El tribunal del honor: contra el femicidio

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Para no transformar la obra en una pieza de museo, el director Juan Pablo Peragallo mezcla el imaginario del siglo XIX con referentes contemporáneos: se escucha Into my arms, de Nick Cave, hay escenas congeladas y en cámara lenta y tocan al piano A mi manera, de Frank Sinatra.


El Teatro Nacional revisita de forma fluida y vibrante El tribunal del honor, donde el escritor Daniel Caldera narra un caso de femicidio. Este clásico de la dramaturgia chilena de 1877 nos recuerda que la violencia machista es una de las más horrorosas lacras de nuestra sociedad desde sus orígenes. El teatro siempre es memoria y el texto con 141 años de antigüedad propone una lectura crítica de lo que todavía somos, una sociedad machista, desigual y discriminadora. Juan Martínez (Rafael Contreras), militar de alto rango, acusa de adulterio a su mujer María (María Paz Grandjean). El esposo entabla su propio tribunal, su propia justicia y la apuñala.

Para no transformar la obra en una pieza de museo, el director Juan Pablo Peragallo mezcla el imaginario del siglo XIX con referentes contemporáneos: se escucha "Into my arms", de Nick Cave, hay escenas congeladas y en cámara lenta y tocan al piano "A mi manera", de Frank Sinatra. La escenografía está compuesta por un decadente living aristócrata con papel mural ajado, chimenea, un marco de pintura, muebles de época, lámpara de lágrimas y un telón raído. La gama de colores va del sepia al amarillo y dorado. También es un acierto que algunos vestuarios correspondan a trajes de piezas históricas de la compañía y se recuperen efectos sonoros antiguos, como la tradicional máquina de truenos o vientos.

Otelo, de Shakespeare, aparece citada en la historia y, de alguna manera, guía el desarrollo de los hechos y el conflicto. Desde la parodia, María Paz Grandjean construye una María subordinada al sistema patriarcal, dominada por su marido y sin ninguna posibilidad de voz propia o figuración pública si no es a la sombra de su esposo, dentro de una sociedad con instituciones de exclusivo predominio masculino. En un fino gesto de rebeldía, ella lee Otelo y se identifica con Desdémona, anticipo de su trágico desenlace. Además de Shakespeare, otra fuente de inspiración para Daniel Caldera fue El médico de su honra, de Calderón de la Barca, donde un hombre celópata busca a un cirujano que desangre a su esposa acusada de adulterio. La gran diferencia con Calderón es que la obra chilena contiene una crítica a una época brutal donde se justificaba el femicidio. Entonces la mujer era considerada propiedad de su marido y no podía administrar los bienes que poseía en comunidad con su esposo, tampoco participar en política o votar. La emancipación de la mujer aun no ha comenzado y esta debe conformarse con actividades de ocio, como la lectura de clásicos de la literatura.

La trama está basada en hechos ocurridos en 1851. Los nombres de los militares reales aparecían en los diarios, pero el de la mujer no trascendió y hasta hoy es un misterio. Sobre ella, cayó ese tupido velo de la historia escrita por los hombres que siempre borronea y margina la identidad de la mujer en los registros de la memoria colectiva.

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