Por Jorge ClaroUn cambio radical al sistema tributario chileno: menos castigo al trabajo, más impuestos simples y justos

El sistema tributario chileno arrastra defectos que todos conocemos: es complejo, difícil de fiscalizar y lleno de tributos que castigan lo que más necesitamos—trabajo, ahorro e inversión. Con altas tasas a los ingresos y un IVA plano que golpea por igual a ricos y pobres, hemos terminado con un esquema que genera estancamiento y desconfianza en lugar de crecimiento y oportunidades.
Un sistema eficiente debe recaudar lo suficiente sin desincentivar la innovación ni el esfuerzo. La redistribución no puede descansar en gravar más a quienes producen, sino en políticas públicas y subsidios focalizados en los más vulnerables, junto a un impuesto negativo a la renta que reduzca la carga total a un nivel levemente superior al actual. Se trata de cambiar la estructura, no de aumentar la carga.
Propongo un giro radical: pasar de un sistema que grava ingresos a otro que descanse en el consumo masivo. Se reducirían los impuestos a la renta—10% para empresas y personas, con exención total a los cuatro primeros deciles—y se reemplazarían por tributos simples, de baja incidencia, imposibles de evadir y fáciles de cobrar.
¿Por qué gravar el consumo? Porque todo ingreso se divide entre consumo y ahorro. Si solo gravamos el consumo, dejamos de castigar el ahorro y la inversión, estimulando capital, productividad y empleo formal. Países que siguieron este camino alcanzaron altas tasas de crecimiento. Chile, hoy atrapado en bajo crecimiento, necesita este impulso.
Los nuevos impuestos: Pasajeros y carga: US$20 por pasajero en vuelos internacionales (28 millones) y US$10 en vuelos nacionales (115 millones), que aportan 0,49% del PIB. Se suma un impuesto de US$100 por tonelada de carga que cruce fronteras, con rendimiento de 3,66% del PIB. Total: 4,15% del PIB; kilometraje recorrido: buses y camiones pagan US$0,16 por kilómetro, vehículos livianos US$0,08. Refleja desgaste vial y costos ambientales. Con un 90% del kilometraje promedio anual, recauda 3,41% del PIB. El transporte trasladará íntegramente este costo a las tarifas; IVA con devolución focalizada: del 100% al primer decil, del 75% al segundo, del 50% al tercero y 25% al cuarto, para hacerlo progresivo. Disminuye la recaudación 0,64% del PIB; combustibles: diésel y gasolina pagan lo mismo, corrigiendo una distorsión histórica. Aporta 0,7% adicional del PIB.
Se mantienen los impuestos al tabaco, alcohol, bebidas azucaradas y contaminación. Todos los demás—herencias, contribuciones, timbres, aranceles y ganancias de capital—se eliminan por su baja recaudación y alto costo de fiscalización. Se establece depreciación instantánea para la inversión y se garantiza invariabilidad tributaria por diez años.
Con este esquema, la recaudación neta subiría de 20,1% a 27,9% del PIB: 7 puntos adicionales, equivalentes a más de US$21.000 millones al año. Lo clave es que no se castiga a quienes producen y emprenden, sino que se amplía la base en consumos masivos donde cada uno aporta poco, pero todos contribuyen.
¿Para qué más recursos? El objetivo no es solo recaudar más, sino gastar mejor y reducir deuda. Algunas prioridades: Educación de madres vulnerables para estimular tempranamente a sus hijos; salas cuna (0–2 años) centradas en estimulación temprana; jardines infantiles (2–5 años) con énfasis socioemocional, transporte e incentivos; subsidios temporales a la contratación formal de jóvenes y mujeres, decrecientes en tres años; creación de un impuesto negativo a la renta para reforzar inclusión y movilidad socia; eliminación de programas estatales ineficientes, liberando entre US$4.000 y US$6.000 millones; y destinar al menos 1% del PIB a seguridad.
No se trata de una reforma más, sino de un cambio de paradigma: sustituir impuestos que desincentivan el trabajo, el ahorro y el emprendimiento por tributos fáciles de recaudar, difíciles de evadir y basados en el consumo masivo. Cada ciudadano aporta poco, pero el país obtiene recursos suficientes para invertir en el futuro: capital humano temprano, inclusión laboral, crecimiento sostenido, menor deuda y un sistema más justo, que gracias al nuevo impuesto negativo a la renta y menores gastos estatales ineficientes, puede terminar con una carga ligeramente mayor.
Chile no puede seguir parchando un sistema agotado y distorsionador. Es hora de cambiarlo de raíz.
*El autor de la columna es ingeniero Civil y Comercial UC
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