Paula

Anestesista en Italia: "Lo que vivimos debió haber servido de lección para otros países"

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"Trabajo hace tres años en el hospital público regional de Ancona –la capital de una región al noreste de Italia que se llama Las Marcas– y dirijo el departamento de anestesia y reanimación quirúrgica.

Desde un principio, mi equipo de 32 anestesistas y yo estuvimos muy atentos a las noticias que venían de China. Lo vivimos con presión, más que nada porque no había claridad respecto a la cantidad de contagiados, pero también con cierta distancia. Creíamos que se trataba de una enfermedad como lo fue la influenza H1N1 –influenza tipo A del virus de la gripe que fue mutando en diversos subtipos, como la gripe porcina, aviar y bovina– y que eventualmente pasaría. Pero cuando supimos que en las regiones del norte de Italia habían llegado los primeros casos, asumimos que tendríamos que armar a la brevedad un plan de acción.

Yo trabajo en Ancona, pero mi familia está en la región del Piemonte, en el norte de Italia, así que me puse en contacto de inmediato con ellos y me aseguré de que todos, incluyendo mi hijo de 22 años que estudia en otra ciudad estuvieran juntos y resguardados. Sabía que no los vería por mucho tiempo. Pero ese tiempo aun era incierto. Jamás pensé que serían dos meses o más. No los veo desde el 20 de febrero.

Y es que incluso los especialistas nacionales e internacionales que salían a informar en la prensa, -entre ellos infectólogos y virólogos- no fueron capaces de prever el peligro real de este virus. Hablaban de una banal influenza y no daban cuenta de los riesgos. Hasta que finalmente hubo una explosión de contagios en las regiones del norte, como Lombardia, y se empezó a abordar de otra manera. Ahí activamos los chats entre anestesistas de las distintas regiones. Mis colegas del norte estaban alarmados: los pacientes desarrollaban cuadros de pulmonía muy severos y varios terminaban en terapia intensiva.

También, por ese entonces, lo que más se repetía era que el virus solamente afectaba de manera grave e invasiva a la población de la tercera edad y a aquellos con enfermedades crónicas e inmunes, pero mis colegas ya estaban viendo que eso no era así. El porcentaje más alto estaba compuesto por personas de la población de riesgo, pero a ellos ya les había tocado tener que reanimar a jóvenes saludables de 45 y 50 años. Toda esa información a nosotros nos sirvió para estar más preparados.

Aun así, ya era tarde. Porque perdimos tiempo para poder prepararnos mejor y tener un poco de ventaja frente al virus. En estas situaciones, cada momento es valioso. Pero fuimos capaces de llevar a cabo coordinaciones regionales y acciones a nivel hospitalario. En nuestro caso en particular, habilitamos espacios y dividimos las unidades de reanimación para que hubiese una exclusiva para los pacientes Covid-19 positivo y otra para los demás, aumentamos las camas en terapia intensiva y, cuando todo eso no fue suficiente, armamos otra área de reanimación.

Recuperamos también todos los implementos y ventiladores antiguos que estaban guardados y finalmente logramos transformar en dos días todos los espacios. Usamos todos los ventiladores que teníamos a disposición y después nos llegaron más desde Protección Civil. Y ya al 16 de marzo, logramos abrir el bloque operatorio de terapia intensiva, que rápidamente fue ocupado por enfermos de otras regiones.

Los primeros casos fueron transferidos a los infectólogos y los que no podían ser curados fueron asistidos por anestesistas de emergencia. Cuando esa unidad se llenó, pasaron a mi bloque operatorio. Todos los que formamos parte del equipo médico nos íbamos comunicando todo, ahí mismo y por videoconferencia una vez que se acabara el turno. Dentro de todo, nos supimos activar.

Lo que ahora lamento es saber que otros países contaban con información y no aprovecharon la ventaja. Italia fue el primer país, luego de China, en tener una cantidad alta de contagiados, y en ese sentido nos pilló desprevenidos. Pero el resto del mundo podría haber tomado las medidas de clausura y encierro a tiempo. Porque eso es lo único que sirve: aislar completamente a las personas. Si no se hubiese hecho eso acá –la cuarentena obligatoria se decretó el 10 de marzo– hubiese sido una catástrofe. El tema, incluso, fue que cuando se supo ese decreto, muchos se movilizaron para volver a sus casas.

Lo que vivimos debió haber servido de lección para otros países, pero lamentablemente no fue así. Y todo se dio con mucho retraso. Ahora en total hay 105 pacientes contagiados en el hospital y 23 de ellos están en terapia intensiva. Pero hace 15 días, habían 200 hospitalizados y 40 en terapia intensiva, por lo que hay algo de alivio dentro del equipo médico. Y es que al fin vemos que estamos logrando aplanar la curva.

Desde los primeros días de marzo, todos los anestesistas estamos a disposición: aumentamos nuestros turnos y hay más del doble de los lugares habilitados para terapias intensivas. No ha sido fácil organizarnos, porque hemos tenido que sumar a otros profesionales e incluso a alumnos de quinto año de medicina, pero hemos hecho lo posible para que cada uno tenga una carga similar. Un reanimador por cada seis u ocho pacientes (no más) y una enfermera por cada dos o tres. Son turnos pesados y estamos todos agotados y decaídos, porque además está el encierro y que no hemos visto a nuestras familias o amigos. Por suerte, el número de médicos contagiados en el hospital ha sido bajo.

Extraño mucho a mi familia y ha sido difícil conversar de esto. Porque se trata de algo que nunca antes habíamos tenido que enfrentar. A veces llego a mi casa y no tengo ganas de hablar con nadie. Hubo días horribles. Se piensa que en mayo van a levantar la cuarentena, pero la idea de ir a casa sigue siendo una fuente de temor más que otra cosa, porque no queremos trasladar el virus para allá.

En este periodo he trabajado 12 horas todos los días y he tratado de darle un descanso a mis colegas. Hay cansancio físico, pero es más fuerte el impacto emocional. Estamos angustiados y con la moral baja, incluso los más fuertes.

Lo que pienso es que seguramente después de esto muchos problemas inútiles desaparecerán. Las frivolidades, pequeñeces y las incomprensiones se van a reducir y existirá mucha más colaboración. En este tiempo nos han apoyado mucho; han donado plata y las pastelerías y panaderías nos mandan comida todos los días. También ha cambiado la actitud hacia con nosotros. Nuestro trabajo, como médicos y profesionales de la salud, siempre lo hemos hecho y de la mejor manera, solo que ahora se visibiliza más. Porque ha quedado en evidencia que la respuesta viene desde la salud pública y de ningún otro lado. De los hospitales públicos, de los médicos generales y de todas las estructuras organizadas. Donde había intereses privados, como en el norte de Italia, los problemas son mayores.

Desgraciadamente, con una enfermedad tan desconocida, no ha sido fácil, pero hemos hecho lo posible.

Elisabetta Cerutti es jefa de anestesia en el hospital público de Ancona, Italia.

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