"A través del jardín honro a mi abuela". Mi rincón verde: Rodrigo Bravo

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"Esta casa en la que ahora tengo mi estudio de diseño era de mi abuela Sara. Fue construida en los años 60, por un arquitecto afín a Elton, y fue de las primeras en la comuna de Vitacura en tener una visualidad y lógica modernista. Desde un inicio fue pensada para que los 180 metros cuadrados construidos y los 100 metros cuadrados de capa vegetal exterior –compuestos por un ante jardín y un jardín lateral– convivieran de manera armónica y se fusionaran como una sola unidad, sin choques ni separaciones bruscas; un concepto de la arquitectura que busca que lo verde se apropie de los espacios construidos y que, mientras mi abuela estuvo viva, siguió potenciando mediante su insistente y riguroso cuidado del jardín. La parte lateral, cuyos arboles deben tener más de 50 años, era su lugar favorito. Una suerte de santuario en el que pasaba horas y en el que mis hermanos y yo vivimos gran parte de nuestra infancia.

En el 2014, cuando mi abuela se murió, decidí trasladar mi oficina a esta casa. La idea era mantenerla en familia para que no pasara a manos de desconocidos y seguir conservándola tal cual como ella hubiese querido. Actualmente este espacio se ha vuelto un lugar colaborativo en el que mi hermano, mi mujer y yo tenemos nuestras oficinas. Matías trabaja en el piso de arriba. Bárbara, mi mujer, tiene su marca de indumentaria para niños en una pieza del piso inferior. Y en la pieza principal, que solía ser de mi abuela, está mi estudio de diseño. Todas los dormitorios dan, o tienen vista, al jardín, y gran parte de nuestra rutina se da naturalmente en torno a ese espacio. Cuando llego en las mañanas me preparo una agüita de boldo con hojas que saco de ahí mismo, al medio día almuerzo en la mesa de afuera y en las tardes de verano, los niños juegan ahí de la misma manera que mis hermanos y yo jugábamos con nuestros Playmobil. Durante nuestra infancia, esa parte tupida, oscura y húmeda nos parecía un bosque y lo llamábamos así. Ahora mis hijos y los hijos de Matías mantienen la tradición y también dicen 'vamos a jugar al bosque'. Yo, por mi lado, paso horas ahí. A ratos me encuentro regando –el jardín requiere de mucha agua– y me empiezo a cuestionar si debería estar dedicándole tanto tiempo a esto, tiempo que quizás debería usar para trabajar. Pero no me demoro más de unos segundos en darme cuenta que mantener este lugar tal cual como yo lo conocí es lo que más me importa.

En este jardín, en el que el 90% de los arboles siguen siendo los mismos que tenía mi abuela, me conecto con ella; me acuerdo de lo adelantada que era para la época, de su amor por el diseño, por la moda, por los autos y los anteojos –usaba unos al estilo The Velvet Underground– y, sobre todo, me acuerdo de todos los fines de semana, navidades y días festivos que pasé acá. Los jardineros que trabajaban en esa época eran los mismos que trabajaban en la casa de mis papás, y uno de ellos, Nicanor, siguió cuidando este jardín hasta hace pocos meses. Me acuerdo que me venía con ellos en carreta con caballo desde mi casa, que quedaba en Las Condes con Las Tranqueras, hasta acá. Ese tipo de recuerdos son los que hacen que este sea un lugar sagrado para todos, y que todos hagamos lo posible por mantenerlo. Más que sumar nuevas plantas –solo he agregado algunas de interior adentro de la casa, para que la oficina se vea más doméstica– nos preocupamos de restaurar y potenciar lo que había de antes. Prefiero, más que irrumpir, mejorar lo original. De hecho, lo único que he contribuido desde que llegué es el arreglo del ante jardín, que ahora tiene una estética media japonesa y que solía ser un patio de servicio muy poco utilizado. Lo decoré con piedras de Combarbalá –que también uso para mis diseños–, y le puse adoquines y jardineras perimetrales que potenciaron los arboles y arbustos que estaban originalmente.

Con el tiempo, este lugar se ha vuelto un remanso de paz fundamental para pensar cosas que mi rutina no me permite dilucidar. Acá revivo los recuerdos de la infancia y también me vinculo con mi disciplina; uno de los arboles más altos del jardín es un Haya, cuya madera flexible se usa para hacer las sillas Thonet, las primeras sillas íconos del diseño industrial. Es un árbol que va cambiando de tonalidad de acuerdo a la estación y que incluso sin hojas es maravilloso. Por esto, estoy feliz de que este jardín siga siendo un pilar fundamental en la cotidianidad de mi familia, en el que se siguen creando recuerdos. Aquí fui forjando mis primeras fantasías, y me gusta ver que he podido heredarle a mis hijos el mismo interés. Pensar que los bisnietos de Sara siguen jugando acá, y que las camelias blancas que ella tanto amaba siguen floreciendo cada verano, es rendirle un tributo a mis raíces".

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