
El Chavo del 8 en Acapulco: como uno de los capítulos más entrañables de Chespirito destruyó a la vecindad
Por estos días, Max emite el segundo capítulo de la serie biográfica Chespirito: Sin Querer Queriendo, el que retrata el paso del elenco de El Chavo del 8 por Acapulco, en un momento memorable. Eso sí, el mismo que terminó por sepultar al grupo de actores.

Por décadas, cuando a los fanáticos, conocedores y televidentes de El Chavo del 8 se le pregunta por su episodio favorito durante los años que duró la ficción, un alto porcentaje enfila sus preferencias hacia un pasaje con etiqueta de inolvidable: El Chavo del 8 en Acapulco. Cuando la vecindad en pleno viajó al balneario mexicano que era furor en los 70 y los 80, y se mostró en un ambiente de playas, palmeras, arena y relajo, muy distante del ladrillo, las murallas y el barril que encapsulaban el set donde se perpetuó el espacio.
Quizás por eso mismo, la nueva serie biográfica de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito: sin querer queriendo -ya disponible en Max sus dos primeros capítulos- concentra su inicio precisamente en el viaje a Acapulco, además de lucir saltos en el tiempo que recorren la infancia y los primeros éxitos del comediante. Pero cuando se trata de su etapa adulto y gloriosa, el relato posee un solo foco: la locura que desataron al arribar a la playa mexicana. Eran tan célebres -en toda Latinoamérica- que su llegada a Acapulco fue un guiño que demostró estilo y popularidad.
Pero ese momento en Acapulco que retrató una cima irrepetible camufla uno de los minutos más ásperos del elenco de actores. El instante en que empezaron a escalar los conflictos y a salir a flote las diferencias que años después sepultarían para siempre su amistad. Fue un rudo punto de no retorno.
Cómo Acapulco arruinó a El Chavo del 8
De hecho, la idea de mudarse por unos días a la costa mexicana ni siquiera fue idea de Chespirito, quien habitualmente disparaba todos los conceptos que rodearían la trama del programa. Fue más bien una estrategia comercial.
Emilio Azcárraga, el propietario de Televisa -el monstruo de las comunicaciones donde se emitía El Chavo del 8-, quería promocionar el hotel que recién había adquirido en Acapulco. Para eso, nada mejor que usar a su figura estrella. El hombre cuya sola aparición arrastraría masas. Cuenta la leyenda que Gómez Bolaños aceptó masticando el hastío y se resignó con rabia ante el plan de trasladar a la vecindad a otro paisaje que no era el habitual. Pero bueno, había que probar la idea.
Por esos días, el actor ya llevaba varios meses coqueteando con otra de las insignes de su elenco, Florinda Meza, pese a que estaba casado desde fines de los años 60 con Graciela Fernández, con quien tenía seis hijos. El propio Gómez Bolaños ha dicho en entrevistas que el primer beso con Meza se lo dieron en octubre de 1977 en Chile, cuando desataron la locura en su vista al país y ofrecieron un masivo espectáculo en el Estadio Nacional.
Por tanto, en Acapulco, justo al año después, la relación entre ellos se mantenía sugerente, pese a que Gómez Bolaños viajó con su esposa. El segundo capítulo de Max, de hecho, muestra a Gómez Bolaños intentando salvar su matrimonio con Fernández mediante ese viaje, pero la presencia de Margarita Ruiz —una representación de Florinda Meza, ya que no se quiso ocupar su nombre real— complica todo.
Como indica la serie, Margarita Ruiz estaba comprometida en ese momento con el director de cámaras del programa, Enrique Segoviano, mientras que Gómez Bolaños seguía con su matrimonio.
El paso por Acapulco hace estallar un malentendido: el personaje de Chespirito recibe una nota anónima que lo invita a cenar en un restaurante del hotel. Cuando llega a la hora acordada, se encuentra con el personaje que retrata a Florinda Meza y cree que fue ella la encargada de convidarlo en las sombras. No fue así: el encuentro fue tramado por los hijos de Bolaños para que se reencuentre con su esposa Graciela, para que puedan cenar juntos y se olviden de la crisis interna que llevan arrastrando por meses.

Sin embargo, toda esa clase de desaguisados marcarían para siempre la vida de Chespirito: su vínculo con Meza sólo creció y a fines de los 80 terminó divorciado de Fernández para iniciar la relación con la actriz, la que mantuvo hasta su muerte en 2014. Acapulco, de alguna manera, fue el sitio que lo desencadenó todo.
La batalla con Quico
Pero además de los conflictos sentimentales, el episodio también exhibe con crudeza la creciente enemistad con el actor que dio vida a Quico: Carlos Villagrán. Por ejemplo, se muestra como el Carlos Villagrán de la ficción -cuyo nombre es Marcos Barragán, para evitar conflictos legales- ostenta un creciente arrastre popular que Gómez Bolaños empieza a mirar con envidia. En México, en esos días, había muchos más gritos e histeria por el hombre que encarnó a Quico.

En otra escena clave, Villagrán intenta convencer a Ramón Valdés de abandonar El Chavo del 8 para hacer un programa propio. Y que se vaya junto a él, ambos de seguro lo pueden lograr, le asegura.
“Es que no me dejan brillar”, le reclama el hombre de Quico.
La respuesta de Valdés es tan punzante como cómica: “No me toques esa nalga”, le contestó en su característico tono burlesco para dejar en claro su lealtad a Bolaños.

El paso por Acapulco, en rigor, también marcó el paulatino cortocircuito entre Villagrán y Gómez Bolaños. Ya no se soportaban. Además, Villagrán pudo verificar en terreno cómo el suceso de su personaje a momentos era superior al de El Chavo del 8.
Por lo mismo, en 1978, Villagrán dejó el elenco del programa para comenzar su propio espectáculo con el personaje de Quico, para lo cual le solicitó autorización a Gómez Bolaños, quien accedió. Sin embargo, tiempo después el primero consideró que el personaje era de su autoría y demandó a Gómez Bolaños. El resultado fue favorecedor para Chespirito.
Más tarde, Villagrán dijo que su salida del elenco se debió a problemas de “celos y envidia” por parte del gran jefe. Chespirito, ya en su adultez, ha lamentado que gran parte de los personajes de la vecindad haya terminado peleado, tomando en cuenta que fue un grupo humano que ha calificado de “irrepetible”.

Luego de intentar otros proyectos cómicos en otros países, Villagrán se fue a Venezuela en 1981, donde produjo tres programas para Radio Caracas Televisión, donde trabajó con los humoristas venezolanos Honorio Torrealba y Emilio Lovera, canal que transmitió en ese país los episodios de El Chavo del 8 y El Chapulín Colorado. Tuvo éxito, aunque no lo pudo sostener en el tiempo.
Chespirito, sin uno de sus mejores personajes, nunca más fue el mismo. Una fractura que tuvo su origen bajo el paraje soleado y apacible de Acapulco.
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