Por Pablo Retamal N.José Donoso y la mancha del origen: confesiones inéditas sobre la familia y el miedo
Un libro rescatado tras cuatro décadas de silencio reúne las conversaciones más crudas y personales entre José Donoso y Josefina Delgado. En ellas, el autor de El obsceno pájaro de la noche desarticula la doble moral de su alcurnia, revive el trauma de la “mancha” familiar y disecciona su rechazo a la figura paterna. El resultado es el retrato de un escritor que, lejos de los frescos monumentales del Boom, eligió habitar la literatura desde la marginalidad, la jerarquía de las casas y los fantasmas que nunca dejaron de perseguirlo.

Se lanzó a la aventura. A mediados de los 80, y amén de la amistad de que había surgido con la joven escritora argentina Josefina Delgado, el célebre autor nacional José Donoso Yáñez consintió la idea de publicar un libro que registrase las conversaciones entre ambos. El plan era ambicioso: abordar su vida, la literatura y el complejo oficio de escribir una novela. Para ello, Delgado comenzó a visitar a Donoso en su casa de calle Galvarino Gallardo, en Providencia.
“Este libro se planteó desde el comienzo para ser publicado, surgió por una propuesta de Donoso y me instalé en su casa alrededor de dos semanas. Yo llevé los temas y las preguntas preparadas, fruto de un arduo trabajo”, recuerda Delgado a Culto. El autor la recibió con calidez: hubo almuerzos con melón de postre y un apodo afectuoso y muy chileno para ella: “Pepita”.
Sin embargo, el paso del tiempo y los proyectos personales de ambos —sumados a la muerte de Donoso en 1996— hicieron que el manuscrito fuera acumulando el polvo del olvido. Hasta ahora. La editorial de la Universidad de Valparaíso acaba de publicar ese precioso material en el libro Atravesar el tiempo. Conversaciones con José Donoso. En sus páginas, podemos leer a Donoso hablando de sí mismo, de su vida y obra, directamente, sumándose al revival de su figura impulsado por la publicación de sus Diarios personales (UDP).

Hoy, a sus 83 años y echando la mirada atrás, Delgado comenta qué fue lo más complejo del proceso: “En nuestros años de amistad, de vernos con frecuencia en Buenos Aires, y en nuestras cartas, habían surgido temas literarios que nos interesaban mucho a los dos -a él como escritor, a mí como profesora y crítica literaria. Fue sobre la base de esa amistad que se plantearon las conversaciones. Y quizás lo más arduo de ese proceso fue darle el enfoque preciso para que interesara no solamente a los lectores de Donoso, sino también aquellos a quienes les interesa reflexionar sobre los procesos de escritura. Yo las grabé, luego en Buenos Aires las pasé en limpio y Donoso las leyó”.
En estas páginas, Donoso revela un nudo central de su biografía: el estigma social de su familia materna, los Yáñez. Nada menor considerando que entre ellos se encontraba Eliodoro Yáñez, político del Partido Liberal y fundador del diario La Nación. ¿La causa? La bisabuela, Josefina Ponce de León y Herrero —la “Peta”—, tuvo una casa de juego en la Chimba (la actual Recoleta) “y viajaba por todo el sur de Chile con una carreta buscando niñas que traer como camareras para su casa de juego, adonde iban a jugar todos los caballeros de la sociedad chilena”. Ello explicaría, por ejemplo, la frustrada candidatura presidencial de Eliodoro (que debió resignar ante Arturo Alessandri), y además más de alguna decisión creativa en las novelas de Donoso.
“Peta Ponce se llama uno de los personajes de El obsceno pájaro de la noche. Esta historia, cierta o no, echa una mancha sobre mi origen, mancha que pudo haberme preocupado año antes, pero que en ese momento me permite quizás identificarme con los distintos, con los marginados”, recuerda el mismo Donoso en el volumen.
Josefina Delgado aún recuerda ese momento: “La creación de personajes de pueblo y muchas veces desclasados, ponen de manifiesto cómo Donoso entendió que esa diferencia de clases había afectado a toda la sociedad chilena. O las divergencias entre clases como en su novela Coronación, la relación ama/criada, o personajes como la Peta Ponce, de El obsceno pájaro, que podría haber sido antepasado suyo pero que la familia ocultó. Y es en esa novela donde las clases bajas están representadas en plena oposición con las señoras ricas que las han alojado allí cuando no servían como criadas. En lo personal es en su memorial ficticio Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, donde la doble moral y la hipocresía, los secretos, las contradicciones afloran desde una memoria seguramente sepultada por décadas. Hubo reacción familiar e incluso amenaza de acudir a tribunales. La novela se publica poco antes de su muerte y ya Donoso no era el hombre vital que conocí, aunque siempre había sido la vejez un tema recurrente, aun cuando nos conocimos, que tenía apenas 57 años”.

En estas conversaciones, Donoso mostró sus miedos y fantasmas. Uno de ellos se reveló con claridad: su padre. “Me exigía con arbitrariedad. Dime tú, tener oratorio en la casa y no mandarme a clase de religión en el colegio, marginándome, no hacer él ningún deporte y tomarnos profesor de box en la casa...”. Y agregó: “Estaba entonces lo definidamente masculino, lo práctico, lo que podía darme una manera de existir, era lo que todos los niños querían. Querían ser médicos, arquitectos, ingenieros. Yo, en cambio, no pude o no quise. Me conté el cuento de que no podía con las matemáticas. Fue una manera de vencer de antemano e insidiosamente a mi padre. Desde el comienzo las matemáticas fueron mi fracaso. No entendía nada, rehusaba entender. Y me ponían un profesor particular, y al profesor no le oía lo que me decía. Salía mal en los exámenes, volvía y volvía a salir mal. Notas pésimas, mentía, falsificaba las notas. Hoy creo que fue una elección. Una forma de llamar la atención de mi padre. Me metía más en el pecado. Era un pecado sin culpa, por otra parte, no sentía ninguna culpa.”
“Toda mi adolescencia, toda mi vida ha sido una falta de padre. El padre era sentido por mi como de una enorme fragilidad, de un enorme peligro. Yo quería que él sintiera que yo lo sabía y que me castigara por saberlo, pero, en cambio, me buscaba profesores, conseguía solamente su furia esporádica. Y esto lo simbolicé en que mis hermanos crecían como unos jóvenes dioses. En cambio, yo seguía chico, enjuto, con anteojos. Los anteojos fueron mi limitación”.
Esa zona familiar y patriarcal fue acaso la que le resultó más gris y difícil de atravesar durante las conversaciones. Así lo recuerda Delgado. “Probablemente le dolía la temprana separación de su familia, cuando aquella no aceptaba que no siguiera el camino de sus hermanos, las profesiones de abogado o médico, y él se va para la Patagonia y trabaja en oficios humildes, hasta que vuelve y se integra al Pedagógico de la Universidad de Chile. Luego se iría a la Universidad de Princeton. Y hubo conversaciones sobre nuestras respectivas relaciones conyugales, donde yo era quizás más explícita y él muchas veces se escapaba”.

El libro ofrece, además, una lúcida reflexión donosiana sobre literatura. Con mucha soltura y dominio, pasa por los caminos de los clásicos —Henry James, Dickens, Flaubert, Stendhal, Tolstói, Balzac (“yo soy balzaquiano”)— pero también el de sus compañeros generacionales del Boom Latinoamericano. Para esos años ochenteros ya había masticado muy bien esas lecturas y se animó con una visión panorámica: “La gran novela fundacional, de García Márquez, la novela política, de Vargas Llosa, también las grandes novelas justamente fundacionales, de Carlos Fuentes. Grandes formas propuestas, un momento de frescos, de murales. Yo me voy para la pintura de caballete”.
Pero Donoso también repasó su propia narrativa. Es un momento muy interesante para quienes se declaran seguidores de su obra. “Siento, además, que escribir una novela es como meterse con todo lo que uno ha sido en algún momento, es como decir, bueno, voy a sacar esto, esto no lo voy a incluir, esto lo voy a simplificar, esto lo voy a ordenar. Todas las sensaciones están en juego, entonces, ahí está el problema del exilio, el problema de la muerte, el problema del desamor, el problema del querer pasar al otro lado del espejo. Están todos los trucos, están todas las impresiones, están las desapariciones. Fíjate que todas mis novelas son novelas de casa, novelas de familia. La historia de todas mis novelas es la penetración de los extraños a la casa, al mundo de la jerarquía organizada de la casa”.

En un momento de las conversaciones, Donoso lanza una frase que sonaba más a sentencia: “Me siento muy poco escritor chileno”. Y su argumento eran los años que había pasado fuera del país. “Mi público, que está en Chile, pero también en Argentina, en México, en España. Cómo te lo podría explicar. Hablo en Chile, para Chile y fuera de Chile”. Delgado recuerda muy bien esa frase. “Él lo sentía, fue así. Se refería más bien a no haber cumplido con las consignas de un realismo novelístico como podría haberlo sido el del costumbrismo historicista que se desarrolla desde Blest Gana y atraviesa este siglo hasta los 50. Los viajes de Donoso, su búsqueda de otras fuentes literarias, el conocimiento de otras lenguas, todo eso se ve en nuestras Conversaciones”.
¿Cuál es la imagen de Donoso que emerge en estas conversaciones? Responde Delgado: “La imagen de una profunda honestidad con respecto a su propia obra, a su creación, porque en esos días él estaba escribiendo La desesperanza y se planteaba hasta qué punto podría lograr eso que él mismo sentía: la angustia del creador que vuelve a un lugar que no puede o no sabe si aprecia. El personaje de Mañungo Vera es quizás un Donoso rejuvenecido. Me acuerdo de su alegría cuando lo descubrió como hilo narrador”.

Un personaje y un novelista
Con el bichito creador a tope, José Donoso no se iba a conformar solamente con unas conversaciones. No señor. Como buen escritor, transformó la experiencia en ficción. Así, “Pepita” dio origen a un personaje del cuento llamado Taratuta. Delgado ríe cuando se lo mencionamos, y lo recuerda con claridad. “Fue muy emocionante. Porque además lo hizo como un guiño. Vino a la Feria del Libro y trajo la primera copia mecanografiada de Taratuta y entonces allí descubrí que yo era ese personaje que, como en la vida real, acompaña al escritor a pasear por Buenos Aires, el barrio de Palermo más exactamente y buscan los rastros de Taratuta”.
Delgado también se detiene a recordar cómo era José Donoso en lo cotidiano: “Tanto en la formalidad de estas conversaciones, en las que nos sumergimos con rigor –trabajábamos toda la mañana y parte de la tarde, luego paseábamos hasta el toque de queda- siempre pudimos hablar con libertad y sin rodeos, no ocultando opiniones en las que podíamos no coincidir, pero también aceptando divergencias; conmigo fue generoso, nos divertíamos, caminábamos por barrios de Buenos Aires a los que no iba mucha gente, yo se los mostraba y a él eso le gustaba mucho".

“Algunas veces fuimos al cine, vimos una película argentina muy importante en ese momento histórico, La historia oficial; lo escuchamos al cubano Silvio Rodríguez en el Luna Park; fuimos al Colón al concierto de Nelson Goerner, un joven pianista argentino dedicado a Schumann; y nuestras conversaciones a veces se prolongaban por teléfono. Gran amigo, encantadora persona”.
Al cerrar la mirada sobre este nuevo libro, Josefina Delgado cree que es el complemento perfecto para los diarios del autor: “Allí vemos sus vacilaciones; en estas conversaciones, en cambio, Donoso ya extrae conclusiones sobre su forma de trabajo. Sus demonios internos le permitieron construir una obra original y única. Pero el demonio que más lo carcomió, sin duda, fue el temor de no cumplir con sus propósitos literarios. Y lo hizo hasta el último suspiro”.

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