¿Qué se debe hacer y qué no al dar un pésame?

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Afiche de The lobster, de Yorgos Lanthimos.

La muerte, así como los procesos que la rodean, resultan estresantes tanto para el afectado —el que perdió a un ser querido— como para quien busca consolarlo —porque existe una serie de frases que pueden ser malinterpretadas o, bien, generar malestar—. ¿Cómo hacer para sortear este proceso con éxito?




El día que murió Ramón, su viejo, casi como una premonición, Ignacio le dijo a sus amigos del Pasaje Orión que se tenía que bajar del partido que jugarían en unas horas más. Intuía que podía pasar algo, aunque tampoco era muy difícil adivinarlo: una diabetes mal cuidada tenía al "Cabezón", como llamaba con cariño a su papá, desde hacía varios días internado en el San Juan de Dios. Le había causado daños irreparables. "Al viejo le queda poquito, Nacho", lo buscaron sus tres hermanos mayores, uno o dos días antes. Era el comentario que esperaba nunca oír o, al menos, no tan pronto. Pero el escenario estaba más menos claro y difícilmente daría pie al milagro con el que aún soñaba. En su condición —era el "conchito" de la familia— querían advertirlo. Prepararlo, aunque nunca se esté lo suficientemente preparado para algo así.

El ejercicio de la memoria, en una serie no menor de casos, sugiere abusar de la nostalgia. Así lo entiende Ignacio pero, a sus 34 años, igualmente prefiere hurgar entre los recuerdos cuando se trata de su padre. El pasado 26 de enero, dice, se cumplieron nueve años. Esa noche, del 2010, su hermano mayor se fue al Club Hípico a ver la tercera vez de Metallica en Chile; los otros dos se encerraron en la casita de Pudahuel Sur: a tomar cerveza y escribir esa suerte de despedida que, horas más tarde, recitaron en el funeral. Él no pudo hacer ni lo uno ni lo otro: hundió la cabeza en el lavadero y escondió las lágrimas entre el agua. Durmió temprano. Tenía 25 años cuando murió su viejo, y cursaba los últimos semestres de Licenciatura en Inglés, una carrera que nunca lo convenció, en la USACh. A veces, en la noche, aún fantasea con la chance de que Ramón lo viera hoy, por fin pelo-corto-peinado, ejerciendo la que fue su segunda carrera —Ingeniería comercial—, que conociera a su hija y, sobre todo, que hubieran celebrado juntos el centenar y pico de goles que hizo Esteban Paredes en su querido Colo Colo.

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Anubis, dios funerario del antiguo Egipto.[/caption]

El funeral, sin embargo, para Ignacio es otro cuento. Le incomoda hablar de ello, es un tabú. Ha ido a un par más desde entonces y el ambiente es siempre el mismo: lo acongoja. Dice que tiene sólo recuerdos de sus recuerdos, que se sentía mal, mareado, triste. Que son pocas las imágenes que guarda: haber visto a su expolola y a su familia muy afectada, a sus hermanos destruidos —cree, más que él—, y a muchos de sus excompañeros y amigos del Barros Borgoño ahí, a su lado.

En la historia, Ignacios ha habido muchos y los seguirá habiendo: esa sensación de malestar y de pena vinculada a la muerte, en especial cuando se trata de un ser querido, algún familiar, fue construyendo la misma especie de tanatofobia, o bien una firme coraza para gambetear el tema. Probablemente los que más padecieron este escenario fueron los dolientes del antiguo Egipto: a ellos se les tenía estrictamente prohibido llorar en público el deceso de un cercano. Su respuesta, acaso insólita pero parte de una ceremonia que consideraban necesaria, era contratar a mujeres para que sufrieran por ellos. Una triste costumbre que, con el tiempo, heredaron griegos y romanos.

La muerte —y también cada funeral— suele ser así: esconde componentes estresantes, angustiosos, tanto para los afectados —quienes evitan hablarlo— como para quienes ponen el hombro, o buscan brindar apoyo —muchas veces no saben cómo hacerlo apropiadamente—.

—Es que la temática de muerte es un fenómeno social del que -por lo general- no solemos hablar en la cotidianidad, porque aparentemente tiñe la vida de las personas en experiencias incómodas y dolorosas —explica desde Antofagasta Ricardo Rojas, psicólogo y psicoterapeuta—. Como señala Krishnamurti: "el placer es la estructura de la sociedad" y, por lo tanto, significamos la muerte propia y el dolor de perder a un ser querido como una tragedia, un fracaso y una fatalidad arbitraria que trasciende la experiencia humana normal, implicando un gran sufrimiento.

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Doña Juana la Loca (1877), de Francisco Pradilla y Ortiz. [/caption]

A Ignacio, en el funeral de su padre, entre una treintena de improvisadas arengas y abrazos lacrimógenos, le dijeron algo que no le gustó, o que no le pareció. Una de las mil y un frases hechas, tal vez por compromiso: "Sé cómo te sentís, hermano". Esas palabras de un amigo cercano, que pretendían ser un apoyo, tuvieron allí el mismo efecto que una patada en la entrepierna. "O algo así", se apresura en traducir el Nacho.

¿Por qué una frase de ese tipo habría de incomodar?

—Es muy importante entender que el duelo es del otro. Y que, por lo tanto, si se quiere estar a disposición, lo importante no soy yo, tampoco mis ganas de decir que "vas a estar bien", o esa necesidad -para quedarme tranquila- de que el otro se sienta bien, sino que tener una intención de acompañamiento: de estar para el otro —opina Paula Aguirre, psicóloga clínica y terapeuta Adaba—. Con algunas frases, lo que puedes causar, más que un alivio, es rabia. Entonces, más que decir, hay que estar atento a las necesidades del otro.

Hay, también, otras palabras que resultan impertinentes y que debiesen evitarse frente a un proceso como el duelo. "El tiempo lo cura todo", por ejemplo: ¿es realmente el tiempo una herramienta para superar una pérdida? Pareciera que no. Sobre todo cuando se trata de un ser querido.

También tiene un vínculo con la personalidad de cada persona. Explica Paula Aguirre:

—Las palabras van a depender también del tipo de personalidad de la persona que tú quieras acompañar en este proceso doloroso. Porque si es alguien muy cercano y tú has pasado por eso, el decir 'puedo comprender cómo te sientes' también puede generar un vínculo como más de alivio. El sentir que no estás sola en esa situación, digamos.

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Afiche de The lobster, de Yorgos Lanthimos.[/caption]

¿Y qué recomiendan los expertos?

La naturalidad:

—En el contacto directo se han validado socialmente frases como "te acompaño en el sentimiento", "una gran persona, siento mucho su pérdida" o "es una pena, pero ahora está en un lugar mejor" —dice Rojas—. Sin embargo, a veces también es validado socialmente el silencio, el abrazar, el acercar la mano derecha en uno de los hombros, las expresiones faciales que permitan la traducción de otros de serenidad, paz y comprensión.

Y la educación:

—Lo que yo recomendaría es preguntar primero a quien está pasando por el duelo, o a su círculo más cercano, qué es lo que necesita. Y pasar por esas necesidades, de lo más concreto y práctico, como traer cosas para el velorio; a lo más íntimo y personal, como tomarse un café y permitir que la persona desahogue contigo si es que así tiene la confianza —reflexiona Aguirre.

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Elisabeth Kübler Ross, psiquiatra suiza, autora de Sobre la muerte y el morir, Preguntas y respuestas sobre la muerte y el morir y La muerte: El estado final de una evolución, entre otros, cifró el proceso de duelo en cinco pasos:

—La negación, como mecanismo de defensa.

—La ira, como una suerte de desahogo cuando se percibe el deceso.

—La búsqueda de culpables, muy común cuando se da una pérdida -es recomendable escuchar en estos casos-.

—La depresión, basada principalmente en el recuerdo.

—La aceptación, como paso final y, también, sinónimo de seguir adelante, rehacer la vida.

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El Manual de urbanidad y buenas maneras, o tan sólo El Manual de Carreño como se le conoce popularmente a la obra escrita por Manuel Antonio Carreño en 1853, cuenta también con un apartado en torno a la muerte: qué es lo que se debe hacer y qué no en reuniones de duelo, pésame, entierros y honras fúnebres.

Sobre el duelo, como una suerte de introducción, el escrito lo define:

—Cuando en una casa acontece la desgracia de morir una de las personas de la familia, es natural que algunos de los parientes y amigos más inmediatos de ésta, permanezcan a su lado por cierto número de días, para prodigarle los consuelos de que necesita en tan dolorosos momentos, para recibir a su nombre las visitas de duelo y de pésame , y para relevarla, en fin, de todas las atenciones de la casa que sean incompatibles con las impresiones de un pesar profundo.

Y añade: "Siempre que hayamos de acompañar en tales casos a nuestros parientes y amigos, observemos una conducta que sea enteramente propia de las circunstancias, manifestando en todos nuestros actos que respetamos su situación y tomamos parte en su sentimiento. En cuanto a dirigirles expresiones de consuelo, tengamos presente que se necesita de un tacto exquisito para que ellas no lleguen a ser inoportunas e impertinentes, y para que no contribuyan, como suele verse, a aumentar el dolor, lejos de mitigarlo".

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El manual de carreño.[/caption]

Las reglas que enumera, en ese sentido, persiguen el objetivo principal de ahorrar a los dolientes "el tormento de ver en su casa, en los momentos más terribles de su dolor, una reunión numerosa y llena de indolencia que conversa, ríe y celebra los chistes de cada cual, y que ofrece el chocante y horrible contraste de la alegría y los placeres de la mesa, dentro de un recinto enlutado y tétrico, en medio de una familia llorosa y desconsolada, y a veces aun al lado de un cadáver".

Carreño, también, sugiere que las «visitas de pésame» deben realizarse en un período "que no exceda de treinta días, el cual empieza a contarse al siguiente de la inhumación del cadáver, o a los dos de haber llegado la noticia de la muerte, cuando ésta ha acaecido en otro punto, aunque jamás en el día en que se celebran las exequias".

Sobre el autor:

Periodista de Reportajes de La Tercera.

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