Pablo Araya, médico: "Me contagié de poliomielitis en una de las últimas epidemias en Chile"

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Fotografía: Laura Campos

"La vacuna contra la poliomielitis se pone a los tres meses de vida. Pero cuando nacieron mis hijos, pedí al doctor que la pusiera enseguida. Le dije: la quiero altiro. Le expliqué que si yo tuve esta enfermedad es por una predisposición especial; y no quiero vivir sabiendo medicina y con la culpa de que no hice algo para proteger a mis hijos lo antes posible".


Nací en septiembre de 1959. A los tres meses me fueron a poner la vacuna contra la poliomielitis, pero yo estaba con diarrea y el médico del vacunatorio le dijo a mi madre que esperara a que se me pasara y volviera.

Poco después, empecé a manifestar síntomas. Se dio cuenta una tía. Estábamos en la playa y ella vio que yo lloraba y lloraba y lloraba, pero sin moverme. No movía los brazos, ni las piernas, ni nada. Ella lo encontró extraño. Me llevaron inmediatamente al doctor y me diagnosticaron la poliomielitis. Además, tenía las defensas muy bajas, porque no estaba tomando leche materna. No tenía cómo defenderme. El virus me hizo presa fácil en ese momento.

Esa fue una de las últimas grandes epidemias de poliomielitis que hubo en Chile y yo me contagié. En esa misma época también le dio al hijo del cartero y nosotros suponemos que a lo mejor hubo un tipo de contagio entre el cartero y las cartas que recibimos en la casa. La poliomielitis es un virus que se contagia vía oral por manipulación de cosas.

De cada 10 personas que se contagian, sólo una manifiesta o queda con algún grado de secuela, como me pasó a mí. Además, tiene una alta tasa de mortalidad, entre un 5 y 10 por ciento: como bloquea los centros motores de la respiración, la gente se podía morir.

Deben haber sido días difíciles sobre todo para mis padres, porque no debe ser agradable ver a un hijo con dificultades. Creo que ellos pusieron mucho empeño en esa primera etapa, en que yo tenía un pronóstico de no poder moverme nunca más. Tenía comprometida las cuatro extremidades.

Mi carácter porfiado y competitivo con la vida me hizo salir adelante. En el colegio empecé a compartir con otros compañeros. Uno recuerda cosas que son referenciales en la vida. Por ejemplo, andar con zapatos y fierros que eran bien molestos, siempre con bastones.

En las clases de educación física me dejaban solo, me trasladaban a otra sala con niños que no conocía y mis compañeros se iban a jugar. Todos volvían felices, y yo tenía que irme a otra clase donde me sentaban en la primera fila. Me sentía observado y sin poder mirar a nadie. Era una sensación agobiante y difícil.

Tuve un profesor que después me motivó a ir a clases de educación física, me dijo que era mi obligación. Yo estaba completamente de acuerdo. En algunas cosas empecé a estar a la par con mis compañeros, como las flexiones y los abdominales. Sentía que era parte de un equipo, de un grupo. Me ponía contento y luchaba por seguir ahí.

En tercero o cuarto básico dejé los fierros, por petición mía: no quería más. Mi mamá me trasladaba, me llevaba a rehabilitación y me daba libertad de hacer cosas. Esa libertad me llevó a superarme, a buscar nuevas metas y, en el fondo, a vivir. Fui creciendo, transformándome en un líder de opinión, demostrando que los que nos rehabilitamos también tenemos un espacio dentro de la sociedad, que podemos aportar, no somos sólo los pobrecitos.

Dentro de mis límites, hacía todos los deportes que podía. Jugaba fútbol, vóleibol, tenis de mesa, que me encantaba. Intentaba cualquier deporte.

Haber estudiado Medicina se relaciona con la poliomielitis. Me marcó el tema social, de la sensibilidad, de sentir el dolor. Sentir a la gente comunicarse con uno, adquirir sensibilidad para entender a las personas en sus problemas, dolores o necesidades te va dando un plus. A veces la ciencia no te da la oportunidad de mejorar a alguien, pero siempre está la oportunidad de escuchar, de conversar y de apoyar, eso es maravilloso. Siempre quise ser médico y lo fui con esa perseverancia que me caracteriza.

En 1978, en mis primeros años de universidad, me tocó participar en la Teletón. Fue una experiencia importante. Me había puesto el objetivo de expresar que lo que la gente aportaba podía tener un rédito. Podíamos lograr que un niño con problemas y con muy buena rehabilitación fuera un profesional, que se desarrollara, tuviera familia, fuera un aporte real para la sociedad. Al final de la entrevista con Don Francisco me paré -andaba con un bastón en ese tiempo- y le dije que quería mostrarle a la gente que el aporte de ellos podía verse reflejado en lo que iba a hacer a continuación. Dejé el bastón y salí caminando como pude. Sentí que había cumplido: había mostrado que su aporte podía generar un cambio gigante.

Decidí especializarme en Medicina Física y Rehabilitación y empecé a tener mucho contacto con gente con problemas físicos y sensoriales. Me identificaba con sus problemas, yo creo que pasé a ser un luchador social más que un doctor en algunos aspectos.

Ya en 1999 me comprometí mucho con el deporte y la discapacidad: compito en tenis en silla de ruedas. Me invitó una vez un muchacho a verlo y me gustó, como yo era competitivo y me encanta el deporte, me provocó a probar. Yo nunca había manejado una silla de ruedas. Sin embargo, acepté este reto como todos los de mi vida. Y nunca más paré.

Pienso que, como en mi caso, la demora del diagnóstico sí influye, pero también tenemos que estar claros que si la gente se hubiera vacunado al nacer, lo más probable es que no hubiera tenido poliomielitis. Hoy no se vacunan al nacer, porque no hay epidemia (en Chile, según el Ministerio de Salud, no se han presentado casos desde 1975), pero también hay mucha gente que se olvida de vacunarse o no quiere hacerlo y la verdad es que ponen en un riesgo infinito a sus hijos.

La vacuna es una herramienta tan fácil, tan relevante, tan probada, que pareciera un despropósito negársela a un niño pequeño. La vacuna es necesaria para mantener las cosas como están.

Me pongo triste al ver comentarios con poco fundamento o campañas estúpidas sobre no vacunar a los niños. No lo comparto para nada; creo que están cometiendo un grave error. Cuando nacieron mis hijos, yo pedí que les pusieran la vacuna de la poliomielitis enseguida. Los niños aquí se vacunan a los tres meses, pero fui a hablar con el doctor y le dije: la quiero altiro. Se la pusieron, porque le expliqué que si yo tuve poliomielitis es porque tengo una predisposición especial y no quiero vivir sabiendo medicina con la culpa de que no hice algo para proteger a mis hijos lo antes posible.

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