
Ricardo Rozzi: “En EE.UU. no podemos usar el término cambio climático, nos están censurando”
El doctor en Ecología y filósofo cuenta, entre otras cosas, por qué es importante incorporar cosmovisiones culturales para comprender cómo conservar y vivir en armonía con el ecosistema. Además, relata su reciente situación inédita en sus 20 años como académico en Estados Unidos.

Si dibujamos un mapa de Sudamérica y lo damos vuelta -con el sur hacia arriba- podemos observar que su ápice, la cumbre de esta gran montaña continental proyectada, estaría exactamente en el Cabo de Hornos.
Así lo ejemplifica Ricardo Rozzi, director de Investigación del Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC), mientras dibuja el mencionado mapa que sirve para explicar cómo hizo que el fin del mundo -o el inicio- sea considerado como una reserva de la biosfera y un centinela científico-cultural del cambio climático.
Estudió cuatro años Medicina, hasta que se reabrió la carrera de Filosofía y no dudó en cambiarse, aunque confiesa que la noticia no fue bien tomada por sus padres al principio. Eso lo llevó también a estudiar Biología, donde fue alumno de Humberto Maturana, y así dirigió su vocación hacia el rumbo que hoy tiene.
Actualmente es doctor en Ecología y magíster en Filosofía, además de profesor titular de la Universidad de Magallanes y de la University of North Texas. Su investigación combina biología y filosofía, focalizado en el vínculo entre bienestar humano y conservación de la diversidad biológica y cultural. Entre otras cosas, Rozzi ha acuñado los términos conservación biocultural, homogeneización biocultural y ética biocultural.
Así, como en Atacama se lidera la observación del espacio exterior, ¿por qué no liderar la mirada hacia el interior desde Cabo de Hornos? Con ese argumento, Ricardo Rozzi fundó el CHIC, donde se realizan diversas actividades científicas y de vinculación social.
Recientemente se realizó la 3ª Conferencia internacional en Puerto Williams, donde asistieron tanto científicos, como también filósofos, lingüistas y representantes de diversas culturas para entregar su visión sobre el cuidado del medioambiente.
“Por primera vez, en mis más de 20 años de académico en Estados Unidos, nos están revisando los programas de los cursos y están censurando”.
Después de dos conferencias anteriores, donde el foco estuvo en las causas directas del calentamiento global, como la deforestación y las emisiones de carbono, este año el ojo estuvo puesto en cómo los valores y cosmovisiones orientan a la sociedad hacia modos de vida más o menos sostenibles. Todo esto, a través de una visión que integra tanto a la ciencia y la filosofía: una perspectiva a cohabitar con el ecosistema.
En esta entrevista, Ricardo Rozzi enfatiza por qué es necesario comprender más allá de lo que pueda decir un paper, sino que también entender cómo se relacionan las distintas culturas con el cuidado de su entorno. Todo esto, entre un escenario que lo llena de esperanzas y amenazas, donde incluso se le prohibió usar términos como “cambio climático” en sus clases en Estados Unidos, a propósito de un reciente decreto ejecutado por la actual administración de Donald Trump.
¿Por qué es importante incluir la Filosofía en temas de conservación?
Porque sirve para mirar los sueños, los filtros conceptuales, valóricos, con los cuales miramos la posición del humano en el cosmos, y más particularmente la situación de la sociedad con la naturaleza. Es también una mirada diferente a lo que hacían los centros científicos de Chile, que es fijarse en el lenguaje, en los valores, en la cultura y en una construcción de institucionalidad. La filosofía es necesaria para cuestionar los conceptos de buena vida. Y eso hacemos desde el Centro Cabo de Hornos: abordar las causas últimas del cambio climático.

¿Fue resistida al principio la visión de incluir filosofía y cosmovisiones culturales en la elaboración de artículos científicos?
Los suizos nos rechazaron dos o tres veces un artículo, no nos creían que tenemos en Cabo de Hornos la mayor diversidad de musgos y líquenes por unidad de superficie. Tiene más del 10% de toda la diversidad de musgos del mundo. Entonces esto se transformó en una joya. A nosotros lo que más nos ha costado es reclutar científicos nacionales y mantenerlos, pero para afuera esto es como Galápagos. Son paraísos para un laboratorio biocultural, para trabajar, descubrir especies. Todos nuestros estudiantes tienen buenos trabajos y aquí no habría ocurrido nada de lo que hemos hecho si yo no hubiera tenido la generosidad de muchas universidades que coordinamos una red internacional con la cual hemos hecho los descubrimientos.
¿Y cómo ha visto también que esto ha repercutido en las políticas públicas de Chile?
Se dijo que íbamos vamos a superar el modelo norteamericano que había primado en Chile, de que los parques nacionales y el área protegida se les pone candado. Nunca hemos creído en el candado. Ahí propusimos como instrumento operativo para implementar algo que contribuye al bienestar social, económico y del medioambiente la figura de la reserva de la biosfera. Yo diría que una de las mayores incidencias fue instalar una mentalidad y activar un programa de las Naciones Unidas, que está vigente hoy en Chile, donde tenemos varias reservas de la biosfera y que hoy día tenemos que seguir trabajando para que tenga mayor fuerza.

Pareciera ser que nuestra cultura puso en crisis al ecosistema, mientras las demás tienden a vivir en armonía con él.
Efectivamente los pueblos originarios tienen una relación, una cosmovisión muy armónica con la naturaleza. Pero la excepción se tomó el poder. No, Occidente no está contra la naturaleza, Occidente está en armonía con la naturaleza, pero estamos con una enfermedad, una excepción, y surge especialmente después de los años 50 cuando se prohíbe o minimiza la enseñanza de la filosofía. En Estados Unidos existió la persecución cultural luego de la Segunda Guerra Mundial, que es el macartismo. Y bueno, hoy estamos viviendo una persecución cultural en que nos revisan los currículum, los programas, los cursos. Cuando Jean Jacques Rousseau decía que el hombre es bueno por naturaleza no estaba solo, era la mayoría. Lo que pasa es que la voz la tiene ahora personas que no están actuando por el bien de la mayoría, y lo digo en el contexto mundial.
Entonces, qué mejor que desde el sur de Chile, con las cosmovisiones mapuche, Yagán, Kawésqar, Selknam, y por toda América y el mundo, se aprecie el clamor de la armonía con la naturaleza. Ahí tenemos una sociedad muy heterogénea, un mosaico biocultural.

¿Cómo fue esa prohibición de usar términos o citar libros en Estados Unidos?
Hoy hay una intervención en los programas educativos, no sólo en Harvard, en que expulsan a todos los estudiantes extranjeros. Lo puedo afirmar como hecho, y en esto quiero ser bien responsable porque soy académico y me debo también a la institución. Nos están revisando, no colegas académicos sino que los políticos, nuestros programas de estudio y tenemos indicación de que no podemos usar el término “cambio climático”, nos están censurando. Y hay ciertos libros como Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon que está prohibido usar.
Esto va in crescendo, y quienes denunciamos esto también sufrimos las consecuencias de ser juzgados, de ser indicados como críticos al sistema o subversivos. Por lo tanto, como académico no puedo públicamente criticar al sistema, pero sí puedo reportar lo que objetivamente es: por primera vez, en mis más de 20 años de académico en Estados Unidos, nos están revisando los programas de los cursos y están censurando.
Y pensando en este año de elecciones presidenciales, ¿cómo ve el devenir de la conservación del ecosistema en nuestro país?
Podemos cambiar los mandatarios, pero si están arraigados los valores en la cultura, en la ciudadanía, en las nuevas generaciones, eso tiene más fuerza, pero a veces es dolorosa. A veces es dolorosa por procesos de poder que trasciendan a esto. La problemática ambiental trasciende al partidismo político, no estamos en un periodo de izquierdas o derechas. El bienestar de la vida trasciende y lo trasciende también en los tiempos de administraciones políticas.
Los tiempos de la ecología, los tiempos de la conservación, los tiempos de los procesos de organización tienen que trascender y tienen que ser política de Estado. En ese sentido el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP), tiene un gran desafío y todos podemos contribuir. Y debemos hacerlo en diálogo, sin polarizarnos ni exaltarnos, y aunque cueste escucharnos. Esto, porque en el diálogo surge lo que se llama la síntesis dialéctica, que es tomar lo mejor de todas las partes. Cuesta, pero que es el único camino.
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