, primero con la Nueva Mayoría y luego con el Frente Amplio. El resultado fue un desengaño brutal.

No hubo paraíso en la tierra. No llegó el reino de la igualdad. A lo sumo quedaron autocríticas tan pretenciosas como extemporáneas, que no salvan en ningún caso el aplastante peso de la derrota.

Por Gonzalo Blumel, Horizontal.

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