Lo que importa


Uno de los asesinos de Jaime Guzmán fue entrevistado por un medio de comunicación desde su celda. En un intento propio de cualquier delincuente, intentó justificar, dar una cierta legitimidad al crimen. El episodio generó polémica y críticas a Gendarmería y al canal de televisión, pero nada de eso creo que merezca demasiada atención. La mundana confluencia de intereses entre un preso y un editor ávido de un par de puntitos no hace más que expresar cómo, por entre los pliegues de las costuras de toda sociedad, inevitablemente se asoman sus miserias, esto ya lo describieron de manera insuperable Balzac y Shakespeare, entre otros, hace varios siglos.

Las sociedades no se dividen entre las que padecen la violencia, el odio o la barbarie y las que no; allí donde está el ser humano aparece todo esto, lo que importa es la manera en que cada grupo socialmente organizado enfrenta sus miserias, procesa las amenazas que, desde sus bordes, corroen la forma de convivencia civilizada a través de la violencia, el fanatismo, el impulso atávico de sometimiento al que piensa distinto o se le reconoce como alguien diferente.

En las sociedades más sanas, en que la civilización logra domeñar a la barbarie, el repudio cultural contiene esas expresiones, las reduce a lo que deben ser: manifestaciones patológicas sin valor, ni espacio de legitimidad alguna. Así, quedan fuera del juego, metafóricamente hablando, el crimen político, las descalificaciones de odio y las distintas expresiones de la violencia, de una manera que el sistema social se comporta con una actitud consistente, en sus distintas expresiones, desde las instituciones formales del Estado, hasta las posiciones políticas o intelectuales.

En los últimos años los chilenos hemos retrocedido una enormidad en el grado de validación de la violencia. Ha vuelto a emerger una izquierda mesiánica, con un discurso maniqueo que explica los procesos sociales desde la lógica de buenos y malos, poderosos y débiles, abusadores y abusados, toda una dialéctica que, en el fondo, deja de entender la política como una manera racional de procesar las diferencias, para convertirla en un campo de batalla entre fuerzas que no se reconocen como equivalentes éticamente. El fenómeno tiene algo de signo de nuestros tiempos, en España, por estos días, el líder de Podemos habla de la “derecha criminal”.

La violencia recurrente y regular en Plaza Baquedano; grupos como el de los “ciclistas furiosos”, desafiantes y agresivos en el espacio público; las funas; las imágenes que vemos de destrucción de propaganda electoral, que no ocurren furtivamente, sino abiertamente y con pretensión de “justicia”; la exclusión de ideas, mediante la noción de lo “políticamente correcto”, configuran este ambiente. En este contexto se da la entrevista, eso es lo que importa.

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