Paula

Hablemos de amor: La ternura de mi abuela se quedó incluso cuando la memoria se fue

La abuela de Karen olvidó recetas, nombres y hasta historias compartidas, pero no perdió lo más esencial: la ternura con la que siempre supo querer.

Mi abuelita, mi “mami”, siempre fue “volada”. Mamá de cuatro hijos y esposa de un marido ícono del patriarcado, se desenvolvió como dueña de casa. Se embarazó a los 16 años, venía de una familia tradicional, con padres ausentes por trabajo. Sus hermanos hablaban de ella como una niña alegre, que deslumbraba en los malones y tenía enamorados por doquier. Pero Tito fue su gran amor. Se conocieron en un paseo y nunca más se separaron.

La señora Irene, como la conocían en el barrio, pagaba con fósforos en los almacenes, más de una vez se llevó un paraguas ajeno y hasta mandó cariños a la hermana de una vecina que ya había muerto. Olvidaba las ollas encendidas, las luces, los horarios, las citas… pero siempre estaba ahí.

Cuando sus “voladuras” fueron demasiadas, mi tata empezó a medirle todos los días la circunferencia de la cabeza. Había leído o escuchado que el cerebro se encogía con el Alzheimer —en realidad era el cerebro, no el cráneo, pero él nunca sabría la verdad—. En la cocina tendió un hilo rojo anudado en una esquina: su sutil forma de medir un miedo profundo.

Durante años, los olvidos fueron motivo de risa en la familia, incluso para ella. Por eso el paso al olvido real llegó sin que lo viéramos, hasta que fue demasiado evidente.

Después de una enfermedad triste, sin diagnóstico claro entre Parkinson rígido o ELA, mi tata murió sin poder moverse ni hablar, comunicándose solo con sus expresivos ojos pardos. Por primera vez vi llorar a mi mami, poco antes de que él partiera. Estuvieron más de 60 años juntos y, pese a sus altos, bajos —y muy bajos—, se amaron hasta el final.

Un par de años después, la mami siguió bien, con su carácter intacto, pero los olvidos se hicieron más frecuentes. Su frase habitual pasó a ser: “Tengo mi cabeza tan mala…”. Ya no solo dejaba luces encendidas. Empezó a olvidar cosas cotidianas: el nombre de un vecino, lo que había hecho la semana anterior.

Mi mami siempre fue buena para escuchar a sus hijos y nietos. Recordaba en qué estaba cada uno, rezaba por todos —hasta por las mascotas— en un listado largo que repetía de memoria. Con el tiempo empezó a olvidar el nombre de los nietos menos cercanos y, poco a poco, hasta su existencia.

Viuda desde hace años, y sin un marido que exigiera menús especiales, dejó de cocinar. Heredera de sofisticadas recetas españolas de su madre, siempre fue distinguida por su “mano” y sus deliciosos platos. En pequeñas libretitas anotaba algunas recetas, aunque la mayoría las manejaba como un don consanguíneo. Las compartía con cariño, siempre humilde ante los halagos por su talento natural. Pero un día empezó a pedir las recetas; al principio una vez, luego siempre.

Hoy disfruta de la comida de sus hijas y nietas, y pregunta con entusiasmo de dónde sacaron las recetas. La última vez que vino a almorzar intenté prepararle su clásico postre de manzanas. Lo disfrutó porque ama los dulces, pero no recordaba haberlo hecho nunca.

Ya no recuerda qué desayunó ni qué almorzó. Tampoco que tuvo un hermano que murió hace un año, con quien veraneaba siempre. Aún reconoce a sus hijos, y tengo la suerte de que, como me cuidó hasta los 14 años —y fui como su quinta hija—, me sigue reconociendo. “Karenuchi”, me dice con ternura, “tanto tiempo que no te veía”, aunque hubiésemos hablado el día anterior.

Ahora pasa semanas alternando entre la casa de su hijo menor y la de su hija mayor. Aunque le prepararon un dormitorio especial y llevaron sus cosas para que se sintiera acogida, a veces se desorienta y dice que “sueña” que no sabe dónde está.

La OMS define la demencia como “un síndrome que implica el deterioro de la memoria, el intelecto, el comportamiento y la capacidad para realizar actividades, resultado de diversas enfermedades y lesiones que afectan al cerebro”. En 2021, la padecían 57 millones de personas en el mundo. Cada año se suman casi diez millones de casos nuevos.

Mi mami está triste con frecuencia. Piensa que todos están enojados con ella, incluso después de haber recibido varios llamados en el día. Se siente sola, muy sola. Y cada cierto tiempo —aunque después lo olvide— dice bajito: “Titín se ha demorado mucho en venir a buscarme”.

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