Un road trip por las iglesias patrimoniales de Chiloé

Imagen Iglesia San Juan
La iglesia de San Juan está en proceso de reconstrucción y alberga varias imágenes sacras. (Crédito: Jorge López Orozco)

Construidas en madera y cubierta de tejas hechas cuidadosamente a mano, las iglesias del archipiélago de Chiloé son los referentes de ciudades, pueblitos e islas desconocidos. De ellas, 16 fueron nombradas Patrimonio de la Humanidad. Fuimos a conocerlas. ¿El resultado? Una guía práctica de por qué son importantes, cómo llegar, qué llevar y cómo visitarlas.


Famosas, pero desconocidas. Esa es la paradoja en que viven las iglesias chilotas que en 2000 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La nominación, si bien representa a casi un centenar de iglesias y capillas que pueblan este archipiélago, identifica concretamente a 16 edificaciones. Conocerlas puede llevar al menos cinco jornadas y es un gran pretexto para hacer una inmersión en el Chiloé profundo. Castro, Dalcahue o Chonchi son los "campos bases" para dichas excursiones.

Viajar por este numeroso tesoro patrimonial incluye breves caminatas hasta sendas navegaciones a alejadas islitas de este archipiélago sureño. Aunque las distancias son cortas, una travesía de 200 kilómetros puede llevar todo un día circulando por un Chiloé que se va volviendo cada vez más rural, lleno de curvas, con pueblitos con nombres desconocidos y gente dispuesta a largas conversaciones.

Día 1: De Colo a San Juan

Colo es el hogar de la iglesia más septentrional de las declaradas Patrimonio de la Humanidad. Está a 40 minutos en auto de Dalcahue. La villa, a no ser por el torreón campanario del santuario, pasaría inadvertida. Sus más de 20 metros de altura no desentonan con la sencillez del puñado de casas alrededor.

Al llegar, la iglesia San Antonio de Colo se encuentra cerrada. Pero acá un dato: siempre hay un vecino que tiene la llave. En este caso, es en un pequeño restaurante al frente, donde preparan olorosas costillas de cerdo ahumadas para el almuerzo.

En el interior abundan los colores. Pintada de verde, está llena de imágenes sacras que muestran la mixtura de corrientes europeas y huilliches. Este sincretismo llega a tener barquitos chilotes a escala colgando desde el techo: son ofrendas de agradecimiento. Se puede visitar el campanario por empinadas escaleras de madera, con gran vista al cementerio local colindante.

Desde Colo, en 20 minutos, se llega al tranquilísimo pueblo de Tenaún. Con vista a los volcanes andinos y espléndida bahía sobre el océano. Una avenida, flanqueada por casonas de dos pisos, finaliza en las puertas de la iglesia Nuestra Señora del Patrocinio: de tres torres -una excepción en la regla chilota-, pintada de blanco y azul, fue construida en 1845 con cipreses, mañíos y canelos. Huele a madera por dentro. Una bóveda celeste ampara santos y vírgenes coronados y vestidos de vivos colores.

Afuera está el centenario bar El Cañazo. Hay comida casera y fresca, además de cañas de chicha de manzana. Para pagar el festín hay que llevar dinero en efectivo. No hay cajeros automáticos.

Otros 30 minutos de ruta nos separan del destino final del primer día: San Juan. Este es uno de esos sitios en que dan ganas de quedarse por semanas contemplando la marea en el delta del río homónimo, mientras centenas de cisnes de cuello negro flotan en paz. La iglesia de San Juan está en reconstrucción, aunque es posible visitar su interior: imágenes sacras, botecitos colgando y una alba nave principal.

Día 2: De isla en isla

Dalcahue, 20 kilómetros al norte de Castro, es una pequeña y pujante ciudad. Con una costanera recientemente reinaugurada, un mercado con cocinerías chilotas y artesanos de las islas colindantes que venden sus productos a precios módicos. También está acá la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, construida en 1858 y ejemplo perfecto de la arquitectura chilota.

Un pórtico con nueve arcos, una torre campanario de 26 metros y su exterior cubierto por tejuelas de alerce demuestran la fineza del trabajo carpinteril. Celeste y blanca en su interior, los altares son lo más destacado.

Desde Dalcahue, un transbordador une a la isla grande con la isla de Quinchao. Es precisamente en el pueblito que bautiza a este pedazo de tierra donde se encuentra una de las dos iglesias patrimoniales que tiene este territorio. El templo de Nuestra Señora de Gracia de Quinchao, completamente de madera, es la construcción religiosa más grande de Chiloé y también la más humilde.

Una decena de reclinatorios ordenados en un costado llaman la atención, tanto como las guirnaldas colgadas en la nave central. Aunque su estado es menos conservado, su sencillez conmueve.

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Fachada de iglesia de Dalcahue. (Crédito: Jorge López Orozco)[/caption]

A solo 10 minutos está Achao, el poblado principal de esta isla. Allí, la iglesia Santa María de Loreto es una joya. Su sobrio exterior cubierto por miles de tejuelas de alerce contrasta con la espectacular obra arquitectónica de estilo barroco en su interior. El edificio no tiene ningún clavo: todo fue unido con tarugos de madera.

Cada día, a las 3 de la tarde, desde el puerto de Achao salen las lanchas hacia otras islas. A las más lejanas. Caguach es una de ellas. Está a dos horas de navegación en un bote subsidiado por el Estado y tiene uno de los santuarios más famosos por el culto a la imagen de Jesús Nazareno. La escultura de un Cristo sufriente, vestido de lila y venerado con procesiones desde 1778, es el motivo primordial por el que viajan devotos de todo Chiloé cada 30 de agosto.

Día 3: Las más cercanas

Castro, la capital chilota, cuenta con su propia iglesia patrimonial. Y debe de ser la más perfecta y la mejor muestra de la creación arquitectónica local. La iglesia de San Francisco, frente a la Plaza de Armas, fue el edificio hegemónico de la urbe hasta la llegada del mall.

Sus orígenes se remontan a 1567, pero esta construcción tiene poco más de un siglo. Creada por Eduardo Provasoli, arquitecto italiano, fue acá donde los carpinteros chilotes desplegaron todo su talento y el resultado es portentoso: grandes bóvedas de madera ensambladas, vitrales, dos torres de 42 metros.

Hacia el norte de Castro, en el sector de Rilán, está la iglesia de Santa María. Reconstruida completamente hace seis años, en base a su original trazado de 1903, es un ejemplo de arquitectura neogótica. Notables son las grandes rocas usadas como cimientos.

Hacia el sur de la capital chilota está Nercón, otra joyita de reconstrucción, con uno de los cementerios colindantes mejor preservados. La iglesia de Nuestra Señora de Gracia (1890) posee un bello jardín principal, que antecede a su pórtico pintado en blanco y celeste, y una torre de madera. En su interior destaca la imagen de San Miguel matando a un demonio a sus pies.

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El jardín de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, en Nercón. (Crédito: Jorge López Orozco)[/caption]

Otro corto viaje nos lleva a Vilupulli, súper cercana a Chonchi. Un desvío poco visible desde la 5 Sur lleva directo a la iglesia de San Antonio. Con vista al Pacífico, solitaria y tranquila, está completamente cubierta de tejas, cuenta con una torre de tres secciones y bellas imágenes sacras. Parece irreal que esta enorme iglesia se encuentre tan solitaria y poco reconocida. Pero en Chiloé las cosas tienen tanto de magia como de rarezas.

Día 4: A Lemuy

La cuarta jornada comienza en Chonchi y su iglesia de Nuestra Señora del Rosario (1893). Pintada en amarillo y celeste, está rodeada por la Plaza de Armas y pequeños bazares. Por dentro, las maderas cubren todo: pilares, arcos y diseños con estrellas y círculos, mientras las imágenes de los santos observan el horizonte.

A cinco kilómetros al sur se encuentra el cruce hacia la isla de Lemuy. Una navegación de escénicos 30 minutos en un moderno ferry -ocasionalmente aparecen toninas o pingüinos- antecede a esta desconocida isla que cuenta con tres iglesias patrimoniales en pueblitos con nombres musicales: Detif, Aldachildo e Ichuac.

La carretera es ondulante y con un paisaje que mezcla montes, pequeños caseríos y vistas al mar. Lemuy es bella. En Detif, una sencilla villa bajando una empinada loma, Griselda Millapichun (76) escribe poesías en su quiosco. Ella custodia la llave y la iglesia de Santiago Apóstol. Completamente pintada de blanco en su interior, con botes colgando, un Cristo de Caguach y campanas centenarias, sus orígenes se remontan a principios del siglo XIX.

Aldachildo está frente al mar. Y en la misma costanera está la iglesia Jesús Nazareno, una de las más contemporáneas, con solo 109 años de vida. Un torreón de 30 metros de altura destaca desde lejos, en tanto que en su interior verdes guirnaldas hacen juego con el celeste de sus pilares. La devoción por el Nazareno de Caguach acá también vive: una bella figura vestida de morado es su atracción principal.

Ichuac es un pequeñísimo pueblo a pocos kilómetros del ferry a Chonchi. Su iglesia -Natividad de María- fue inaugurada en 1880 y construida con ciprés, coigüe y alerce. Un reloj pintado en la torre campanario marca las 3 de la tarde. Recuerda el terremoto y tsunami de 1960.

Día 5: Navegando a Chelín

La última de todas las iglesias Patrimonio de la Humanidad obliga a dedicarle un día completo. Para llegar a Chelín hay que navegar: desde Castro hay una lancha diaria, que en tres horas remonta los canales marítimos hasta llegar a su pequeño puerto. La otra opción nace en la isla Lemuy: desde la villa de Puchilco, ubicada entre Detif y Aldachildo.

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Vista de la localidad de Chelín. (Crédito: Jorge López Orozco)[/caption]

Desde lejos, en esta islita de solo 12 kilómetros cuadrados se vislumbra la figura de 19 metros de altura de la iglesia Nuestra Señora del Rosario. Una cancha de fútbol artesanal enfrenta a la construcción creada en 1888. Pintada de blanco y celeste, su tranquilidad interior se iguala con la del exterior. Casi no hay autos, ni gritos, ni músicas estridentes. A lo más un chancho o un perro quiebran el silencio.

Las imágenes de la Virgen son las principales atracciones de la iglesia. Subir al tope de la torre -vía una escalera suicida- y estar al lado de las campanas con más de un siglo de vida completan el viaje. Desde Chelín nacen las ganas de ir a otros extremos de un archipiélago ignoto: Quehui, Apiao, Chuilinec son las islas vecinas, llenas de secretos. Y todas, claro, con sus propias iglesias e historias.

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