Ser preso político



Por Óscar Guillermo Garretón, economista

La verdad es que evito hacer mención pública de mi historia. Pero esta vez, el presente me lleva a ella. Estuve en la lista de los “10 más buscados” por la dictadura y viví el exilio por 14 años. A mi vuelta, estuve preso en la cárcel de Valparaíso, poco después cerrada por insalubre. Conocí de la muerte, desaparición y tortura de miles. Pero entre ellos, ninguno hubiera aceptado que se considerara parte de sus filas a incendiarios de iglesias, traficantes de droga y armas, destructores de estaciones de Metro, el asesino en democracia de un senador, ladrones de madera, incineradores de agricultores y choferes de camión, saqueadores de supermercados. Nos hubiera sido intolerable que la dignidad de ese dolor y rabia compartidos fuera pringada por delincuencia común. Es cierto, duró un tiempo la creencia de que la violencia era un medio para derribar la dictadura. Pero al final, quienes logramos derrotarla, no solo nos convencimos que ese era un camino inviable; proveedor de razones, presos políticos y muertos a la dictadura; sino algo más profundo: cuando se gana por la violencia, ganan los guerreros, nunca los pueblos, más tarde sometidos por esos mismo violentos. ¿Les suena Nicaragua? En Chile, esos que optamos por el camino de masas, no el armado, ya vencedores en democracia, sacamos de las cárceles a quienes cayeron presos como parte de su fracaso político en la opción por la violencia.

Pues bien, que ahora venga un constituyente a señalar que la violencia fue la clave del movimiento social, dejando de paso abierta la posibilidad y conveniencia de volver a usarla, es el mayor desprecio a millones de hombres y mujeres que se movilizaron y cuyas imágenes hoy proliferan en la franja electoral. Si me atengo a la vivencia de millones y a la versión de cuanto medio de comunicación cubrió los hechos, la clave del movimiento y del voto del plebiscito nacido de quienes aprobaron hacerlo el 15 de noviembre de 2019, fue su masividad absolutamente pacífica y el rechazo generalizado a la violencia. Eso es lo que nos tiene hoy en el camino institucional de la Convención Constituyente. Es el camino del pueblo versus el de los violentos, como en los 80. Nunca los violentos pueden ser millones y las democracias se construyen con millones.

Como no aspiro a vencer sino a convencer y no vivo pendiente de lo que el Congreso acuerde al respecto, quiero agregar algo más. Aunque no estén conscientes, quienes claman este indulto indiscriminado, prefiguran una visión íntima sobre el futuro que creen bueno. Llegar al poder con la convicción de que a “su bando” debe justificársele todo y al resto “mano dura”. Fue la lógica exacta de Pinochet. Es lógica de dictadores; aun antes que se escriba una línea de la nueva Constitución. La razón política democrática no justifica cualquier cosa. Al revés, pone barreras al peligro de abuso de poder político.

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