¿Cuál es el mejor disco de Kendrick Lamar?

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Kendrick Lamar.

Si el rap dejó de ser música marginal hace varias generaciones, y ahora sus intérpretes son cada vez más influyentes y tienen mucho que decir sobre la sociedad, Kendrick Lamar despeja cualquier duda sobre quién fue el gran cronista americano de la década del 10. Los críticos de música de Culto profundizan entre la discografía del primer rapero en hacerse de un Premio Pulitzer. Mientras uno defiende To pimp a butterfly, el otro elogia DAMN.


To pimp a butterfly: cada nigger es una estrella

Por Nuno Veloso

En los últimos minutos de To pimp a butterfly, Kendrick conversa con el legendario 2Pac. Y esa genialidad, aquella conversación, no es solo un deleite estético. Proviene de una convicción, de una sensación de destino. 2Pac atraviesa la muerte –precisamente en "Mortal man", para enviar un mensaje a su discípulo. Kendrick, rescatando el audio de una entrevista que se le hizo a Shakur a mediados de los noventa, le hace romper las cadenas más firmes que atan a cualquiera de nosotros: la muerte. "Siendo uno de tus descendientes, de ese legado que dejaste atrás, puedo decirte con certeza que aquí no hay más que alboroto", le explica K a 2Pac sobre el estado de las cosas en los suburbios, 19 años después de su asesinato.

To pimp a butterfly, el tercer disco de Kendrick –editado en 2015- es precisamente una metamorfosis, una alquimia donde toda la herencia de la música negra, todas aquellas formas –el jazz, el funk, el soul, el hiphop, el bebop- se condensan, se amalgaman para crear una nueva belleza, un artefacto vanguardista –sí, en la primera línea, al frente de la batalla- cuyo propósito es iluminar al resto de las orugas. El "Poema de la mariposa", que Kendrick le muestra a 2Pac, habla de cómo la oruga es prisionera de las calles, que se vuelven su crisálida. "La oruga nota que el mundo la ignora, pero que a la vez elogia a la mariposa", dice. "Y la oruga ve a la mariposa como algo débil".

La mariposa representa el talento, y la ciudad –la crisálida- la institucionalización, la confinación. Justo antes de escuchar la opinión de 2Pac sobre estas ideas, la comunicación se corta y Kendrick queda solo ante el vacío, llamándolo: "¿Pac? ¿Pac?", exclama. Y es que, 2Pac, en su sabiduría, siempre supo que su rol no era ser un salvador. Sino que, tal vez, su propósito era el de inspirar a quien sí podría llegar a convertirse en uno, en el futuro. Para el aniversario 19 de la muerte de Shakur en el mismo año en que To pimp a butterfly fue editado, Kendrick recordó -en el mismo sitio web del desaparecido rapero, a través de una carta- cómo se sintió inspirado al ver a 2Pac junto a Dr. Dre en las calles, cuando él era simplemente un niño sobre los hombros de su padre: "Tenía 8 años cuando te vi. Muchas emociones, lleno de ansiedad, alegría y afán. 20 años después, entiendo precisamente qué era ese sentimiento: INSPIRACIÓN", escribió.

En "The Blacker The Berry", en plena mitad del álbum, Kendrick recuerda cuando abrió los ojos, 8 años después de haber visto a 2Pac. "Me he sentido de esta forma desde que tengo 16 años, me di cuenta de que nunca nosotros les gustamos, a la mierda su amistad, lo digo en serio. Soy afroamericano, soy africano. Soy negro como la luna, herencia de una villa pequeña… vengo del fondo de la humanidad. Mi cabello es como un pañal, mi pene es grande, mi nariz es redonda y ancha. Me odias, ¿no? Tu plan es acabar con mi cultura".

Este no es solo un descargo contra la opresión blanca. Sino que contra el odio mismo que, dentro de cada suburbio y cada pandilla, amenaza al pueblo, haciéndole también matarse entre sí. "¿Cuántos niggers hemos perdido solo en este año? No tenemos tiempo que perder, my nigga" –grita una voz en el intermedio de "i", uno de los mejores cortes del disco donde la guitarra chirriante de "That Lady" de los Isley Brothers revive. Y Kendrick, en una muestra de respeto total, fue en persona a pedirle a Ronald Isley permiso para utilizar el simple, lo que terminó con Ronald participando en las grabaciones, en "How much a dollar cost".

El fantasma de Mandela, producto de un viaje que Kendrick realizó a Sudáfrica poco antes de comenzar a trabajar en el álbum, inspiró mucho del material. "los demonios de Lucy (Lucifer) estaban a mi alrededor, así que me puse a buscar respuestas", dice repetidamente, en varios intermedios a lo largo de la placa. Y la respuesta es una sola: "Solo porque vistes el color de una pandilla diferente a la mía, eso no significa que yo no te tenga respeto como hombre negro, olvidándome de todo el dolor y las heridas que nos causamos unos a otros en las calles", le explica Kendrick a 2Pac. "Si te respeto, nos unificamos, y podemos hacer que el enemigo deje de matarnos". La ciudad desquiciada, alborotada, esa que mencionaba Kendrick en el título de su segundo disco Good kid, M.A.A.D. city, ahora pasa a ser un concepto devastador: es en esas calles, a través de la rivalidad y de la envidia, que la lucha se pierde.

La voz de 2Pac, cortada abruptamente no solo de su conversación con Kendrick –sino que de éste mundo- es ejemplo de aquello. K entiende que está acá para dar nueva luz, para hacer ver al resto de las orugas que no está bien concebir el talento en el otro como una debilidad. La única forma de romper el círculo, de liberarse, es unirse. Y es deber de cada nueva generación iluminar a la siguiente. "Cada nigger es una estrella", dice el sample del tema del mismo nombre del jamaicano Boris Gardiner, abriendo el álbum. ¿Por qué? Porque, aunque una estrella haya dejado de brillar hace miles de años, su luz seguirá viajando por el Universo, iluminando algún rincón oscuro y perdido. Ese es el deber de cada nigga. Y aquel es el destino de To pimp a butterfly.

DAMN.: dos en uno

Por Andrés Panes

Apenas salió DAMN., Internet se llenó de teorías acerca del disco, y la que ganó más tracción fue la que postulaba que, para apreciarlo a cabalidad, había que escuchar las canciones en orden inverso, desde el final hasta el principio. La especulación era cierta, como se confirmó en la posterior edición para coleccionistas, que ofrecía como gancho un tracklist secuenciado al revés del original en vez de un turro de bonus. Y si bien los descartes de Kendrick Lamar pueden ser caviar para los oídos, como demostró en Untitled Unmastered, la decisión de no incluir nada nuevo denota la confianza que le tenía a este material. Una fe plenamente justificada porque, en efecto, DAMN. es un disco totalmente distinto según la forma en que se escuche. Como el genio de la narración que es, el rapero armó una historia que cambia de significado por completo dependiendo de la sucesión de los temas, que adquieren matices inesperados solo con moverse de un lugar a otro.

DAMN. uno punto cero es como Enter the Void, la película de Gaspar Noé sobre un traficante que fuma DMT y fallece, pero sigue viajando aún después de muerto. La primera canción, "BLOOD.", narra cómo Kendrick pierde la vida a manos de una mujer ciega a la que se acerca para ofrecerle ayuda. Todo lo que ocurre después del balazo bien podría ser interpretado como una experiencia post mortem. Si el protagonista de Enter the Void concluye su trip en el vientre materno, reconfortado luego de tanto agite lisérgico, Kendrick baja el telón dando gracias en "DUCKWORTH.", que detalla cómo hace veinte años su padre se salvó de morir asesinado a manos del hombre que se volvería su jefe. Es un relato sorprendente acerca de cómo el CEO de su sello discográfico, cuando era un delincuente juvenil, estuvo a punto de dispararle al empleado de un local de pollo frito que, en un giro cinematográfico de los hechos, no era nada más y nada menos que el papá del rimador.

Damn. Collectors Edition es otro cuento. La partida con "DUCKWORTH" ya no parece el fruto de una alucinación, sino que suena verídico (lo fue, por cierto) y el remate con "BLOOD" ofrece un inquietante final en el que Kendrick termina muerto en la calle como tantos otros afroamericanos. La manera en que avanzan los discos varía sobremanera: el original arranca tirando la carne a la parrilla ("LOYALTY." con Rihanna, ese megahit llamado "HUMBLE.", etc), mientras la reedición es más mesurada. Que las canciones sean exactamente las mismas, pero el álbum no, hace que DAMN. no solamente sea la mayor hazaña de Kendrick Lamar, uno de los artistas fundamentales de nuestros tiempos, sino una de las cumbres del rap en sus casi cuarenta años de existencia. Se trata de una obra maestra que genera la misma intriga obsesiva que cualquier lanzamiento de Radiohead o Tool, y cuyo valor literario para esta generación equivale al de Bob Dylan en los sesenta. DAMN. despeja cualquier duda sobre quién fue el gran cronista americano de la década del 10's.

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