
¿Quién ataja el maldito infierno?

Es evidente, desde hace rato, que la derecha puede ganar las próximas elecciones presidenciales. La pregunta relevante es si ese sector, de hacerse con La Moneda, será capaz de gobernar el país.
Tertuliano, un pensador cristiano de la antigüedad, consideraba al Imperio Romano una maquinaria de poder ignorante, injusta y brutal. Sin embargo, al mismo tiempo pensaba que Roma era “aquello que contiene” (katechon) el apocalipsis, una idea mencionada por Pablo de Tarso en una de sus cartas a los cristianos de Tesalónica. Es decir, un simulacro de orden y justicia que, aunque basado en una sumatoria de bajezas y mentiras, mantiene al mundo al borde de la destrucción, pero sin permitir que se precipite.
Nuestra izquierda, especialmente su versión remozada, tiene algo de este elemento “atajador”. Casi todo su discurso de superioridad moral y altos principios demostró ser una mera fachada para personajes ávidos de dinero y poder. El bloqueo total a la capacidad legislativa de cara a la crisis de seguridad y las críticas ciegas al manejo de la pandemia del gobierno anterior dieron paso, una vez que Boric y sus amigos se apoltronaron en el Estado, a la aprobación de las mismas o más severas leyes, el abrazo chicloso con Carabineros (a los que ayer querían “refundar”) y una serie de reconocimientos y alabanzas póstumas a Piñera. Así son.
Pero la gracia central de esta vuelta de chaqueta es que deja atrapadas en la reversión a muchas de las fuerzas caóticas leales a la izquierda: sindicatos, gremios, violentistas, intelectuales indignados, cesantes ilustrados furiosos, estudiantes analfabetos radicalizados, ñoquis receta chilena, emprendedores del activismo, indigenistas de oportunidad, barristas de tuiter, académicos en red, presentadores de matinal. El abanico convencional. Todos apoyaron a Boric, todos se vieron un poco traicionados, pero a todos les cae algo también. No llueve, pero gotea. Y eso significa que dejan un poquito en paz al prójimo mientras la izquierda se mantenga en el poder.
En suma: el capital de traición ideológica sin consecuencias de la izquierda a sus propias huestes es efectivamente valioso para la República, a la vez que dañino. Promete relativa paz, al costo de un cierto nivel de saqueo e inoperancia del Estado. La condición de clientes prima en algunos casos sobre la condición de agentes políticos, y en otros, la lealtad personal se pone por sobre la lealtad programática. A eso Boric le llamó, no sin razón, “gobernabilidad”. Lo suyo era una amenaza velada, por cierto: estas fuerzas, retenidas por ahora, serán liberadas si gana la derecha. Y si la derecha no es capaz de enfrentarlas de manera eficaz, se lamentará de haber ganado.
Este tema, aunque no formulado con tanta claridad, ha sido motivo de discusión durante la última semana. Óscar Landerretche abrió los fuegos al preguntar si el Frente Amplio no trataría de convertir Chile otra vez en un “maldito infierno” si perdían las elecciones. El diputado Francisco Undurraga (Evópoli), por su parte, planteó la dudosa tesis de que solo Matthei podía evitar ese escenario si la derecha llegaba al poder. En su mente, una derecha muy severa podría provocar a las fuerzas del caos. Otros piensan, en cambio, que una derecha demasiado corderil es la receta perfecta para despertarles el apetito. En el subsuelo de esta discusión hay evaluaciones dispares respecto de las causas y factores del estallido social de 2019.
Como sea, el asunto de fondo es si la búsqueda de mejores bienes, como mayor orden, probidad, seguridad y crecimiento económico, pero sin la potencia política y la legitimidad necesarias, podría arrojar al país a una situación peor debido a la confrontación abierta con los agentes destructivos contenidos y atajados por la izquierda. En Argentina no sólo tocaron fondo, sino que lo escarbaron por años, antes de que el capital de reforma madurara lo suficiente como para que alguien ganara las elecciones bajo cánticos de “no hay plata”. En Chile ninguna de las candidaturas de derecha, dedicadas a pelear entre sí, ha sido capaz de explicar cómo piensan lidiar con este asunto, que sin duda es el más importante y definitorio de cara a las próximas elecciones.
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