Magaly, la migrante

SEÑOR DIRECTOR:
Llegamos al final de la primera parte de la carrera presidencial chilena y, durante toda ella, se instaló un discurso en contra de la migración. Así, tal cual: migración sin apellidos ni matices, como si el fenómeno migratorio fuera sinónimo de delincuencia o de problemas.
No puedo dejar de pensar en el peso que esas palabras tienen sobre miles de personas que solo buscan aportar. Pienso en “Magaly” —he cambiado su nombre para proteger su identidad—, una mujer que viajó con su hijo para trabajar y ofrecerles un futuro mejor. Tiene 47 años y emigró hace seis. No posee título profesional, pero trabaja sin descanso lavando platos y limpiando casas para sostener a los suyos.
Paga impuestos, paga el transporte público, su hijo estudia e intenta integrarse y, aunque aún no logra regularizar su situación, busca cada oportunidad para hacerlo. Confiesa que cada día siente más temor por los mensajes políticos que la señalan y la hacen sentirse culpable de existir. Teme ser detenida y deportada. Teme que sus sueños se interrumpan de golpe.
Magaly vive en Washington. Y es chilena.
Wilson Charry
Periodista y escritor
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