Iván Jaksic, premio Nacional de Historia 2020: “Introducir derechos sociales en la Constitución es un tema muy complejo”

Académico de Stanford y director de su programa en Chile, el autor de Andrés Bello: la pasión por el orden participó del ciclo de Conversaciones LT. El investigador, que se ha ocupado de la historia de la filosofía en Chile, reflexiona sobre el momento histórico que atraviesa el país.


Cuando visitó Chile en 1985, fue a buscar a sus antiguos maestros. Doctorado en historia en Nueva York, Iván Jaksic (Punta Arenas, 1954) había estudiado filosofía en el Instituto Pedagógico a inicios de los 70 y salió al exilio tras el golpe militar. La situación que encontró en el país no era alentadora. Unos habían sido detenidos y desterrados, como Juan Rivano; otros como Humberto Giannini trabajaban en un entorno áspero, sin diálogo. También estaba Gastón Gómez Lasa, quien viajaba en bus a Valdivia durante la noche para dar clases en la Universidad Austral. “Gente que construyó la universidad, que creyó en la Reforma Universitaria, o estuvo en contra de ella y que de pronto se encontraban marginalizados”, recuerda hoy.

Premio Nacional de Historia 2020, Jaksic se empeñó en rescatar esa memoria y relevar la historia del pensamiento filosófico en Chile. De ese modo dio forma a su ensayo Rebeldes académicos: la filosofía chilena desde la Independencia hasta 1989. Interesado también en recuperar el legado del primer rector de la Universidad de Chile, investigó y escribió Andrés Bello: la pasión por el orden.

En su obra, Jaksic subraya el significativo aporte de Bello al país, en un momento de formación de la nación: colaboró en la redacción de la Constitución de 1833 y fue el autor del Código Civil, así como senador por 27 años. Jaksic, académico de Stanford y vinculado a la Escuela de Gobierno UAI, destaca la forma en que Bello “se compromete con la construcción de la república”.

Iván Jaksic participó del ciclo Conversaciones LT, y acá ofrecemos una versión editada del diálogo.

-Bello, José Victorino Lastarria y Francisco Bilbao protagonizan intensos debates en la época. ¿Cuál era la dirección de ese debate?

Hay grandes debates, uno de ellos en torno a la historia. Para Bello, lo importante era integrar el pasado, reconocer el período colonial, sin castigarlo por afanes ideológicos. Lastarria tenía otra visión, de que para poder construir una república democrática era necesario destruir ese pasado, identificar lo malo que venía de allí, que para él eran dos cosas, el autoritarismo y la Iglesia Católica, y Francisco Bilbao también de un ala más radical, pero dentro de un mismo abanico republicano. Lo fundamental era qué tipos de valores son los que vamos a rescatar, los de la continuidad o los de la ruptura, y allí triunfó Bello.

-Hoy vivimos un período de revisionismo histórico, con estatuas removidas en muchos lugares. ¿Hasta dónde debería llegar?

Es parte de un proceso global que también ha llegado a Chile. Para mí francamente es algo sano el discutir, porque hace que las nuevas generaciones aprendan de lo que era el contexto. Es traer la historia al presente. En lo que no estoy de acuerdo es que se haga a martillazos. No. Démosle su lugar a las generaciones que construyeron estos símbolos que en algún momento fueron símbolos de unión y que ahora dividen. Es un proceso natural de la historia de la vida de las sociedades, pero lo que impacta y lo que entristece es que se haga de la forma en que se ha estado haciendo.

-¿Está de acuerdo con rebautizar Plaza Baquedano como Plaza de la Dignidad?

Creo que siempre va a haber, tal como en la Constitución, un tema de legitimidad de origen, es decir, ¿por qué se llamaría ahora Plaza de la Dignidad? Fue por el estallido social. Es decir, al tratar de resolver un problema creamos otro. Trato de ser lo más objetivo, pero me parece que lo peor es ponernos a cambiar los nombres sin una discusión, sin un mecanismo en donde logremos un consenso. Porque o si no, tendríamos que entrar al Museo Histórico Nacional y arrasar, y no se trata de eso. Para algo existen los museos y estos lugares de conmemoración histórica. Tal como hemos logrado conmemorar el terrible tema de los derechos humanos (...). Yo llevo mucho a mis estudiantes al Cementerio General y culmino en el Memorial a los Ejecutados y Detenidos Desaparecidos. No me cabe duda de que hay un sector, que ha ido disminuyendo, que estaría encantado de que eso no existiera. Pero el hecho de que exista significa que podemos conversar, debatir, y eventualmente superar.

-¿De qué manera se relacionan los ideales de su juventud con los de hoy?

En mi juventud había un espíritu libertario muy importante. También había una cierta noción de que el privilegio de tener una educación, a pesar de que fue truncada, conducía directamente a mejores oportunidades. Y así fue, mi generación superó con creces la generación de mis padres, en términos de oportunidades. La juventud actual tiene los mismos ideales de mi generación, pero en un contexto donde la educación ya no representa oportunidades. Hay una incertidumbre total, hay gente que está sobrepasada por el endeudamiento y una educación que al proliferar ha bajado la calidad. Creo que tenemos que escuchar a nuestra juventud, tampoco demonizarla, porque es difícil ser joven en este momento. Si le agregamos la pandemia, mucho más. Pero lo que ocurrió antes de la pandemia era la manifestación también de los padres endeudados, la percepción de que la concentración del poder político y económico es enorme. Nosotros éramos sumamente pobres, pero privilegiados, al haber logrado encontrar una ruta a través de la educación, mediante la cual nuestras oportunidades iban a ser mejores, y ahora simplemente no lo son.

-¿Cree que el estallido social marca una inflexión histórica en el país?

Mucho de esto se estaba acumulando, es como en los terremotos, se empieza a acumular la energía, y de repente ¡paf! Lo que pasa es que uno nunca sabe en qué momento, en qué lugar va a ocurrir, pero es el resultado de un proceso de acumulación. Pero cada uno de esos procesos da una oportunidad de repensar, de crear canales que respondan más a un contexto que ha variado mucho. No digo que soy optimista, pero es algo normal en el ciclo de las sociedades, representa una oportunidad de tener un sistema político más sensible, más representativo. Hemos salido de muchas camisas de fuerza, de muchos momentos muy malos, y se ha logrado reconstruir la sociedad civil. La dictadura es un ejemplo. ¡Qué mal estuvimos! ¡Pero cómo logramos salir! Y llegó un momento en que lo que era heroico se transformó en complacencia y se acumularon las energías telúricas y explotaron y ahora tenemos que construir con los escombros de lo que fue un sistema que nos funcionó, pero que necesita reforzarse, que necesita un nuevo consenso.

-¿Una nueva Constitución sería importante?

Al principio de la república, lo que era importante para Bello eran los derechos civiles, para otros, eran los derechos políticos. El fenómeno del siglo XX y ahora del siglo XXI en particular, son los derechos sociales. Las constituciones en general lo que hacen es organizar el sistema político, la división de poderes, pero no pueden, sin problemas, instalar derechos sociales. Entonces tienen que ser parte de un consenso, de qué es lo que va a una Constitución, y qué tiene que ser regulado democráticamente por otras fuerzas, el Legislativo. Por ejemplo, si uno quiere pensar que todos tenemos derecho a un salario digno, ¿eso debe ser parte de la Constitución? Entonces el desafío de introducir ya no los derechos civiles y políticos, sino que introducir los derechos sociales es un tema muy complejo. Tener una Constitución donde ciertos derechos no se pueden establecer va a generar tensiones. Puede solucionar el problema del momento, pero va a generar nuevos problemas.

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