Caos y humillación: la desastrosa trastienda de la primera película de Super Mario

En los 90, y con el éxito de las Batman de Tim Burton de fondo, Hollywood se volcó a la realización de una cinta inspirada en el popular videojuego de Nintendo. Nadie imaginó que se ganaría un lugar entre los mayores fiascos de la industria. Hoy en cambio los números son otros: Super Mario: La película se consagró este fin de semana como el mejor estreno de un filme animado en la historia.


En una época en que la hoja de ruta de las superproducciones la marcaban las Batman de Tim Burton, las tres partes de Volver al futuro y la saga Terminator, un grupo de realizadores se propuso adaptar una de las propiedades intelectuales más codiciadas del mundo.

La carrera de Roland Joffé estaba en un momento envidiable, luego de que Los gritos del silencio (1984) y La misión (1986) alcanzaran cada una siete nominaciones a los Oscar, incluyendo candidaturas a Mejor película y Mejor director.

El realizador estaba decidido a montar su propia compañía y se alió con Jake Eberts, productor de títulos como Carrozas de fuego (1981) y Danza con lobos (1990). Juntos cerraron el acuerdo con Nintendo: US$ 2 millones por los derechos para llevar al cine Super Mario, su popular videojuego. El acuerdo no consideraba que la firma japonesa participara activamente del desarrollo y realización del largometraje, dando vía libre a la imaginación de los impulsores del proyecto.

Joffé tenía una mirada muy particular sobre el camino que debían seguir: una película de aventuras de acento más oscuro que le permitiera convocar a un público al que hasta ese momento la marca no había llegado. Bajó esa idea, la ofreció la dirección a varios nombres conocidos de Hollywood: Harold Ramis, Danny DeVito y Greg Beeman (Sin permiso para conducir, 1988). “Asistí a la reunión porque me encantaba el juego”, contó Ramis en 2009, quien finalmente desistió y en 1993 logró un hito con el debut de Hechizo del tiempo.

La pareja que se hizo cargo de la cinta fue Rocky Morton y Annabel Jankel, una dupla conocida por su trabajo en publicidad y videoclips (Talking Heads, George Harrison, Miles Davis) que había dejado buenas sensaciones con su primer largometraje, D.O.A (1988), con Meg Ryan y Dennis Quaid en los roles principales.

El guión de Super Mario Bros. sólo consigna a tres escritores, pero lo cierto es que el texto pasó por más manos. Primero fue contratado Barry Morrow, ganador del Oscar por Rain man (1988), pero su enfoque no gustó en quienes movían las manijas del filme.

Más tarde aparecieron Parker Bennett y Terry Runte, y en última instancia se le encargó una reescritura a Ed Solomon. Ese movimiento no fue informado a Morton y Jankel, quienes estaban prácticamente listos para iniciar el rodaje con el guión previamente aprobado. El dúo incluso pensó en renunciar cuando actores y técnicos se alistaban para comenzar el trabajo en California del Norte, pero fueron convencidos de seguir adelante.

Con Bob Hoskins y John Leguizamo en los papeles centrales, la película imaginaría a Mario y Luigi como dos hermanos que por accidente aparecen en una dimensión alternativa en que los humanos habían evolucionado de los dinosaurios. En una urbe con ecos cyperpunk, la dupla debe salvar a una princesa (Samantha Mathis) de las manos del malévolo Rey Koopa (Dennis Hopper en un rol para que el se consideró a Arnold Schwarzenegger).

Foto:, © Buena Vista/courtesy Everett Collection

Esa historia sufrió ajustes mayores y menores en todo momento, enfrentando permanentemente a los directores con los productores y causando el enojo del elenco. Fisher Stevens y Richard Edson, quienes encarnaban a los secuaces del villano, advirtieron tempranamente que el set sería un caos y propusieron olvidarse de las líneas de diálogo que tenían asignadas en el guión, dando paso al ingenio y la improvisación. Su idea fue aceptada.

Otros se tomaron el caos con menos serenidad. Durante una jornada Dennis Hopper estalló en contra de Morton y Jankel cuando le cambiaron su diálogo. “Empieza a gritarles a Annabel y Rocky. Él les dice que son completamente poco profesionales, que nunca ha visto algo así”, recordó Edson para The Guardian.

En tanto, John Leguizamo utilizó su autobiografía para admitir que entre escenas bebía whisky con Hoskins, una posible válvula de escapa el desastre que se producía en las filmaciones. También adoptaron otro rito: cada domingo el elenco se reunía en un pueblo cercano para interpretar obras de Shakespeare. “La gente estaba muy entusiasmada con eso, solo para alejarse del set”, apuntó Fiona Shaw recientemente.

De ese modo, se materializó una de las mayores contradicciones que puede enfrentar una superproducción: los propios involucrados apelaban por la evasión mientras construían una película que aspiraba, en el mejor de los casos, a ser una buena evasión para los asistentes al cine. Pero el público se mantuvo lejos de las salas: al final de 1993, Super Mario Bros. ocupó el puesto 73 de la taquilla global, muy lejos de las cifras conseguidas por Jurassic Park y Papá por siempre, que dominaron esa temporada.

“Si tuvieras que calificarla únicamente por sus golpes visuales, tendría que darle a Mario Bros. una nota alta. Si la juzgaras por su escritura, o por lo que escuchamos en pantalla, su puntaje final sería débil”, opinó Los Angeles Times.

En un análisis más amable, The New York Times señaló que “los niños de 11 años (...) sin duda quedarán impresionados con el gasto y la energía que se han invertido en llevar a Super Mario Brothers a la pantalla”.

Recientemente, a propósito del lanzamiento de la película animada con voces de Chris Pratt y Charlie Day (que llega este jueves 6 a salas locales), Rocky Morton apuntó a la falta de participación de Nintendo –y Shigeru Miyamoto, su icónico diseñador– como un factor de la debacle.

“Si hubiera tenido una relación con Miyamoto y lo hubiera incluido, si él hubiera sido productor y hubiera entendido lo que estábamos haciendo, no habría dejado que sucedieran ciertas cosas”, explicó a Variety. “Habríamos sido un equipo y habría sido un filme diferente”.

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