Por Héctor SotoLo que pasa, lo que queda

Las trampas de la verdad. En El futuro de la verdad (UDP, Santiago, 2025) el cineasta alemán Werner Herzog se pregunta qué entendemos por verdad en estos tiempos de mentiras, de photoshop y de fake news. Es cierto que nuestras brújulas no parecen muy bien calibradas para distinguir lo verdadero de lo falso. Pero -tranquilos- ¿en alguna época las cosas fueron distintas? A su juicio, no. No al menos en el antiguo Egipto. Tampoco la Roma de Rómulo o de Nerón. Menos la de Constantino. Para qué hablar de la Rusia de Catalina la Grande o de las numerosas falsificaciones de los últimos siglos. No son las mentiras, sin embargo, que nosotros mismos respaldamos muchas veces, las que debieran hacernos perder el sueño. Alguna fatalidad pareciera existir en estos temas, puesto que las verdades siempre salen a pérdida. Por lo mismo, para Herzog lo que importa rescatar -desde el arte, desde la poesía- son las que él llama “verdades extáticas”, donde, desafiando credibilidades y lugares comunes, la humanidad se junta con revelaciones que logran capturar por un momento el sentido de la vida. Esas serían las verdades que valen. Herzog, realizador que conoce cualquier cantidad de gente rara en el mundo de los deportes, de la ciencia, de la política y del arte, cree que cuando eso ocurre los resultados soportan o se sobreponen a cualquier sistema pedestre de verificación.
De prestado. Siendo en muchos sentidos todo lo contrario de Una batalla tras otra -porque es una película chica, porque pertenece a una directora que jamás ha querido subirles el volumen a sus realizaciones- hay buenas razones para sostener que Mente maestra también está entre las mejores películas de este año. Cineasta de verdades de tono menor, la estadounidense Kelly Reichardt, autora de películas inolvidables como Wendy y Lucy y Old Joy, realiza esta vez una cinta que se inscribe en el formato del cine de géneros. Porque se trata de una película de robo. Claro que de un robo muy a la Reichardt. Corren los años 70 y en una pequeña localidad de Massachusetts el protagonista discurre asaltar el museo local para apropiarse de cuatro telas abstractas de Arhur Drove. La operación no puede ser más amateur o chapucera, pero lo importante es que este protagonista puede ser el primer ladrón existencialista de la historia, por así decirlo. No está ni ahí. Anda como de prestado por la vida. Comparte esa extrañeza con el mundo que recuerda al protagonista de El extranjero de Camus. Pareciera no tener raíces en ningún lado: ni en su profesión (¿arquitecto, mueblista?), ni en su familia y tampoco en la de sus padres. Narrada en clave absolutamente minimalista y en abierta complicidad con el Hollywood setentero, Mente maestra refuta casi todos los “efectos” que caracterizan al cine de atracos, y lo que hace es contar la historia de un sujeto en caída libre -un perdedor congénito- y que nunca se encuentra a sí mismo. Gran actuación de Josh O’Connor. Hay que celebrar que una película así haya llegado a la cartelera. Y, por lo mismo, corresponde reconocerla, porque en todo momento trasunta gran cine.
Centenario. Se están cumpliendo cien años de la mejor novela de Virginia Wolff: La señora Dalloway. Muy poco después de publicada, la obra se instaló entre las grandes novelas del siglo, sin tener la extensión de la obra de Proust ni tampoco la complejidad del Ulises de Joyce. Pero ahí está, y al día de hoy su magnetismo sigue siendo asombroso. Lo que hizo la escritora fue narrar solo un día en la vida de una dama londinense, esposa de un parlamentario conservador, que sale de su residencia en la mañana para comprar ella misma las flores que lucirán en su casa esa noche, con ocasión de la fiesta que ella y su marido ofrecerán a sus invitados y a la que, incluso, podría acudir el primer ministro. Por ahí va la historia; que las flores, que las luces, que los tragos, que el collar, que el vestido, que las perlas, que la cocina, que el mayordomo, que dónde está el marido… Son los preparativos en tiempo presente. Pero sobre esa trama comienzan a inscribirse también los sentimientos: la euforia, la decepción, la rabia, la confusión… De ahora, pero también de antes. Y, del mismo modo, recuerdos que van y vienen. Pareciera haber algo como de déficit atencional en este libro que salta de una cosa a otra, que se interrumpe a sí mismo a cada rato, que mezcla el presente con el pasado y que tiene un ojo puesto en lo que están conversando los invitados y el otro en la copa que el camarero todavía no retira de la mesa. La propia anfitriona se pasea por distintos grupos. Capta frases aisladas. Le llegan fragmentos de conversación. La llaman de allá, la requiere el marido, la consulta entremedio el mayordomo y sabe que debe multiplicarse. ¿Qué pasa en el interior de esta mujer sobregirada de instante en instante en el curso de la noche? Bueno, pasa mucho, porque además se ha hecho presente esa noche un antiguo amante suyo. Nada dura, aunque algo podría quedar de ese día hasta que llega la noche. Novela admirable y portentosa.
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