Nona Fernández: "Me siento una impostora en terreno literario"

La escritora y actriz reedita su primera novela, Mapocho (2002), y el próximo año estrenará una adaptación teatral de su libro Space Invaders, que en noviembre será publicado en Estados Unidos. En ambos, su autora tiende puentes entre la literatura y el periodismo, y conduce al lector por pasajes del Chile convulso de los 80 y 90. "Me cuesta hacer la distinción de la actriz que escribe, de la escritora que actúa", comenta.



Nunca hubo un plan, y confiesa que aún no tiene uno. En un café cercano al Parque Forestal, Nona Fernández (1971) cuenta que siempre quiso convertirse en escritora, pero que no sabía cómo. Estudiaba Teatro en la UC, en los 90, cuando comenzó a tomar talleres con autores como Antonio Skármeta, Pía Barros y Carlos Cerda. Ya en el año 2000 se atrevió y sacó a la luz El cielo, volumen de cuentos en los que tocó algunas de las fibras que darían carne a su futura obra, siempre anclada a los surcos de la memoria, los traumas y muertos de la dictadura chilena, además de los sinsabores de la transición política de los 90.

El último relato de ese libro, sin embargo, terminó convirtiéndose en su primera novela. La escribió durante un año sabático, recuerda: junto a su pareja, el también escritor chileno Marcelo Leonart (1970), se fueron a vivir a Barcelona, allá quedó embarazada de su hijo Dante (18) y, en medio de toda la agitación cultural de una de las capitales literarias del mundo, apareció Mapocho, que en 2002 fue publicada por editorial Planeta y que ahora reedita Alquimia. Fernández la lanzó en el Teatro del Puente hace dos semanas, y en los próximos meses aparecerá también en España (Minúscula), Argentina (Eterna Cadencia) y Bolivia (El Cuervo).

"Yo diría que este es mi primer libro. Cuando lo terminé, dije esto es. Los cuentos previos tenían algo como de estar aprendiendo a escribir, aprendiendo el oficio, pero yo creo que aquí lo que encontré fue una voz, algo más personal, y ya me olvidé de cómo había que hacerlo, lo hice nomás. Sin ningunear mi primer libro, yo creo que Mapocho es realmente el primero", comenta la autora. "Aquí fundé un territorio del cual no he salido nunca. O sea, me he dedicado sin plan y de manera muy orgánica a profundizar en Mapocho, y a ir enfocándolo, de pronto en una esquina, de pronto desde otra y con otros operativos narrativos. Ahora me doy cuenta de que siempre lo estoy revisitando y que nunca he sacado los pies de él. Es una especie de ombligo. De ahí vengo", agrega.

Todo parte con una fotografía antigua que años atrás vio en la revista Apsi: en la imagen se ven los cuerpos sin vida de tres hombres, siendo arrastrados por las turbias aguas del Mapocho, en los 80. "No era nada que uno no supiera a esas alturas, porque la vi a fines de los 90, pero sin duda algo se abrió ahí. Los procesos creativos suelen ser bastante enigmáticos, y esa imagen fue la semilla de un libro que aún no había escrito. Ahora lo revisé para esta edición, que apenas tiene unas correcciones de estilo", apunta la también actriz, dramaturga y autora de la obra El taller, quien en 2017 ganó el prestigioso premio Sor Juana Inés de la Cruz en la FIL Guadalajara por su novela La dimensión desconocida (2016), traducida al inglés, alemán, francés e italiano.

"Al principio yo quería investigar quiénes eran esas tres personas y, obviamente, no llegué a ninguna parte. Pero a partir de esa intención fue que apareció este libro, que intenta dar cuenta de esos y tantos muertos de la dictadura, además de varios otros que históricamente fueron abrazados por esas aguas", cuenta Fernández sobre la historia protagonizada por el Indio y la Rucia, dos almas errantes que consumen su amor tardíamente. "Siempre he querido dar voz a los muertos, como si en vez de escritora fuese una médium o un tira", agrega.

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Mapocho

Nona Fernández

Alquimia, 2019.

232 páginas.

$ 13.000[/caption]

"A medio camino entre el periodismo, la literatura y el diario personal", se dijo sobre su obra en México hace dos años. ¿Cómo la definiría usted?

Cada vez se ha vuelto más híbrida, aunque nunca tracé una fórmula. Escribiendo intento conectarme con los materiales sobre los que estoy escribiendo, y esos materiales tienen forma de archivos, de documentos o de un interlocutor. Yo organizo todo ese material, como un dj, nunca me ha interesado escribir en un género determinado. Como no vengo de la literatura, no siento límites con ella. Para mí los libros son reflexiones, y esa es mi trinchera; no es el periodismo ni el documentalismo, es la literatura.

Otras autoras, como Claudia Piñeiro, Almuneda Grandes e incluso Margo Glantz han ganado ese mismo premio en México. ¿Siente que la ubica dentro de un nuevo canon literario?

La verdad, nunca había pensado ser parte de uno. Y tan así es, que me parece divertido. Me siento igual que como me sentía cuando escribí este libro: asustada y cagada de susto cada vez que escribo algo y lo saco para afuera. Honestamente, creo que soy la misma huevona que escribe solita en su casa, ojalá lo más escondida del mundo posible, con el menor ruido posible. Pero sin duda es muy reconfortante entender que lo que uno hace adquiere otras dimensiones y que hay lectores queriendo saber y leer más. El resto es pura felicidad, un regalo inesperado, puro goce, pero también se vuelve angustioso porque uno siente que debe responder a esos lectores. Ya no es solo tu círculo de amigos, es gente más grande, más importante. Y no es que sienta que deba responder, porque la literatura no le debe explicaciones a nadie, pero también es muy interesante entender que hay una dimensión de la escritura que no nos pertenece. Les pertenece a los otros. La lectura es otro ejercicio y no es responsabilidad del escritor. Quizás tiene que ver con mi formación de actriz, pero no tengo duda de que es el otro quien completa la acción.

¿Con qué tradición literaria o autores locales dialoga su obra?

Me cuesta mucho responderte eso. Temáticamente, creo que hay lugares donde me emparento con una generación literaria, la de los 90, que es también la de la falsa promesa de la transición. Hay temas que nos cruzan a varios ahí: pienso en la Lina (Meruane), en la Alejandra (Costamagna), en Marcelo (Leonart), en Carlos Tromben, en Juan Pablo Sutherland y, por supuesto, en Alejandro Zambra. Hay una observación y una reacción a una época común, pero ya en lo particular y de mi propia escritura, no sé. Me cuesta relacionarme o seguirme una huella en este aspecto. La Diamela (Eltit), por ejemplo, para mí siempre ha sido un referente y de alguna manera leo en ella a muchos de nosotros.

Escritora y actriz, a medio tiempo

Actualmente prepara la adaptación teatral de su libro Space invaders (2013), recientemente publicado por el sello independiente Graywolf en Estados Unidos y que estrenará con su compañía La Pieza Oscura el próximo año. También ensaya la obra Junto al lago negro, de la alemana Dea Loher, donde actuará bajo la dirección de Jesús Urqueta y que se estrena en noviembre en el Teatro Nacional Chileno. Antes, aparecerá en la nueva ficción del cineasta chileno José Luis Torres Leiva, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, que a fines de este mes competirá en el Festival de San Sebastián.

Allí encarna a la hermana de Ana (Amparo Noguera), quien lleva más de 20 años de relación con María (Julieta Figueroa), una paciente de cáncer terminal que se niega a someterse al tratamiento. "Es una película delicada y muy triste, hermosamente triste", dice la autora, quien a fin de año publicará además un ensayo sobre la memoria, por Penguin Random House.

En sus libros suele haber una especie de terror y desazón cubriéndolo todo. ¿De dónde viene esa visión suya?

Es una reflexión que he ido haciendo. El pasado está tan vivo, que todo lo que pensamos que habíamos sepultado en un pasado reciente y que tiene que ver con la dictadura, no se quedó ahí nomás, más bien fundó el presente en el que estamos viviendo ahora. Ahí se gestó toda esta gran película de terror en la que nos vemos, y eso queda en cada uno de los libros. Pensar, por ejemplo, que aún vivimos en una cápsula espacio-temporal, donde el pasado, el presente y probablemente nuestro futuro siguen circulando de una manera muy porosa y anclados a una Constitución ilegítima que nos sigue rigiendo, en un proceso que se ha vuelto un deja vu. Y mientras, todo sigue funcionando. Tenemos ministros y dirigentes de la dictadura en cargos públicos, y a nadie le importa. Tenemos monumentos con nombres de personeros de años que no quisiéramos de vuelta, y tampoco es tema. No hemos salido de ahí, porque Chile no ha dejado de girar en un carrusel de feria. Y nosotros somos las ratas de laboratorio. Terrorífico, ¿no?

¿Qué le da a su escritura el hecho de ser actriz?

Me cuesta hacer la distinción de la actriz que escribe, de la escritora que actúa. La herramienta que tengo, y porque fui entrenada para eso, es que encarno cada voz que aparece en mis libros. Yo soy cada uno de esos personajes. Siempre me he sentido una impostora en terreno literario, eso sí, y me ha costado mucho sentirme escritora. Me da pudor y todavía lo siento. Por eso lanzo libros en un teatro, lo siento como mi casa, y como la actriz que soy tampoco sé adónde voy como escritora. Prefiero dejarme llevar por el cauce.

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En noviembre aparecerá en EEUU una traducción de su novela Space invaders (2016). El próximo año llegará al Teatro UC.[/caption]

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