Una ruca donde quepamos todos

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Es oficial, Chile tendrá por fin una nueva Constitución. En el acuerdo parlamentario del pasado jueves se determinó que haya un plebiscito de entrada en abril de 2020 donde se pregunte a la ciudadanía si quiere que se redacte una nueva Carta Fundamental. También se consultará sobre el tipo de órgano que la debiera redactar. Se entregarán dos opciones: una Convención Mixta Constituyente con 50% de integrantes electos y otro 50% de parlamentarios o una Convención Constituyente, con un 100% de delegados.

Esta última es básicamente una Asamblea Constituyente pero en Chile, país de eufemismos, se optó por cambiar su nombre. Vaya a saber uno el por qué. Pero no nos perdamos como los maximalistas; lo relevante no es el nombre, lo relevante será el contenido de la nueva Constitución, el texto de aquel pacto social que regirá nuestros destinos por los próximos treinta o cuarenta años. Y allí los mapuche y todos los habitantes de Wallmapu tenemos mucho que aportar para construir un mejor país y dotarnos de una mejor democracia.

Uno de los principales déficit en el conflicto étnico que nos afecta es la ausencia de vías políticas de solución. Y de diálogo real. Ha primado por décadas el asistencialismo de Estado (proyectos, subsidios, zanahorias) y la contención policial (represión, cárcel, garrotes), este último un remedio peor que la enfermedad. Carabineros no ha solucionado el conflicto, lo ha agravado. No ha traído paz social, la ha dinamitado. Quien tenga dudas recuerde la Operación Huracán y el crimen de Camilo Catrillanca, dos de las verguenzas institucionales (y delitos) más graves del último tiempo.

Puestas así las cosas hoy se abre una oportunidad de oro para el debate ciudadano y el diálogo intercultural. Dicho en clave mapuche, para el trawün, el nütram, el weupin y el koyaktu, tradicionales formas de deliberación al interior de una cultura que de parlamento sabe y bastante. Se abre también una oportunidad para todos quienes reclamamos de Chile un trato distinto. O cuando menos uno más honesto con su historia. ¿Permitiremos acaso que la nueva Constitución siga negando nuestra existencia como pueblos? Ello implica participar, ser protagonistas.

La madre de todas las batallas es el Estado Plurinacional. Desahuciar el Estado-Nación, camisa de fuerza impuesta por las élites decimonómicas para favorecer intereses mercantiles travestidos de unidad nacional. La nueva Carta Fundamental debe reconocer que el Estado lo compone la nación chilena y otras nueve naciones originarias. O bien nueve primeras naciones (first nations), nombre y trato que reciben las tribus en Canadá y Estados Unidos, dos democracias del primer mundo con las cuales políticos y empresarios chilenos gustan compararse (cuando les conviene).

"No hay nada de arcaísmo en las demandas de los pueblos originarios. No reivindican una identidad antigua, algo que durante siglos hubiera estado suspendida en el tiempo, perviviendo subterránea y ajena de lo que hemos llamado conciencia nacional y ciudadanía. Todo lo contrario. Estos pueblos y sus integrantes han forjado una identidad en diálogo con la nación chilena, pero una identidad que no logra fundirse con ella y que reclama entonces reconocimiento y valoración. Esa es la deuda de Chile".

Palabras de Carlos Peña, el columnista favorito de la élite, en el prólogo de mi libro Esa ruca llamada Chile (2015).

De ello trata, ni más ni menos, el desafío que tenemos por delante. La ficción del Estado de una sola nación, bandera y cultura nos ha asfixiado a los pueblos originarios por demasiado tiempo. Doscientos años en el caso de los pueblos andinos. Poco más de un siglo en los casos rapanui y mapuche. Chile debe pasar del Estado-Nación del siglo XIX a un moderno e inclusivo Estado Plurinacional del siglo XXI. De una mediagua a una ruca grande donde, por fin, quepamos todos.

Chile ya despertó. Algunos, lo reconozco, pensamos que jamás sucedería. Primero nos liberamos los mapuche, luego invadimos Chile y los anexamos a nuestras democráticas y ancestrales formas de gobierno, creí siempre. Pero está pasando. Chile despertó y el proceso constituyente que derogará la Constitución de Pinochet - con sus luces y sombras- ya está en marcha. Nadie debería restarse de un momento tan decisivo para nuestra futura convivencia.

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