Un nuevo relato para la política educacional

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En el segundo nivel medio C (vespertino), del Liceo Agustín Edwards de Conchalí, más de la mitad de los alumnos son extranjeros.


Dos hechos han marcado recientemente la agenda de política educativa: la promulgación de la Ley Aula Segura y el ingreso al Congreso Nacional del proyecto "Admisión Justa", que amplía la selección por "mérito" en liceos de excelencia y repone la entrevista a las familias, para que sean las escuelas puedan seleccionar. ¿Cuál es la promesa que estas políticas realizan a la subjetividad de las personas?, ¿Cuál es el relato, el futuro común con que nos interpelan?

Desde hace décadas, el relato de la política educacional ha sido el mérito. El esfuerzo personal en la educación es el vehículo de ascenso social. Los símbolos de esa promesa son el Instituto Nacional y la Universidad de Chile. Ver que cualquiera de ellas pueda retroceder nos hiere como nación, como comunidad. Por eso, apelar a "salvar el Nacional" genera adhesión unánime. Pero, ¿Eso que era verdad para el Nacional, lo era para el sistema en su conjunto? Más aún, ¿Es la restauración del pasado lo que debemos aspirar para el futuro?

La promesa de un pequeño puñado de colegios públicos que seleccionan a los mejores es discutible, porque ese ofrecimiento es solo para aquellos que consiguieron llegar ahí, y excluye al resto. Y con el resto me refiero no son solo los niños del Sename, o los niños con discapacidad física o mental, a los que segregamos en escuelas especiales, sino también a todos los otros. En mi memoria, lo ilustra un estudiante que relató su experiencia, en un debate en una universidad privada que hoy ya no existe: que no logró entrar al Instituto Nacional pese a su 6,9 de promedio durante la Educación Básica (y por eso no pudo más que optar a esa universidad privada) ¿Cuántos liceos no han podido nunca colocar un egresado en la Universidad de Chile? Esa es la parte que nadie menciona de esta historia bonita que es nuestro orgullo Nacional.

La promesa de una vía estrecha es complementada por la exclusión y el castigo para quienes se desvían. Sobre ellos recae una sanción moral: la manzana es podrida, no la circunstancia. Es ahí donde el proyecto de la restauración, de vuelta al pasado, se toca con Aula Segura. Mal que mal, ¿Quién puede aspirar a que la escuela no sea un santuario de seguridad para todos? El tema es cómo se realiza. ¿Expulsando?

El resultado de la exclusión y el castigo es una sociedad que desconfía de los otros y de las instituciones, con sobre población carcelaria, y mucho estrés, rabia, soledad, tristeza y frustración ¿Sabía usted que en todo eso sí destacamos como país? Somos top ten.

La promesa de futuro para unos pocos no solo carece del poder de abrir una esperanza sino que tampoco resuelve los problemas objetivos de nuestro sistema educacional. Es mucho más potente la imagen de otro futuro, como nos lo ha sugerido la OCDE, aún desconocido para nosotros: un sistema educacional inclusivo, donde todos pueden realizar sus talentos. Esto no es una utopía, es cuestión de voluntad, pedagogía y recursos. Muchos sistemas educacionales exitosos se la han jugado por la inclusión y los derechos del niño, como todos los países escandinavos o, más cercano, Portugal, que ha experimentado un avance impresionante en sus resultados de aprendizaje. Como muestran esas experiencias, esto no puede improvisarse, sino que debe planificarse cuidadosamente, incluso desde la formación inicial y continua de profesores, que hoy, en nuestro país, muchas veces carecen de las herramientas adecuadas para realizar efectivamente lo que hasta ahora no ha sido más que un mero "discurso de la inclusión".

Es cierto que el Gobierno anterior cometió muchos errores en política educativa (introdujo un voucher en educación superior, priorizó sala cuna en lugar de calidad en educación parvularia o habilidades parentales, etc.), incluso en el plano de la subjetividad, como la desafortunada imagen de quitarle a todos los patines. La lista de errores es larga, pero no todo lo hizo mal. Es necesario aprender de los errores y dar continuidad a lo que se ha hecho bien. La tarea de la política es delinear un futuro deseable y posible que nos convoque a todos para garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad para todos. Y llevarnos hacia allá.

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