Reseña de libros: de Georges Perec a Ernesto Rodríguez

Georges Perec.

Nací, un conjunto de textos breves del celebrado autor francés; El Distraído, volumen de ensayos y aforismos del filósofo chileno fallecido el año pasado, y Refugio, un poemario ilustrado para leer a los más pequeños, en las lecturas de la semana.


Nací, de Georges Perec (Anagrama)

Georges Perec anota: “Nací el 7 de marzo de 1936″. Redonda y precisa, la frase es o puede ser el inicio de una historia. Pero Perec (1936-1982), el escritor de los juegos de palabras, los espejos y laberintos, siente que no puede o no sabe cómo continuar. Observa la frase, la ronda y se pregunta por el modo de profundizar en ella. Con ese texto abre este volumen de prosas reunidas del autor francés, un conjunto de 10 escritos breves, fragmentos y esbozos que giran en torno a la memoria, la infancia y su proceso creativo. Fechados entre 1959 y 1981, en su mayoría son textos preparatorios o reflexiones que iluminan la obra del autor de La vida instrucciones de uso. Entre ellos se encuentra el relato de aquella vez que se perdió en las calles de París, a los 11 años, contada con su característica fascinación por los detalles; proyectos literarios, sueños y reflexiones sobre el oficio.

“Inicialmente todo parece sencillo: quería escribir y he escrito. A fuerza de escribir me he convertido en escritor, al principio, durante mucho tiempo, para mí solo, hoy para los demás. En principio ya no tengo necesidad de justificarme (ni a mis propios ojos, ni a ojos de los demás): soy escritor, eso es un hecho consumado”, escribe en Los ñoquis del otoño o respuestas a algunas preguntas que tienen que ver conmigo. La escritura es su vida: “Escribo para vivir y vivo para escribir”. La pregunta es ¿cuál es la necesidad? ¿Qué quiere decir? O bien, ¿cuál es la pregunta que intenta responder? “La escritura me protege. Avanzo al amparo de la muralla de mis palabras, de mis frases, de mis párrafos hábilmente encadenados, de mis capítulos inteligentemente programados. No me falta ingenio”, afirma.

Inventivo, culto y sofisticado, Perec se extiende sobre su forma de convocar la memoria y cruzarla con el presente, así como sobre su necesidad de clasificar, catalogar y enlistar la vida. Precisamente, el volumen cierra con una lista: Algunas de las cosas que debería hacer en cualquier caso antes de morir. Enumera 37, entre ellas, “irme a vivir durante bastante tiempo a una ciudad extranjera (Londres)”; “hacer un viaje en submarino”; “ir de Marruecos a Tombuctú en cincuenta y dos días, a lomos de camelllo”; “encontrar la solución al cubo Rubik”; “ir la Museo del Prado”, “aprender a tocar batería” y “escribir una novela de ciencia ficción”. Y algunas decididamente imposibles: “emborrarcharme con Malcolm Lowry” y “conocer a Vladimir Nabokov”.

El Distraído, de Ernesto Rodríguez (UDP)

Tenía el don de la amistad: la cultivaba y la hacía brotar. “No he podido vivir sin amigos. Sin ellos, no podría volver a mis soledades”, escribió Ernesto Rodríguez (1930-2022). Filósofo amante de la conversación, maestro distraído, artista de los encuentros y fervoroso cruzado de la amistad. “¿Y qué significa creer en los amigos?”, se pregunta en este volumen póstumo editado por Daniel Hopenhayn, una hermosa colección de recuerdos, notas, aforismos y poemas que trasuntan simpatía por el lector. “Saber perder el tiempo con ellos, me parece, es solo una parte de la respuesta. También hay que hacerse de amigos verídicos. Críticos, capaces de percibir nuestras diferencias y conversar desde ellas. No basta con apartarse, con esperar, con escuchar: hay que cruzar amistosamente las espadas. El permanente oficio de irnos dando cuenta. Esa capacidad de estar con otros nos hace políticos, y ese estar dándonos cuenta nos hace celebrar que, antes de toda beatería o nihilismo, el mundo es bueno y es bueno estar en él”.

Ex profesor de la UCV, la UC y director cultural del Cep, Ernesto Rodríguez celebraba la vida sin esconder sus asperezas y sus espinas: “El que dijo que la vida no era trágica estaba absolutamente equivocado”, anota. “El que dijo que la vida no era buena estaba absolutamente equivocado”, agrega.

Crítica y celebración: ese fue el título que le dio al ciclo de conversaciones que creó en la UC en 2022. Acá explica su sentido: “Se trata de estar siempre distinguiendo los caminos que uno toma y no toma -porque eso es la crítica - pero al mismo tiempo celebrando que estamos aquí, prodigiosamente, inexplicablemente. Esa suerte de prudencia ha sido el secreto que me permite seguir viviendo”, afirma.

Entre ensayos y aforismos breves como destellos, el libro aborda desde su infancia y formación en Valparaíso a reflexiones en torno a lo transitorio de la existencia, el tiempo, la muerte, el amor, la libertad, la alegría, abrazadas por una sabiduría de la discreción: “Ser alegre y no creerse feliz”.

Atravesado de citas y lecturas, de Nietzsche y Heidegger a Montaigne, Pavese, Spinoza, Tolstoi y Nabokov, en los textos se revela su amor por la poesía y la música, donde reconoce una vibración profunda. “La maravilla de la música es que nunca pensó que serviría para algo: es, por ella misma, lo más extraño y lo más propio del mundo. Entonces el dolor y la felicidad se encuentran, y la huella de ese encuentro es la sonrisa. Por eso nos parece que la sonrisa es la huella de Dios en la tierra”.

El cristianismo y la experiencia espiritual también integran sus reflexiones: “Ya se habla poco de Dios. No nos damos cuenta de que todavía creemos. Si nos apartamos de nuestros apuros, todavía está la presencia, todavía la ausencia”. Y su apego profundo al cristianismo:

“Ser religioso sin pertenecer a una religión.

Ser místico sin ser siquiera religioso.

Ser cristiano -según Jesucristo- sin siquiera pertenecer al cristianismo.

Solo que en el interior de la religión cristiana, católica, se me reveló cuando niño la experiencia de lo sagrado, de la bondad, la soledad y la compañía. ¡No se enojen! Quiero, a pesar de sus pesares y mis errancias, morir en la Iglesia en que nací”.

Refugio de Ananda Sibilia y Paula Bustamante (Cocorocoq)

“Tú y yo, podemos ser nuestro refugio”, le dice la madre a su hijo. El cuerpo de la madre como un nido, un espacio cálido, amoroso y seguro: “He aprendido a formar/ con mis brazos cansados/ una cuna ideal/ que tu llanto ha calmado./ Como un origami/ que se pliega y deforma/ mi cuerpo se amolda/ y se ajusta a tu horma”. Pero también el niño, sus ojos, su risa sonora, son un refugio para ella: “Es entonces por eso/ que al llegar tu risa,/ de conchitas y perlas/ decoramos la pista,/ porque cuando tu risa/ se proyecta en tu boca/ tiñe todo se amarillo/ y la fiesta provoca”. Ananda Sibilia es la autora de los poemas de este libro para leer a los más pequeños, que gira en torno la relación madre e hijo desde el útero (“Te espero con flores/ afuera hace frío/ es grande está abierto/ y no serás mío”), la crianza y el crecimiento (“Tus manos abiertas son luces,/ la noche espera que cruces”). Delicadamente ilustrado por Paula Bustamante, el libro habla del refugio que forman madre e hijo, y también de la poesía como refugio de humanidad.

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