Por Pablo Retamal N.El rescate de una biblia literaria: la nueva vida de la mirada crítica y aguda de Enrique Lihn
Una edición corregida y aumentada por Ediciones UDP vuelve a poner en circulación El circo en llamas. Más de 800 páginas donde el autor de La pieza oscura ejerce una crítica ácida y desmitificadora, reafirmando su lugar como un lector excepcional de la tradición chilena. Con sus editores revisamos este interesante volumen.

Fue la extrañeza por la ausencia del amigo la que movió al escritor Germán Marín a realizar una compilación del trabajo crítico de Enrique Lihn Carrasco. Este falleció producto de un cáncer en julio de 1988, y Marín, uno de sus grandes cercanos en el mundo literario, se dio cuenta de que se generaba un vacío difícil de llenar.
“Comprendía de antemano que echaría de menos al amigo entrañable y que el tamaño de su ausencia, al recorrer los lugares de antaño, corrompidos por la modernidad, como observaba, me penaría. Había también en este ruidoso baldío un Chile evaporado, pleno de fantasmaquias a la luz del sol, pues nuestros pasos no venían del exilio sino del pasado remoto, al igual que la mujer de sal de Lot. Pero de lo que no alcanzaba a darme cuenta era de que con su desaparición se extinguía en las letras una voz que acompañaba, junto a su alta calidad poética, una impar lucidez crítica”, anotó Marín años después.

Nombre capital de la poesía chilena, Enrique Lihn también había desarrollado una importante labor comentando los libros que se iban publicando en su tiempo en diferentes espacios. Desde 1951 y hasta su muerte en 1988, Lihn se mantuvo escribiendo en ese registro que atravesó prácticamente toda su vida. Por eso, tras volver a Chile del exilio en 1992, Germán Marín vio una oportunidad para revivir la obra de su amigo y reunió todo ese ingente material en un volumen que tituló El circo en llamas, el cual vio la luz en 1996.
Sin embargo, ese trabajo no estuvo exento de complicaciones, pues Marín debió realizar una labor a pulso; y cuando resulta un libro tan voluminoso, es muy probable que algún error quede sin corregir. Casi tres décadas después, Ediciones Universidad Diego Portales (UDP) rescató el título y lo sometió a un trabajo de corrección y a una nueva edición. Hoy, El circo en llamas vuelve a las librerías.
El editor general de Ediciones UDP, Felipe Gana, comenta a Culto cómo fue el proceso de trabajo de este volumen: “Desde los primeros libros de Ediciones UDP se ha ido rescatando la obra de Enrique Lihn. Este era uno de los pendientes que teníamos por muchos motivos: porque la otra editorial tenía los derechos o debido a que el trabajo de reconstrucción de El circo en llamas, principalmente por sus más de ochocientas páginas, fue dificultoso. Se empezó a recopilar el material hace cinco años y, por diversos motivos, estuvo parcialmente paralizado. Por otro lado, está la buena relación que tenemos con Andrea Lihn, hija del poeta, quien nos ha tenido paciencia en todo este proceso, hasta llegar a lo que creo que fue un resultado bastante exitoso. Además, este libro es un doble homenaje: uno al Lihn crítico —es fundamental volver a ponerlo a disposición del público, pocos trabajos hay de esta envergadura— y, el segundo, a la figura de editor de Germán Marín, quien compiló y editó sin ayuda, y muy artesanalmente, la primera versión de este libro”.

Por ello, Gana comenta que esta edición tiene dos grandes añadiduras respecto a la publicación original de Marín: “La primera edición de Germán Marín, al ser un trabajo que hizo tan a pulso y obsesivamente, contaba con ciertas erratas y errores que esta edición salva. Se revisaron los textos originales cuando se podía; también se contó con la ayuda de expertos en Lihn como Andrés Florit, aunque se mantuvieron los cortes de los textos que tenía la versión original cuando no eran una falla involuntaria. La gran novedad que tiene este volumen es un necesario y fundamental índice onomástico, que permite revisar el libro con mayor soltura”.
En estas páginas leemos al hombre de La pieza oscura en una faceta de crítico literario muy interesante. Por ejemplo, el libro abre con un ensayo que el joven Enrique Lihn, de 22 años, escribió sobre un poeta que le había llamado la atención y del cual circulaban poemas como Soliloquio del individuo, La víbora y Vicios del mundo moderno: Nicanor Parra, quien tres años después los incluiría en su deslumbrante Poemas y antipoemas. Lihn vio antes que nadie la fuerza de ese huracán que se estaba gestando.
“Su actitud es la de un hombre que recupera trabajosamente un mundo al cual se siente íntimamente unido y desgarrado. Ha dejado tras de sí el reino de sus propios fines, pero no está seguro de llegar a ninguna parte. De aquí sus frecuentes recaídas en un escepticismo que se deleita triste y morbosamente consigo mismo. Es el humor negro, una suerte de empequeñecimiento que linda con lo ridículo, que hace reír mientras más se ensaña con lo que toca”, anotó.

¿Cómo se podría caracterizar la dimensión de Lihn crítico? Responde Bruno Núñez, productor de Ediciones UDP, quien estuvo al cuidado de esta edición: “Como una parte vital, casi central, de su obra. Si bien Lihn es reconocido fundamentalmente por su poesía, la escritura de estos ensayos y artículos comienza a principios de los cincuenta —con el texto que abre El circo en llamas y que aborda la antipoesía de Parra antes que nadie—, cuando tenía poco más de veinte años y publicaba sus primeros libros. La crítica, entonces, lo ocupó desde temprano y sostuvo su ejercicio hasta el final, aunque nunca haya preparado este material para su publicación. Su posición es la de un desmitificador, lector aventajado de la tradición poética que lo precede y con una generosidad atípica con sus pares más jóvenes (no escatimó en elogios o prólogos). Además, supo leer el clima político de su tiempo con un rigor que, lejos ya del siglo XX, solo hace crecer su figura”.
Lihn también pasa revista a otros nombres como Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Gabriela Mistral e incluso a algunos nombres jóvenes que se convertirían en figuras relevantes, como Rodrigo Lira y Juan Luis Martínez. De alguna manera, este volumen funciona como una especie de biblia de las influencias profundas en la escritura de Lihn.
“Haciendo el índice onomástico fue interesante observar cuáles eran los nombres con el mayor número de menciones en el libro, y la respuesta fue más o menos obvia: Nicanor Parra, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Gabriela Mistral. Pero también aparecieron otros que trazan de forma inconfundible el campo de interés de Lihn: Rimbaud, Borges y T. S. Eliot, pasando por supuesto por Kafka”, asegura Núñez. “Así, fue capaz de valorar movimientos como el simbolismo, el modernismo o las vanguardias (en ciertos pasajes cita como influencias explícitas a Alfred Jarry y Raymond Roussel), sin olvidar que su aproximación al estructuralismo francés tuvo como referente principal la lectura de Roland Barthes. En definitiva, sus influencias fueron eclécticas”.

Eso sí, al leer el volumen queda claro que a Lihn le importaba poco quedar bien: era implacablemente honesto con sus críticas. Si algo no le parecía correcto, lo hacía notar. “La lectura que Lihn hacía de sus pares era poco complaciente”, dice Bruno Núñez. “Sabía apreciar el valor de las obras que examinaba sin caer en el elogio simple. Con los miembros de La Mandrágora —grupo de surrealistas chilenos— fue muy severo, por ejemplo. De Neruda estima con énfasis las Residencias, pero no su política de escritor. En Huidobro ve una vitalidad de primer orden. Ni hablar de Parra, cuyo análisis de la antipoesía buscó contradecir toda opinión irreflexiva de esa propuesta, donde no cabía la imitación fácil”.
“En fin, creo que una de las gracias de El circo en llamas es que nos brinda un análisis de lo más sesudo de nuestra tradición literaria, en textos que constituyen verdaderos puntos de referencia para el género del ensayo. En esta época, además, en que la crítica pareciera escasear fuera de la realizada en revistas académicas, y donde todo se ve reducido al ejercicio de la opinión y al juicio por simpatías y antipatías, este libro vuelve a poner en circulación ciertos criterios para leer y evaluar rigurosamente”.

Por ejemplo, su última crítica la publicó en Diario 16, de Madrid, el 21 de junio de 1987. En ella habló del realismo mágico, acaso el fenómeno literario latinoamericano por excelencia del siglo XX, pero se dedicó a bajarlo del pedestal y situarlo en su lugar: “Se ha repetido que la Revolución Cubana (...) habría sido la causa de su celebridad, que tanto le debe, paradójicamente, a las editoriales y universidades norteamericanas. El tiempo ha desgastado esa cantinela que no sirvió para soldar un compromiso y que tenía la inexactitud de lo esquemático”.
Y luego, añade un misil: “La obra de García Márquez, por cierto irregular, está bien; pero no somos un continente surrealista ni vivimos una realidad maravillosa”. Ese era Lihn: ácido, suelto, desbocado.

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