Opinión

Se quieren robar la elección

Santiago 24 de mayo 2025. En el Dia de los Patrimonios, el Palacio de La Moneda, monumento historico Nacional, abrirá sus puertas este 24 y 25 de mayo desde las 09:30 horas hasta las 16:00 horas. Dragomir Yankovic/Aton Chile DRAGOMIR YANKOVIC/ATON CHILE

La izquierda nunca ha tenido demasiado pudor con la democracia. La usan, la citan, la veneran en los discursos, pero cuando sienten que se les escapa de las manos se abalanzan sobre ella como si fuera un juguete propio. Y hoy, con Gabriel Boric a la cabeza, estamos frente al capítulo más burdo de ese manual: el intento desesperado de manipular, alterar y, en los hechos, robarse la próxima elección presidencial.

Porque no nos engañemos. Todos saben que la derrota de Jeannette Jara, como han mostrado consistentemente las encuestas, es inminente. El fracaso de este gobierno es tan evidente que ni los más creativos de su comité político logran esconderlo. Y como la realidad no se puede maquillar eternamente, decidieron ir por el atajo. Quieren usar todo el aparato del Estado para intentar torcer el resultado.

Primero, la intervención electoral descarada del Presidente y sus ministros. Todos los días, a cada hora, ocupan La Moneda como una tarima de campaña. La norma de prescindencia, que debiera ser una regla de oro en democracia, hoy es un chiste cruel. Boric convirtió a sus ministros en activistas, de esos que se levantan cada mañana no para gobernar, sino para salir a enfrentar a los candidatos que les incomodan. Solo esta semana, la vocera de gobierno se dio el lujo de afirmar que un candidato era un ladrón. Así de suave. En vez de anuncios para combatir la delincuencia o apuntalar la economía, esta verdadera “tropa de choque” con sueldo fiscal busca cualquier tema para apoyar a la candidata oficialista.

Segundo, la manipulación de la agenda legislativa. Mientras Chile se desangra con la violencia, la inmigración ilegal y la cesantía, el oficialismo dedica su tiempo a discutir proyectos ideológicos, panfletos convertidos en leyes. Pero el emblema de este desparpajo ha sido el manoseo del proyecto que viabiliza la obligatoriedad del voto. A dos meses de la elección, Boric y compañía deciden que las reglas se pueden cambiar sobre la marcha. ¿Se imagina un partido de fútbol en que, en el minuto 80, el árbitro diga que ahora los goles valen doble? Eso es lo que están haciendo con el voto obligatorio, porque en esta ocasión no les acomoda.

Tercero, la guinda de la torta: el presidente de Televisión Nacional, con toda frescura, declarando que “hay que salir a enfrentar a Kast”. ¿Qué puede esperar un ciudadano común de los noticiarios o de un debate televisivo, si el principal ejecutivo del canal estatal se convierte en el vocero principal de la candidata Jara? Neutralidad, cero. Garantías, ninguna. El canal público podría convertirse en un canal de propaganda de la izquierda, pagado por todos los chilenos, para intentar frenar a los candidatos que se opongan a Jara. ¿Se imaginan el escándalo que armarían si un director de un canal privado se dedicara a postear en redes sociales en contra del gobierno?

Estos tres hechos no son anécdotas aisladas. Forman parte de una estrategia aprobada en el Comité Político, con la bendición del Presidente. Hay que “mantener el tema” para complicar a Kast, decían respecto del botgate. En buen chileno, significa usar todo el poder del Estado para empujar la campaña de su candidata.

Y mientras hacen todo esto, nos quieren vender la idea de que la gran amenaza a la democracia son unos memes en X. Como si la democracia chilena pendiera de un par de cuentas anónimas. La asimetría de poder es tan grotesca que hasta da risa: de un lado, un Estado con miles de millones en recursos, ministerios convertidos en comandos de campaña, un canal de televisión estatal y toda la maquinaria pública; del otro, un gordo tuitero escribiendo en calzoncillos. Y, para colmo, querían crear una comisión asesora contra la desinformación para justificar su cruzada contra la libertad de expresión, porque al parecer las redes sociales son un arma de destrucción masiva, a diferencia de la intervención electoral grosera que pareciera ser solo una anécdota.

La verdad es exactamente la contraria: lo que pone en riesgo la democracia no son los tuiteros ni los hashtags, sino un gobierno que decide manipular las reglas, intervenir con descaro y usar el aparato estatal como si fuera propio.

Por suerte, la gente no vive en las redes sociales ni en las conferencias de prensa de La Moneda. La gente vive en el Chile real: donde el crimen organizado se tomó barrios enteros, donde la inmigración ilegal superó toda capacidad de control, donde la economía está estancada y el desempleo crece. Esa es la cancha en la que se juega la elección, no en los sets de TVN ni en los pasillos del segundo piso.

Y en esa cancha, este gobierno ya perdió. Por más maniobras, por más shows legislativos, por más intervenciones comunicacionales, la ciudadanía quiere un cambio para reemplazar a este fracasado gobierno.

Se quieren robar la elección, sí. Pero lo único que van a lograr es confirmar, con sus propios actos, que ya la perdieron.

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