Por Carolina MelcherMoverse no tiene talla: ¿Por qué la sociedad asume que una persona gorda es sedentaria?
A propósito de Fiebre de Baile, donde una concursante de talla grande ha sorprendido por su talento y presencia escénica, esta columna cuestiona por qué seguimos asociando el movimiento con la delgadez y la salud con una talla determinada.

Cuando se habla de “hábitos saludables”, es común pensar en una alimentación equilibrada, dormir bien, reducir el estrés, dejar el cigarro, moderar el alcohol y movernos. Y es en este último punto donde quiero detenerme.
¿Se han fijado que cada vez que alguien habla de “moverse” o de “cuidar la salud”, la imagen mental que se activa automáticamente es la de un cuerpo delgado, tonificado, atlético, hegemónico? No uno diverso. No un cuerpo gordo. Y eso no es casualidad. Es el reflejo de una sociedad profundamente pesocentrista y gordofóbica, donde incluso el sistema de salud ha contribuido a instalar la idea de que la salud tiene una forma, una talla y, por supuesto, un índice de masa corporal.
A propósito del programa Fiebre de Baile de Chilevisión, en su temporada actual se ha visto un poco más de diversidad corporal entre sus participantes. Una de ellas, Catalina, destaca por su talento, técnica y expresión corporal. Lo que más me ha sorprendido no es su habilidad —que salta a la vista—, sino la reacción del público en redes sociales: la sorpresa ante el hecho de que una persona de talla grande pueda bailar con tanta destreza, agilidad y presencia escénica.
¿Por qué sigue pareciéndonos tan extraño que alguien gordo se mueva bien? ¿Por qué nos cuesta tanto asociar el movimiento con el placer, la expresión o la salud, y no solo con la apariencia?
Hace unos días conversé sobre este mismo tema con Camila Carrasco, profesora de educación física, entrenadora y juez internacional de gimnasia rítmica, además de practicante de yoga. Camila habita un cuerpo grande, y mientras hablábamos —como dos personas cansadas de ver las mismas reacciones y los mismos prejuicios—, me compartió su experiencia con una mezcla de serenidad y firmeza.
“Desde niña escuché que, según las tablas de IMC, yo era obesa. Crecí creyendo que mi cuerpo estaba mal y que debía corregirlo con dietas y culpa. A lo largo de los años, la gente ha asumido que, por tener un cuerpo gordo, no estoy sana, que no me muevo o que soy floja. Esa mirada duele y pesa, porque invisibiliza el esfuerzo, la disciplina y el amor que pongo en el movimiento. Con el tiempo, y gracias al yoga, entendí que mi cuerpo no es un obstáculo: es mi casa, mi herramienta, y merece respeto y cuidado más allá de su forma o tamaño.”
Su reflexión nos muestra que aún vivimos en una sociedad que evalúa la capacidad de movernos o practicar deporte según la apariencia del cuerpo. Y esa mirada no solo es injusta, sino profundamente estigmatizante.
Desde mi trabajo como nutricionista, lo veo a diario. Personas que llegan frustradas, cansadas, con la autoestima desgastada por años de juicios, diagnósticos apresurados y comentarios “bien intencionados”. Personas que han escuchado una y otra vez que “solo necesitan fuerza de voluntad”, que “no se mueven lo suficiente” o que “su cuerpo es el reflejo de sus hábitos”.
Pero la salud no puede leerse en una balanza. Tampoco en una talla de pantalones.
Muchas de estas personas se mueven, bailan, entrenan, caminan, disfrutan de su cuerpo, pero el sistema las invisibiliza. El sistema solo ve el número. Esa mirada, que pretende ser objetiva, termina ejerciendo una forma de violencia. Porque cuando se reduce la salud a un cálculo o a una etiqueta, se pierde la mirada humana.
No es casual que la ciencia también haya comenzado a cuestionar este enfoque.
Un importante estudio publicado en 2022 mostró que mejorar los hábitos —moverse más, dormir mejor, alimentarse con conciencia, reducir el estrés— actúa como un factor protector para la salud en cualquier tamaño corporal. El mensaje es claro: los hábitos saludables benefician a todas las personas, sin importar la forma o el peso de su cuerpo.
En lugar de juzgar por la apariencia, podemos averiguar antes de asumir. Preguntar a todos los pacientes —delgados, de cuerpo medio o de cuerpos grandes— cómo son sus hábitos, cómo duermen, si se mueven, cómo se sienten con su cuerpo. No dar por hecho que alguien está sano por ser delgado, ni que está enfermo por tener un peso alto.
Porque cuando dejamos de asumir y empezamos a preguntar, nos podemos sorprender.
Y ese es un ejercicio que nos corresponde, sobre todo, a quienes trabajamos en salud. Porque cada vez que diagnosticamos sin escuchar, o recomendamos sin empatía, contribuimos a que las personas se alejen del sistema que debería cuidarlas. Pero cuando tratamos con respeto, curiosidad y sensibilidad, podemos acompañar procesos mucho más reales y sostenibles.
Porque al final, si la salud no incluye respeto, empatía y dignidad, no es salud. Y ojalá que algún día dejemos de sorprendernos porque una persona gorda baila bien, corre rápido o se mueve con gracia. Ojalá que llegue el día en que el movimiento no tenga talla, ni la salud tenga forma.
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