Por Joaquín TrujilloLas venas ocultas

¡Qué rara se va volviendo la política cuando nos acostumbramos a que se convierte en cualquier cosa!
Es una Tebas no de siete, sino de mil puertas. Si las cerrara todas, no podría respirar, pero si las abre sin criterio, las corrientes de aire acaban por remecerla, incluso arrancarla de sus cimientos.
Es tan estrictamente práctica, prudencial, que en ella cualquier teoría hace agua, en estado sólido, líquido o gaseoso, mas agua al fin.
La verdad puede ser dicha y nunca tanto, pues los adherentes podrían enterarse del profundo fracaso y abandonar varada (o peor, encallada), como está, la embarcación. Y las encuestas, que viven de verdades subjetivas, quedarse sin ellas, como sin materia prima, si sus consultados mienten u omiten, por desconfianza, rebeldía juvenil, paranoia o qué sé yo. Ya lo advirtió el doctor Viktor Frankl: los pacientes aprenden a manipular el diagnóstico.
Porque la política entendida única y exclusivamente como la pugna por el poder, define más bien otro asunto, eso que ella tendría precisamente que evitar, la guerra o, lo que se le parece, las tensiones que la invocan.
De alguna manera, a eso apuntaba Platón al explicar que la política no la hacen ni los fabricantes ni los usuarios de espadas, arcos y flechas. Él propuso que el más indicado era el filósofo o el rey capaz de filosofar, o sea, digámoslo claro, de discernir lo permanente, aquello que pese a las locuras de temporada, explosiones de entusiasmo, virtudes desproporcionadas, subsiste.
Pero cuando la política es un inmenso despliegue que tiene por propósito ocultar ese afluente, tal vez no deliberadamente (o tal vez, sí), tarde o temprano, muchos empiezan a concluir que esa modalidad es dinámica perversa, a la larga nefasta para todos.
En ese momento, comienza a vislumbrarse la posibilidad de que la política no se trate tanto de la pugna por el poder, como más bien de entrenarse en el saber de a quién confiárselo.
Llegado ese momento, aunque ya tarde, esas personas hayan quizá decidido dedicar sus esmeros a otras cosas, como esas venas que se ocultan hartas de jeringas que invaden para meter o sacar.
Quien promueve un ambiente adverso puede engendrar una especie apta o también extinguirla. Lo que mata no hace más fuerte habría que retrucar a Nietzsche y Kelly Clarkson.
De nuevo, puesto que es prudencial, la fórmula está siempre viva, en el sentido jabonoso de esa palabra.
Los grandes políticos que abrieron espacios (tal vez demasiados) como Arturo Alessandri y Pedro Aguirre Cerda, fueron los epónimos, o sea, los nombres con los que se bautizó un mutuo entendimiento para nada total, pero sí muy amplio, del que participaban personas que nadie se hubiera imaginado involucradas en un mismo circuito. Los otros tuvieron otro nombre. Proclamado candidato presidencial por los partidos progresistas en 1915, Enrique Mac-Iver, por ejemplo, se opuso a ese alto honor porque su nombre dividía.
Las venas de la verdadera política seguro por un inveterado decoro no están abiertas, expuestas y, sin embargo, irrigan muy lejos.
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP
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