Tamara Tenenbaum, escritora: “Se habla mucho de la deconstrucción del amor, pero hace falta generar condiciones materiales para que esto suceda”




Si hay un momento clave en la carrera de la escritora Tamara Tenenbaum (33), ese es su infancia. Nacida y criada en medio de una comunidad judía ortodoxa en Buenos Aires, Argentina, la hoy autora del exitoso ensayo El fin del amor: Amar y follar en el siglo XXI, sostiene que fue ahí, en ese período, cuando comenzó a disfrutar la lectura como medio para conocer otros mundos. Otras experiencias. “Como era un tanto malhumorada e introvertida, me gustaba estar sola y lo único que podía hacer era leer y pensar cosas. Eso era una de las ventanas para saber cómo vivían otras personas: cómo era la vida de la gente que no estaba en comunidades como la mía. Creo que no hubiese pensado nunca en escribir si es que no hubiese tenido una infancia tan apegada a los libros como la que tuve”, cuenta.

Aunque nunca pensó en escribir libros -porque creía que eso lo hacían “otras personas”-, actualmente Tamara Tenenbaum, licenciada en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y abiertamente feminista, se ha transformado en una de las voces prometedoras de su generación, profundizando en temas asociados al género, amor, religión y clase social. Su última entrega fue Todas nuestras maldiciones se cumplieron, una novela de tintes biográficos que narra el tránsito hacia la madurez de una chica que busca romper con los mandatos familiares.

Hace unas semanas, estuvo en Chile, dictando la charla Qué es la literatura que me importa, o qué es lo que me importa de la literatura, en el marco de la Cátedra Abierta UDP en homenaje a Roberto Bolaño. En esta entrevista, Tenenbaum reflexiona sobre cómo la religión ha aparecido en su relato y cuestiona el escenario en el que estamos hoy respecto a la deconstrucción del amor romántico. “En todos los casos, de lo que se trata esto es generar subjetividades más igualitarias, pero no se trata tanto de cambiar las formas en las que nos amamos. Hay una inflación total del tema, como si se tratara de encontrar una especie de fórmula de vínculos perfectos, y en realidad, más que transformar los vínculos, hay que transformar la subjetividades”, afirma.

Actualmente, te declaras feminista y has escrito sobre la ruptura del modelo tradicional del amor romántico. Sin embargo, en tus orígenes, te criaste en una comunidad judía, que dejaste a los 12 años. ¿Qué te llamó a salir de ahí?

No tuve ningún despertar o algo por el estilo, porque nunca creí realmente. No hubo ruptura ni duelo porque jamás participé de la religión en mi fuero íntimo. Lo hacía obligada. Hay cosas que sí me angustiaron cuando tenía 12 o 13 años. Pienso en mis amigos de esa época, que los dejé de ver, pero recuerdo ser chica y saber que quería dejar esa comunidad, esperando al momento en que eso fuera posible. Y mi mamá me permitió hacerlo. Me ofreció cambiarme a un colegio secundario que no fuera judío, con la excusa de la educación. Tengo claro que si no lo hubiera hecho por las buenas, lo hubiese terminado haciendo por las malas.

En 2021, lanzaste tu novela Todas nuestras maldiciones se cumplieron donde cuentas la historia de una chica que creció justamente en una comunidad judía ortodoxa. ¿Por qué retomar este tema en tu novela más reciente?

No fue algo consciente, sino que apareció mi infancia y mi barrio en el relato. En general, me interesa mucho pintar el paisaje del Once, que es el barrio judío en Argentina, que es muy específico y que no se ha escrito demasiado sobre él. Además, tiene que ver con la relación con mi mamá, porque me di cuenta que nos une mucho el barrio y todo el tejido que hay ahí. Es un tema de conversación y universo común entre ambas. Uno que ninguna habita completamente, pero que nos interesa y nos parece pintoresco. Que usamos para abrir otros temas.

¿En qué minuto aparece el feminismo en tu vida?

Pienso que lo tuve toda la vida. En un momento de la adolescencia, empecé a leer cosas vinculadas al tema, pero en términos de discusiones fue algo que siempre estuvo en mi casa. Vengo de una familia donde mi papá falleció cuando yo era muy chica, y somos casi puras mujeres. El único que estaba presente era mi abuelo, una figura que no era muy querida, aunque teníamos que pretender que sí, sobre todo en las ceremonias religiosas. Ahí todas teníamos que estar calladas escuchándolo y eso nos volvía locas. Era una ficción absurda donde tenía que jugar a respetar a un tipo que después no respetaba ni a mi abuela, ni a la casa, ni a mí. En general, he estado cerca del movimiento social, aunque tampoco me considero líder o referente. He tratado de aportar desde mi trabajo.

Uno de los temas que toca el feminismo es la deconstrucción del amor romántico, el tema de tu ensayo El fin del Amor: Querer y Coger en el siglo XXI. En una de las entrevistas que te hicieron sobre este texto, tu dijiste: “La religión de las chicas laicas que conocí en el colegio era el amor”, ¿a qué te referías con esto?

Creo que me sorprendió porque venía de un lugar donde las mujeres hablaban de otras cosas, como del día a día o del quehacer. No les importaba tanto cómo estaban con sus parejas porque, a menos que hubiese algo muy grave, nadie se lo planteaba. El desamor no es una razón lógica para divorciarse en el judaísmo. Entonces, fue un choque. Pasé de un grupo donde esto no se hablaba a otro donde todo el tiempo era tema. Mis amigas hablaban mucho de esto, mientras los chicos no, aunque claramente lo vivían o lo hacían. La diferencia que sus conversaciones eran más diversas.

Sin embargo, hay que entender que el hecho de poder hablarlo y que esos sean tus temas es porque también tienes derecho a enamorarte, que no es algo que exista en todas las comunidades. El amor es un tema en las sociedades libres, en las otras ni si quiera lo es. Me parece que se exagera mucho el tema del amor romántico y es importante decirlo: una cosa es cuando tratamos de desarmar ciertas asociaciones, entre amor y violencia, o pareja y sentido de vida de una mujer; y otra es no darnos cuenta que el amor es un tema de las sociedades libres.

Esta brecha de tiempo en los temas de conversación, ¿crees que va en desmedro del desarrollo de otras aristas? ¿Por qué, en el caso de las mujeres, el gran tema de conversación es la vida amorosa según tu mirada?

Una vez leí un tweet de Sol Prieto, que es doctora en Ciencias Sociales y militante feminista en Argentina, donde decía que cuando ella era joven se enganchaba de tipos que eran escritores, políticos, músicos. Personas que hacían cosas que a ella le hubiese gustado hacer. Se fascinaba y quería ser validada por ellos: quería su respeto y admiración. Pero en un momento, se dio cuenta que ella también podía hacer todas esas cosas. Eso es algo en lo que pienso bastante, en cómo las mujeres, durante tanto tiempo tuvimos a los varones como la medida de nuestra relación con el mundo y cómo vincularte con ellos era justamente vincularte con ciertos espacios. Todavía tenemos mucho de eso, y creo que siempre que una mujer tenga la posibilidad económica, social y política de construir una pasión -de lo que sea-, hay algo que se destraba y aparece un sentido de la trascendencia que va más allá de lo masculino y su validación.

Hemos conversado tanto sobre el amor romántico, que parece que estamos despojando de aspectos clave como la ternura, que nos conectan con la vulnerabilidad y mostrarnos frente a un otro de una manera honesta. ¿Se pueden integrar ambas miradas?

En todos los casos, de lo que se trata esto es generar subjetividades más igualitarias, pero no se trata tanto de cambiar las formas en las que nos amamos. Hay una inflación total del tema, como si se tratara de encontrar una especie de fórmula de vínculos perfectos, y en realidad, más que transformar los vínculos, hay que transformar la subjetividades. Si una mujer tiene las posibilidades económicas, políticas y sociales de tener una vida profesional, comunitaria y social va a tener más aristas para desarrollar. Hay que enriquecer esas vidas, y generar oportunidades. Aún muchas no tienen la posibilidad de desarrollarse profesional y económicamente, en gran parte porque las mujeres tienen la carga de los cuidados de hijos o personas mayores, y eso hace que la familia y esos vínculos tomen un peso muy grande. Hay una sobreproducción de conversación sobre la deconstrucción del amor, y más que eso, hace falta generar condiciones materiales para que esto suceda. Cuánto más los Estados puedan generar condiciones para que las mujeres se desarrollen, sus vínculos van a ser mejores por añadidura. No se trata de conversar tanto o generar tantas reglas, sino condiciones para que la vida sea otra.

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