Por Andrew CherninLos cinco momentos que definieron a Kast
La historia política del nuevo presidente de Chile puede reducirse a un puñado de momentos, como haber conocido a Jaime Guzmán, su salida de la UDI y la reciente decisión de llevar una campaña más pragmática que doctrinaria. Todas apuntan a una lección final: para llegar a La Moneda, el líder republicano tuvo que dejar de ser una alternativa de nicho y aprender a hablarles a las mayorías.

El maestro y el heredero
José Antonio Kast no era otro alumno más en la lista de matriculados para Derecho UC en 1984. Era, sobre todo para los gremialistas, el hermano menor de Miguel Kast: el exministro de Augusto Pinochet y expresidente del Banco Central que había fundado el movimiento junto a Jaime Guzmán y que había muerto un año antes, a los 34 años, por un cáncer a los huesos. Kast sabía quién era Guzmán. No solo por su relevancia como académico sino, también, porque dio un discurso para el funeral de su hermano. Ese lazo sanguíneo llevó a que otro profesor, Gonzalo Rojas, lo reclutara tempranamente para los gremialistas y, más tarde, que conociera a Guzmán.
“Cuando entré a la universidad, el año 1984, invitamos a Jaime Guzmán a dar una charla en mi casa. Me sorprendió la facilidad con la que accedió a juntarse con un grupo de jóvenes, así como la sencillez y profundidad de su análisis y la claridad para explicar las cosas. El trato humano también me llamó mucho la atención. Era muy cercano, como que te conociera de siempre. Además, no hablaba solo de política. Al contrario, su objetivo principal de juntarse con la gente no era político, aun cuando lo invitaras a una reunión en que te iba a hablar de política”, recordó Kast en un libro publicado por la fundación del senador asesinado en 1991.
El año en que ganó la elección como consejero superior, José Antonio Kast comenzó a ser invitado a comer a la casa de Guzmán. Fue convocado dos veces en 1986. La primera, el 16 de abril, junto a Rodrigo Álvarez, por ese entonces también estudiante de Derecho. En una libreta donde llevaba registro de sus invitados, Guzmán incluso anotó el menú que ofreció esa noche de miércoles: “tostadas con champiñones, jamón con queso ahumado y papas a la crema. Postre: leche ideal con galletas”.
La segunda convocatoria fue el 22 de octubre. Compartió mesa con Darío Paya, Miguel Flores, Pablo Cisternas, Julio Feres, Jorge Ferrari y Pedro Lea Plaza. Varios de ellos cercanos a Kast hasta el día de hoy.
“No eran reuniones estrictamente sociales, había alguna razón por la cual nos juntábamos, algún tema que conversar. Presumo, por la fecha, que nos juntamos a hablar de las próximas elecciones de la Feuc”, recuerda Miguel Flores.
Esas comidas, cuenta otro invitado, eran parte de la formación de los líderes gremialistas que debían hacerse cargo en los patios de sus facultades de ser partidarios de Pinochet en los años más violentos de las protestas. Por eso, explica Benjamín Cofré, historiador de la FJG, “Guzmán generó relaciones muy profundas con gente que vio un par de veces en su vida. Ese es el caso de José Antonio Kast. No veo con él una amistad como con Pablo Longueira, Juan Antonio Coloma o Andrés Chadwick, que eran sus amigos. Pero sí una relación distinta, de maestro de una generación que forjó en la UC”.
Kast terminó casándose con Pía Adriasola, otra alumna de Jaime Guzmán. Unos días antes de que muriera en un atentado, recibieron como regalo de matrimonio una canasta llena de conejos, de parte del senador. Era una forma de decirles que formaran una gran familia.
Ese tipo de gestos, incluso 34 años después, cuando ya no es parte del partido que el profesor gremialista fundó, hacen que Kast siga alineado detrás de su figura.
“Si Jaime Guzmán estuviera vivo –dijo durante esta campaña–, yo estaría en la UDI”.

Cabeza de ratón
Los nombres de los coroneles de la UDI producían una sombra bajo la cual el entonces diputado José Antonio Kast había tenido que aprender a vivir durante demasiado tiempo. Jovino Novoa, Andrés Chadwick, Pablo Longueira y Juan Antonio Coloma eran los amigos de Jaime Guzmán, los socios fundadores del partido y una barrera que podía impedir el surgimiento de cualquier nombre que quisiera disputarles el dominio del partido que se había convertido en el más grande de Chile. Ese espíritu fue el combustible que Kast usó para pelearle la presidencia a Coloma en la primera elección democrática, bajo la conducción de Hernán Larraín, en 2008.
Kast, de 42 años, aglutinó a una generación compuesta por Marcela Cubillos, Rodrigo Álvarez, Darío Paya, Marcelo Forni, María José Hoffmann y Jaime Bellolio para ser una alternativa al liderazgo de Coloma, diez años mayor. Esa tensión sobre qué lugar iba a ocupar esta nueva generación de la UDI, dice uno de ellos, le dio un sentido de épica a ese grupo que no logró destronar a los coroneles. Kast obtuvo el 36,4% de los votos.
Dos años después, la UDI llegaría a La Moneda con varios de los coroneles como ministros de Sebastián Piñera. El empresario RN, con un pasado democratacristiano, votante del NO en el plebiscito de 1988, pragmático y abierto a una agenda más liberal en lo valórico, alejaba a los gremialistas del proyecto original de Jaime Guzmán, sentían varios miembros del ala más tradicional del partido. Así que, para las elecciones internas de 2011, Kast apareció de nuevo como alternativa. Pero ya no con la épica del recambio, sino más bien apelando a las convicciones valóricas y planteando la distancia que debía haber entre el piñerismo y la UDI, dice un ex diputado gremialista. Sumó a Arturo Squella, Ernesto Silva, Javier Macaya y Ena von Baer, pero el resultado fue el mismo: segundo detrás de Coloma.
En los siguientes cinco años, Kast, que ya completaba su cuarto período como diputado, “se iba sintiendo cada vez más lejos”, dice un ex parlamentario de la UDI.
“Yo siento que él veía que le bloqueaban las distintas opciones adentro de la UDI. O sea, quería ser candidato a senador y competir en Santiago Oriente, en reemplazo de la Ena que se iba a Valdivia. Le dijeron que ‘imposible’. Entonces dijo ‘bueno, por Puerto Montt, y en ese cupo terminaron mandando a (Iván) Moreira”, dice un dirigente que lo acompañó en ese tiempo. La negativa a Los Lagos en 2013 fue especialmente dura para Kast porque mostraba, de nuevo, esa fractura interna. Sus amigos en la UDI, antes de que le negaran esa posibilidad, le habían regalado una parka que decía “senador”.
Incluso hoy, los coroneles discrepan de esa tesis.
“Pablo Longueira le dio su cupo para que compitiera por el parlamento. También incorporamos a José Antonio al directorio de la fundación Jaime Guzmán, como representante de la nueva generación que se incorporaba. Era una señal muy potente de que tenía las puertas abiertas y de que no había ningún ánimo de exclusión” asegura un expresidente.
Finalmente, después de planear su salida con Gonzalo Rojas, renunció al partido en 2016, pensando en las elecciones presidenciales del año siguiente. Lo siguieron 30 militantes. “Dejamos el partido, por otra parte, con la esperanza de ayudar a impulsar una nueva iniciativa que recoja lo mejor de las ideas y los ideales de Jaime Guzmán”, argumentaron en la carta con la que dimitieron.
“Recuerdo haber hablado con él en esos días para que desistiera –cuenta un miembro de la directiva de entonces–, pero no hubo caso, él estaba muy convencido de que no se sentía a gusto. Él quería tener un liderazgo más fuerte. Sentía que no lo tenía y que le iba a costar mucho conseguirlo. Tengo la impresión de que él prefería ser cabeza de ratón que cola de león”.
Un miembro de la generación UDI que Kast intentaba relevar, pero que, al igual que varios, no renunció con él, dice que sintieron frustración cuando supieron la noticia. Aun así, pensaron que eventualmente volvería. Que el movimiento que intentaba levantar probablemente no funcionaría.
Para disipar cualquier duda, Kast dio una entrevista a El Mercurio en junio de ese año. Quería mandar un mensaje.
“Mi renuncia no es con elástico”, dijo.
También hizo una promesa: “yo no vuelvo a la UDI”.
Los cobardes
En algún minuto de 2017, meses antes de la elección presidencial de noviembre, José Antonio Kast fue a buscar apoyos a su antigua casa, la UDI: quería reclutar gente para su equipo. A uno de ellos le dijo que no quería ir a una primaria como independiente contra Sebastián Piñera, Felipe Kast y Manuel Ossandón, porque no le daba tiempo para crecer y hacerse un nombre entre los votantes. Lo suyo, le dijo a ese parlamentario UDI, era una carrera más larga.
El entonces diputado no quiso sumarse por lealtad con el partido, pero también porque la carrera de Kast parecía demasiado testimonial. Su base de votantes, anclada en ese momento en las iglesias evangélicas, el mundo militar y la minoritaria base de adherentes pinochetistas que aún sobrevivían, no le pronosticaban una performance memorable. Pero, aun así, obtuvo el 7,93% de los votos en la elección que llevó a Sebastián Piñera por segunda vez a La Moneda.
Al año siguiente fundó su nuevo movimiento en la sala Omnium de Las Condes, tratando de capitalizar ese apoyo. Lo bautizó como Acción Republicana. Esa fue su plataforma para comenzar a distanciarse de Piñera.
El primer golpe fue por Twitter, quejándose de que La Moneda no consideró a él o a su movimiento como invitados para la primera cuenta presidencial.
“Si Piñera ignoró a Kast y a Acción Republicana, si no los consideraba, no los invitaba, no los escuchaba, ¿qué más podía hacer que ser su opositor?”, dice un exmiembro de la UDI.
Aunque en palacio, dice un exministro, el cálculo fue otro: “el presidente Piñera fue pragmático. Kast no tenía ningún parlamentario. Entonces la pregunta era ¿por qué tenía que sentarse con él a discutir las políticas que se tramitaban en el Congreso?”
Hasta entonces la vida política había puesto a José Antonio Kast siempre a la sombra de otros, pero ese ya no era el caso. Así que siguió molestando, pero con una agenda evidente: mostrar que la suya no era la misma derecha de Piñera. Así, criticó a Joaquín Lavín por querer replicar las viviendas sociales de Daniel Jadue en Las Condes, al gobierno por remover a Mauricio Rojas como ministro de Cultura por sus dichos años atrás contra el Museo de la Memoria, al presidente por la aprobación de la Ley de Identidad de Género y a Chile Vamos por la salida del intendente Luis Mayol, luego del homicidio de Camilo Catrillanca.
Tres años después de haber renunciado a la UDI fundó el Partido Republicano. Junto a Ignacio Urrutia, Gonzalo de la Carrera, José Manuel Rojo Edwards y Loreto Letelier fue a inscribirlo al Servel el 10 de julio.
La verdadera oportunidad para diferenciarse de la derecha de Chile Vamos frente a la ciudadanía vino tres meses después. Fue de los que pidió sacar a los militares a las calles durante el estallido social, como única forma de recuperar el orden y la seguridad. Un ministro de entonces recuerda esos días con una cuota de incredulidad. “Era fácil llamarnos cobardes, dice, porque en ese momento el gobierno no tenía más que un 7% de aprobación”.
Que Piñera haya accedido a plebiscitar un cambio a la Constitución como forma de descomprimir las protestas y la posterior victoria de la opción que abría un proceso constituyente, en octubre de 2020, solo acentuó esa cobardía que Kast veía en Chile Vamos. Luego del contundente triunfo del Apruebo subió un video a redes sociales diciendo que la derrota se debía a “todos esos políticos de derecha cobardes que no estuvieron dispuestos a defender sus ideas, y le entregaron todo a la izquierda y a los terroristas”.
El piñerismo resintió el mote. Otro ministro de entonces se queja diciendo que era injusto, y que más cobarde les parecía el oportunismo de golpear al gobierno en un momento de crisis, fragilidad institucional y, además, cuando hacerlo no significaba costo alguno.
“Lo que quiso hacer José Antonio ahí fue desperfilar a Chile Vamos, por así decirlo, por estar entregado a Piñera, en el sentido de que Piñera es una persona más de centro que de derecha. Eso le permitía hacerse un espacio con más nitidez, como la verdadera derecha. Porque el fin detrás de todo este posicionamiento es ganar la batalla que ha dado por quedarse con la hegemonía del sector”, sostiene el mismo exsecretario de Estado.
El mismo Kast lo decía en 2018.
“Más que aceptarme o no aceptarme –dijo en un foro aludiendo a la derecha–, soy una realidad”.

El cerebro
Cristián Valenzuela era un abogado de 26 años cuando conoció a José Antonio Kast. Después de egresar de Derecho UC y de colaborar con la campaña presidencial de Joaquín Lavín en 2005, trabajó como asesor legislativo de la Fundación Jaime Guzmán entre 2007 y 2009. Ahí le tocaba apoyar a los parlamentarios de la UDI, cuando Kast era el jefe de bancada. Juntos trabajaron en la acusación constitucional que terminó destituyendo a Yasna Provoste en 2008, cuando la democratacristiana era Ministra de Educación.
“No sé si era esperable que funcionaran como dupla. Creo que ambos son creíbles en lo que quieren y claros en decirlo. Lo comunican con mucha credibilidad, teniendo personalidades distintas. Pero ambos son de conversar, escuchan”, dice un exparlamentario gremialista.
El camino político de Valenzuela siguió ligado a la UDI. Fue asesor de contenidos y estratega de la campaña presidencial de Laurence Golborne en 2013, hasta que el exministro de Energía y Minería y de Obras Públicas bajó su opción.
Luego de la salida de Kast de la UDI, Valenzuela lo ha seguido en sus tres carreras presidenciales. El peso de su figura empezó a notarse pronto. Fue de los primeros colaboradores del centro de estudios Ideas Republicanas: un organismo donde se han trabajado sus diversos programas de gobierno, que el asesor alcanzó a dirigir. Valenzuela también es quien logra alinear y ordenar a los parlamentarios y, antes, a los consejeros republicanos que participaron del Consejo Constitucional de 2023.
“Parte importante del éxito que ha tenido José Antonio es porque armó un equipo afiatado. Valenzuela es importante, pero también Arturo Squella. Porque una cosa es la capacidad de liderazgo propio y otra es armar un partido, que requiere de otros talentos. Es un desafío colectivo, porque solo es imposible. Cristián Valenzuela es el cerebro, pero Arturo, que procesa más, es el puente con Chile Vamos”, dice un cercano a Kast.
En Valenzuela, Kast encontró a alguien de confianza, capaz de acompañar y darle contenido a la porfía de su persistencia. Ambos participan de reuniones semanales de coordinación del partido, trabajan las minutas y acompaña al candidato durante la mayor parte de su día. No por nada, varios lo ven como un asesor del Segundo Piso en una presidencia de Kast.

Lecciones republicanas
José Antonio Kast llegó a 2025 con dos derrotas importantes a cuestas. La primera, en 2021, cuando perdió el balotaje contra Gabriel Boric después de haber ganado la primera vuelta, consiguiendo el 27,91% de los votos. La segunda fue la derrota de la propuesta del Consejo Constitucional de 2023, donde su partido era la fuerza mayoritaria. En ambos casos el diagnóstico parecía ser el mismo: su visión más conservadora, dogmática y rígida no le permitía ser una alternativa para la mayoría. Sobre todo con las votantes. Su performance con las mujeres era deficiente porque ellas no apoyaban las posturas de su agenda valórica, ni anuncios como cuando dijo que eliminaría el Ministerio de la Mujer durante la campaña de 2021 y luego tuvo que desdecirse.
Todo eso cambió con el giro pragmático que Cristián Valenzuela le propuso este año: enfocarse en temas donde sus posiciones recibían más apoyo, como migración, seguridad, crecimiento y reducción de gasto fiscal y dejar en pausa la batalla cultural en temas como aborto, eutanasia, matrimonio igualitario e identidad de género. Esa plataforma, la del gobierno de emergencia, fue la que le permitió destronar a los otros candidatos de la derecha, pasar a segunda vuelta y convertirse en el próximo Presidente de Chile.
“La parada de la candidatura de Kast hace cuatro años era un acto de presentación del partido político a Chile, una forma de diferenciarse de Chile Vamos –dice un exparlamentario UDI–. La de hoy se construyó escuchando al país. Antes era la definición de un proyecto propio: ‘esto es lo que somos, en esto somos distintos’. Ahora, en cambio, es sobre lo que la gente estaba pidiendo. Podían hacerlo porque ya tenían el posicionamiento resuelto”.

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